Mao, el malhechor de China

Dom, 26/04/2015 - 04:33
Dar a conocer los dos últimos siglos de la historia de China ha sido la tarea fértil de la escritora Jung Chang. Cubre excelsamente el siglo XIX en su libro “
Dar a conocer los dos últimos siglos de la historia de China ha sido la tarea fértil de la escritora Jung Chang. Cubre excelsamente el siglo XIX en su libro “Cixi, la emperatriz”, la concubina que consolidó la China moderna, llegando incluso a diseñar principios democráticos. La escritora describe la continuación de este sistema Imperial en su libro “Cisnes salvajes”, una obra testimonial de desgarrador realismo, como ha sido siempre la historia de China. Un bestseller traducido en 30 idiomas y vendido en más de 10 millones de copias, que permanece prohibido en China. Consagra poco más de 500 páginas a narrar el siglo XX caracterizado por la ascensión comunista que impuso el dictador Mao Zedong. Imposible no experimentar sentidos e intelecto alterados, convulsionados e insurgidos ante tan infame periodo. Narra en primera persona la historia de tres mujeres: la escritora misma, su madre y su abuela. Tres generaciones compartiendo la desgracia de la opresión de los gobernantes chinos; esa de la que China siglo XXI no ha logrado deshacerse, y que ahora se transformó, conservando el título de república comunista, en un sistema de capitalismo salvaje, sin que la democracia asome. Difícil para el ojo occidental entender el método político chino que no ha tenido periodos de democracia ni de libertad. Su característica ha sido la veneración de un ser superior que se endiosa y que somete al más deplorable vasallaje a su pueblo, sea este un emperador, un militar, o un dictador comunista. Para el radicalismo de Mao ningún país sirvió de ejemplo o aliado a sus nefastas gestas: a la Rusia comunista tildó de revisionista, es decir de debilidad en los principios marxistas; sólo el sanguinario Stalin gozó de su admiración. Desinformó a su pueblo haciéndole creer que Occidente era “un pozo de pobreza y miseria” y de depravación moral, mientras que China con su despótico sistema era el paraíso. Llegados los comunistas al poder impusieron intransigentemente una reorganización de las instituciones y la vida privada; la cuestión personal fue transfigurada en orden político. La obediencia total al partido comunista como ley única. Absolutismo sin contemplación. El partido dueño de vidas y personas, de ideas y del proceder público y privado. Con obligatoriedad de permiso para cualquier cosa. Prohibida cualquier iniciativa u opinión personal, totalmente dirigista, so pena de ser tildado de capitalista y ver peligrar los precarios empleos, los pocos bienes personales, o exponerse a la tortura y a la pérdida de la vida. El comunismo buscando acabar con las clases sociales, creo otras nuevas: a más alto rango en la cadena de mando del partido más clase elevada, lo que conllevaba a mayores dádivas y prerrogativas: comida, mejor residencia, superior salario. Se decretó la llamada “Revolución Cultural” dirigida por la esposa de Mao y su camarilla: uno de los más mortíferos ataques a la población civil, establecida con el objetivo de adoctrinamiento mao-comunista, un culto exacerbado a Mao, el total aniquilamiento del individuo y la colectivización a ultranza. La población fue diezmada, asesinada, la corrupción llegó a límites indescriptibles y el nivel de privilegios aumento insoportablemente para los dirigentes del régimen. Se ordenó un lavado de cerebros generalizado y obligatorio. Menos calidad de trabajo y más lecturas de las citas de Mao. El periódico oficial presentó diariamente la imagen de Mao, sus “grandes logros” y la reiteración de sus consignas; todo esto de imperativo cumplimiento, apoyado salvajemente por la feroz y asesina “Guardia Roja” de Mao, de la que también este más tarde se desharía. La “Revolución Cultural” acabó con la cultura milenaria y con cualquier forma de esparcimiento por considerarlos depravaciones capitalistas. La danza, la música, el teatro fueron eliminados, por especularse perversiones burguesas, fueron reemplazados por manifestaciones colectivas de culto a Mao. Se destruyeron obras de arte, libros, templos y edificios antiguos. La higiene diaria fue considerada antiproletaria, con lo cual piojos y enfermedades abundaron; poco importaba: había de darse la vida por el sistema, por el supremo dios Mao. El vestir se transformó en parquedad desabrida y uniforme, el estilo individual se eliminó, así como el peinado, el maquillaje, el mirarse al espejo. Que una mujer disfrutara del sexo se volvió vergonzoso. Las parejas vivían separadas y se otorgaba un derecho de 12 días de vida marital al año. Las flores y los jardines destruidos. Los sitios públicos como las tradicionales casas de té fueron demolidas por burguesas. Se proscribió la comida doméstica, que se colectivizó en cantinas comunitarias, se destruyeron los utensilios de cocina. Se comía con cupones de razonamiento: mal y mísero, salvo para los cargos altos en el gobierno; un porcentaje elevado de gente murió de hambre o desnutrición; se presentaron casos de canibalismo. Hasta las demostraciones de afecto con los hijos o entre esposos fue mal visto, burgués, falto de lealtad al partido, único merecedor de apego. El partido comunista, suprema fuente de ideología, se entrometió en las vidas personales imponiendo una “reforma del pensamiento”; es decir, el aniquilamiento total del reflexión individual. Para liquidar la voluntad individual, en sesiones de “examen” público se juzgaban los pensamientos individuales. Imposible la opinión o la libre expresión de ideas: un totalitarismo absoluto horadó por la fuerza cerebros y acabó con cualquier forma de desarrollo personal. La sumisión absoluta a la doctrina de Mao excluyó racionamientos independientes, la “nueva China” debería actuar y pensar como un ente y mente únicos. “Cada palabra del presidente Mao es como diez mil palabras y representa la verdad universal y absoluta”. Para un mejor sometimiento del pueblo, Mao organizó una vil campaña en la que se acusó de derechista a quien se sospechara tener algún pensamiento crítico. Así los padres de la escritora fueron sometidos a la cárcel, al goulag y al trabajo forzado en el campo. Gran paradoja, ellos eran comunistas integrales. Se inventaron permanentes sesiones de “autocrítica” en las que, bajo tortura, se obligaba a las personas a confesar errores y hechos no cometidos; el objetivo era el total sometimiento mediante humillantes actos de escarmiento público, en los que se lavaba el cerebro de las víctimas y se fortalecía el de los victimarios; con frecuencia estos últimos más tarde ocupaban el lugar de los primeros. Nefasto sistema de sumisión. Mao acabó con la educación, destituyó y asesinó a los profesores, cualquiera forma de intelectualidad, es decir de pensamiento le pareció peligrosa y estorbosa, la eliminó. No encontró necesidad de que los profesionales fueran instruidos; dictaminó que en la práctica estaba el meollo, la teoría no era necesaria. El modelo a seguir: el campesino ignorante, que no protesta y se subyuga. Los libros fueron quemados; únicas lecturas autorizadas: los escritos de alabanza a Mao, o sus “sapientes” máximas, consignadas en “el libro rojo” que se instituyó como lectura obligatoria. Ser sorprendido en posesión de un libro no marxista configuraba un delito que podía llevar a la muerte. “Cuantos más libros lees, más estúpido te vuelves”; leer un libro es malgastar el tiempo y el dinero, dictaminó el déspota. Este vergonzoso periodo terminó con la muerte de Mao en 1976, que destruyó en 27 años de salvaje tiranía el legado cultural del país y creó un desierto moral sobre una tierra ensangrentada y repleta de odios. Más de 70 millones de personas fueron asesinadas, nunca vista tal masacre en “tiempos de paz”. Mao ocupa plaza honorífica en la galería de lo funesto, junto a Hitler, Stalin, Pol Pot... Un ejemplo a no olvidar para evitar su repetición. Oh Venezuela, Oh país nuestro con algunos políticos que sueñan con comunismos que no escatiman aberraciones y crueldades contra quienes pretenden ayudar... Hemos de estar alertas en los discursos y en las urnas.
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