¡Más doctor será Usted!

Mar, 03/05/2016 - 16:01
El tema de los doctorados que ha revoloteado recientemente en los medios y en las redes sociales pone de presente algo más grave que la simple tendencia a inflar o permitir que se inflen las hojas de
El tema de los doctorados que ha revoloteado recientemente en los medios y en las redes sociales pone de presente algo más grave que la simple tendencia a inflar o permitir que se inflen las hojas de vida, por acción o por omisión. Ni el alcalde bogotano Enrique Peñalosa decidió concientemente lo que ocurrió con su famoso doctorado para intentar ganar adeptos o conseguir un voto más por cuenta de sus títulos académicos, ni el exalcalde Gustavo Petro pretendió ganar opinión a su favor con pergaminos post universitarios que no se ajustan a las realidades de los planes de estudio de sus instituciones educativas. Pero tanto el uno como el otro pecan por ignorantes, así no se condenen. Ignoran de plano que a la gente no se le puede subestimar. Y peor si en el fondo de su alma creen que tienen patente de corso para hacerlo. Peñalosa, por derecho propio, porque así se portan quienes nacieron en cuna noble, con dos muchachas de servicio, y se acostumbraron a que existen dos tipos de ciudadanos: los gobernantes y los gobernables. Y Petro porque así se portan los caudillos que piensan que aunque sus intenciones sean en beneficio de la gente, la opinión del público vale menos que un pollo antes empollar. Ambos corresponden a temperamentos mesiánicos y por eso las respuestas a sus mentiras piadosas empeoran su falta de rigor curricular. Peñalosa con desgaire dice simplemente que él nunca escribió personalmente que era doctor. Pero piensa que la gente es boba cuando cree que se come el cuento de que no leyó las contraportadas de sus libros donde se afirma tamaña inexactitud. Y Petro con desdén recurre al más craso malabarismo cuando piensa que la gente debe aceptar que él no pasó de agache al ver que sus estudios parciales no significaban títulos y mucho menos cuando sabía perfectamente que ni siquiera había cursado buena parte de las materias que se exigían para terminar esas maestrías. Por el contrario, se va lanza en ristre contra el periodista Melquisedec Torres, quien tuvo la osadía de escudriñar sus títulos académicos, y lo maltrata con la insinuación de que le está haciendo un mandado a alguien. Pero como si fuera poco, en la mejor exhibición de ese oportunismo típico del infantilismo de izquierda, afirma que él no estudió para tener títulos sino para buscar un mundo mejor. O sea que bajo el supuesto alo de revolucionario lo que hace Peñalosa con su currículo es malo pero lo que él hace con el suyo es bueno. La moral leninista de lo bueno es lo que le sirve a la revolución y lo malo lo que no le sirve. Ese maniqueismo le hace creer a Petro que buscar un mundo mejor implica que por esa misma razón su mentira es bondadosa. Como si parte de buscar un mundo mejor no fuera no mentir como siempre lo ha hecho la clase política tradicional. El caso es que las mentiras en la hoja de vida de ambos les ha puesto en evidencia su hoja indebida, ha develado que recurren a lo no debido así aparentemente no sea en materia grave. Y los ha puesto en un nivel más terrenal, de seres humanos suceptibles de cometer errores y sobre todo de esos muy comunes en la sociedad moderna. Pero por más que se disfrace, esto se llama subestimar a las amplias masas. Hasta tal punto de que ninguno de los dos cree que haya que pedir perdón a la ciudadanía, o que la comunidad académica merezca una explicación por la suplantación, o que los ciudadanos de a pie no deben recibir algún tipo de aclaración sobre semejantes elefantes curriculares. Porque ellos hacen parte también de ese arribismo intelectual que se ha apoderado de buena parte de la sociedad colombiana con el que se pretende hoy ejercer una nueva modalidad de exclusión y con el que se aspira a ser mirados con aureolas de distinción. Por eso es muy común ver como de expresidentes para abajo han adquirido la costumbre de ufanarse de haber ido a Oxford, MIT o Michigan. Porque eso deja la sensación de que se han hiperpreparado para dominar las amplias masas. Y esta especie humana tiene que vender la idea de que tiene el conocimiento que los demás ni siquiera saben por qué no lo pueden tener para que sean mirados y admirados como predestinados para gobernar. Por esa razón crece cada día más la franja de los indignados con estos juegos badulaques y con ese exhibisionismo pretensioso de hacer notar que se ha pasado por prestigiosas alma mater. No son pocos los políticos, periodistas y hombres públicos que han pasado por Cambridge, Stanford o Harvard para terminar en la fanfarroneria acádemica y hacer creer que cualquier seminario o taller al que asistieron en alguna de estas importantes universidades del mundo les permite portarse orondos como si hubieran adquirido majestades doctorales. Y esto sucede porque como decía el humorista Jaime Garzón aquí a cualquier Honorable Parlamentario, o cualquier HP como les dice Edgar Artunduaga en su libro, se le dice doctor. Hasta tal punto que se hizo famosa la respuesta más doctor será usted, como si fuera un insulto cuando a alguien se le distinguía con ese apetecido apelativo. Por eso no será raro que por el camino que van los nuevos doctores tendrán que entrar a competir en el mercado de los doctores. Ese  de las series de televisión como Doctor Strange, extraño, hechicero supremo y superhéroe creado por el escritor Stan Lee para defender el mundo de las intenciones malvadas de los villanos. O hacerle competencia al doctor House, de la serie de televisión ambientada en un hospital donde Gregory House atiende la unidad especial de pacientes afectados por enfermedades extrañas. O terminarán por rivalizar con el Doctor Who en el programa de aventuras que explora el universo desde una nave espacial y se enfrenta a múltiples enemigos mientras salva civilizaciones, visita el pasado y el futuro, ayuda a la gente común y corrige injusticias. O con el Doctor Malito de la serie de películas de Austin Powers que constantemente hace planes para aterrorizar y conquistar el mundo, acompañado por un típico número dos, esbirro tuerto que lidera la corporación malvada, por su gato y su compinche enano. O si les resulta difícil ser reconocidos como doctores pueden terminar emulando con el Doctor Krapula, la banda de rock colombiana que transmite mensajes de transformación y de generación de  conciencia a través de música popular mestiza. O buscar universidades que otorguen título de doctor para la carrera de derecho y jurisprudencia como el caso del expresidente Alvaro Uribe que es Doctor en Derecho y Ciencias Políticas, título de abogado de la Universidad de Antioquia. Y aunque no parezca Uribe estudió Negociación de Conflictos y es especialista en Administración y Gerencia de la Universidad de Harvard. Y es discípulo del profesor Roger Fischer.
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