Más no es completa gloria vencer en la batalla

Lun, 10/08/2015 - 06:20
Dice con toda razón Hernando Gómez Buendía en reciente columna que la justicia transicional por definición consiste en no tratar como iguales delitos que son iguales, lo cual implica no darle el m
Dice con toda razón Hernando Gómez Buendía en reciente columna que la justicia transicional por definición consiste en no tratar como iguales delitos que son iguales, lo cual implica no darle el mismo tratamiento a quienes han delinquido lo mismo que otros. Esto significa necesariamente que ésta justicia, que tiene carácter coyuntural, será injusta y no se aplicará desde la exégesis jurídica. Es decir que precisamente la justicia transicional aplicaría unas penas diferentes, de seguro menores, a las que aplica la justicia ordinaria en una situación ordinaria. Esto quiere decir que se trata de encontrar una solución política antes que jurídica, en aras de buscar la solución definitiva al conflicto armado. O sea que la justicia transicional está diseñada para que los guerrilleros que se comprometan a cesar sus actos violentos lo hagan a cambio de cierta impunidad. Y esa es la verdad monda y lironda que no se ha atevido a encarar sin rodeos el gobierno. La paz con la guerrilla colombiana implica impunidad, sea en menor o en mayor grado. Nadie con cinco dedos de frente se imagina que los guerrilleros suspenderían sus acciones armadas para terminar en la cárcel. La paz con la guerrilla, sean o no legítimas sus acciones, no se puede lograr si no se considera un acuerdo con un mínimo de impunidad. Tal vez haya quienes que no entiendan de negociaciones, más allá del debate insulso de que sean o no enemigos de la paz, y tengan dificultades para comprender que para llegar a una negociación de paz con los grupos armados con el fin de que cesen la violencia se requiere pactar algún beneficio para ellos. Y un pacto benéfico para las FARC de seguro será injusto para con sus víctimas y doloroso de cara a la opinión pública; puede ser incoherente con la justicia ordinaria pero absolutamente necesario para parar la guerra. En ese sentido es más que justo con las nuevas generaciones. Quizás lo que el gobierno asume vergonzantemente es que no se podría firmar un pacto de paz con la guerrilla a cambio de que sus jefes terminen encerrados. No se necesita ser amigo o enemigo de la paz para entender algo tan elemental. La guerrilla firma la paz si logra negociar la impunidad. Probablemente la negociación en La Habana consista en definir qué tanto está dispuesta a pagar la guerrilla versus qué tanto está dispuesto a perdonar el gobierno, o hasta dónde tiene presentación ante la población que exige la paz y, en justicia, quisiera que los violentos paguen por sus crímenes. La negociación se debe centrar en qué tanta impunidad pueden lograr las FARC y qué tanta impunidad puede otorgar el gobierno. Ese es el pulso real y no hay que llamarse a engaños y para que sea viable debe terminar más en tablas que en escenarios de jaque al contendor, o de vencido y vencedor. Ambos deben ganar y ambos deben perder un poco. Ese es el único juego posible que garantiza un gana-gana. No hay otra salida y eso es lo que el gobierno debiera asumir y defender categóricamente y sin ambages. Pero como no es justicia lo que se busca sino paz, hay que saber priorizar. La paz que se firmará tendrá ribetes de injusticia y por supuesto traerá sus colateralidades. Por eso no es descabellado como lo han sugerido expresidentes pensar que en aras de la paz haya que buscar también un grado de impunidad para aquellos militares que creyeron que con sus acciones por fuera de la ley enfrentaban a los guerrilleros, porque eran los ilegales, y por lo cual llegaron a actuar con la consigna del todo vale. En este sentido, la brillantez con que comienza la columna Hernando Gómez Buendía se opaca cuando propone que militares y paramilitares no merecen como la guerrilla una justicia transicional. En otras palabras que la impunidad se debe dar para la guerrilla pero no para los militares ni los paramilitares. Ahí el columnista vuelve a caer justamente en lo que propone que no se caiga, porque en este caso da prioridad a lo justo y no a lo político. No tiene en cuenta lo que es justo para con las nuevas generaciones. Es hora de que sin complejos de izquierda el presidente Juan Manuel Santos asuma que los guerrilleros tendrán cierto grado de impunidad y que la defienda sin vacilaciones. Pero también es hora de que sin complejos de derecha los demócratas asuman que los militares y los paramilitares también deberán gozar de un trato parecido, así no sea justo ni con las víctimas ni con la verdad, así no sea presentable ante la opinión pública. La propuesta del columnista va en sentido contrario con el peregrino argumento de que la paz con la guerrilla debe ceder al chantaje porque ésta representa una amanaza para el estado. Cree que los militares y los paramilitares no y que por ende no existe chantaje, por lo cual no deberían gozar de impunidad. Con todo respeto pero ahí si le falla al doctor Gómez sentido de predicción, porque de seguro si se firma la paz como él lo propone se abriría un boquete donde los sectores que sienten injusta esa visión se convierten en una amenaza que tarde o temprano terminará en chantaje y mas temprano que tarde habrá que aceptar. No es justo pero si es equitativo en aras de la paz. Y como lo dice el columnista, la justicia no se reduce siempre a la equidad. Pero no se puede ignorar que existen quienes consideran una claudicación que vayan a prisión los soldados que arriesgan sus vidas para defender al país de los narcoterroristas y tengan que presenciar a los comandantes de las FARC ejercer su impunidad desde el Congreso. Esa mirada no puede generar otra cosa que nuevos ánimos revanchistas, porque termina por ser desafiante contra uno de los sectores polarizados. Sería como premiar a un niño de dos que se hayan portado mal porque uno si hace pataleta. Acaso alguien se imagina que si el Estado acepta el chantaje de las FARC porque no fue capaz de derrotar la guerrilla, se pueda dar el lujo de subestimar la potencial amenaza que surgiría precisamente de esa postura mientras se aprietan otras tuercas. Puede ser justo pero no es sensato. Entre otras porque se entendería como un exigencia de los chantajistas, por un lado, y por el otro, porque dejaría a los otros como vencidos. Y si se trata de la paz lo justo es no llegar al escenario triunfalista de ninguno de los actores armados.
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