Natalia Ponce de León: mi heroína

Lun, 20/04/2015 - 03:36
Cuando escuché en la radio la noticia sobre el ataque con ácido del que fue víctima Natalia Ponce de León, recuerdo haberle dicho a mi esposa: “No entiendo cómo un ser humano puede cometer seme
Cuando escuché en la radio la noticia sobre el ataque con ácido del que fue víctima Natalia Ponce de León, recuerdo haberle dicho a mi esposa: “No entiendo cómo un ser humano puede cometer semejante monstruosidad”. El corazón se me encogió de solo pensar en el dolor de esa mujer y su familia. Rociarle ácido a una persona en el rostro y en el cuerpo es un crimen realmente abominable, el más cruel de todos, diría yo, porque obliga al afectado a renunciar a su propia identidad, a no reconocerse en el espejo, a cambiar drásticamente la vida que llevaba. El homicidio, el secuestro y hasta la violación son delitos que pasan a un segundo plano, cuando se habla de ataques con sustancias corrosivas. A medida que los distintos comportamientos humanos se manifiestan y la sociedad avanza o se vuelve más decadente, como en nuestro caso, el derecho debe adecuarse a esos nuevos retos. Los ataques con ácido se han vuelto paisaje en Colombia, un despreciable método importado de otras latitudes, aderezado con una buena dosis de maldad local, con el propósito de que sus efectos sean más nocivos. En el caso de Natalia, el ácido fue mezclado con pegante, para que se adhiriera más a su frágil y hermosa piel. A pesar de las cifras oficiales que dan cuenta del escalamiento progresivo de este tipo de ataques, nuestra legislación sigue rezagada, pues dichos eventos son considerados lesiones personales, cuando en realidad deberían ser tratados como un tipo penal autónomo, que contemple las más altas y duras penas. El caso de Natalia es una excepción a esa regla: Jonathan Vega está acusado por Tentativa de Homicidio. Un par de días después del terrible suceso y luego de conocer algunos detalles de lo ocurrido a través de algunos medios de comunicación, recibí una llamada de una pariente de Natalia. En representación de la familia, me pedía ayuda para que Natalia no fuera una estadística más y se hiciera justicia en su caso. Antes de que terminara de hablar, le dije que podían contar conmigo y todo mi equipo sin costo alguno; sentí, desde antes de esa comunicación, que la causa de Natalia debía ser la causa de todos. Vi a Natalia por primera vez cuatro meses después del ataque. Ella había pasado por el quirófano por lo menos diez veces. No fue fácil para mí. A cada invitación de su madre para conocerla, yo sacaba una excusa diferente. Por alguna razón que desconozco, yo, el guerrero de mil batallas, estaba tan sensibilizado con el tema que no tenía fuerzas para verla a los ojos. Cuando se me acabaron los pretextos, fui a visitarla, pensando encontrar a una mujer derrotada y entregada al dolor. Contrario a ello, ante mí apareció una heroína que se resistía a ser arrastrada por la fuerza de los acontecimientos. La fortaleza de Natalia fue inspiradora para mí, al punto de no poder contener las lágrimas. La maldad trae consigo el infortunio de hacernos percatar de la clase de sociedad que tenemos. Jonathan Vega no solo les hizo daño a Natalia y a su familia, sino también nos causó un perjuicio irreparable a todos, porque desnudó de la peor manera lo mal que estamos como país y conglomerado social. Natalia no es la misma físicamente. Su apariencia ha cambiado drásticamente, pero su valor y ganas de vivir la hacen hermosa a los ojos de cualquiera. Si Jonathan Vega creyó que acabaría con Natalia, ejecutando una venganza sin razón, se equivocó de cabo a rabo: Natalia está más viva que nunca, y en su espíritu cabalgan muchos sueños e ilusiones por cumplir. Lo increíble de toda esta historia es que, a pesar de todo, Natalia no alberga odios en su corazón. Eso la hace grande e indestructible. Mientras haya un alma noble en esta tierra, la perversidad no podrá echar raíces. La ñapa: Las FARC creen tener “secuestrado” al presidente, porque este tiene todo su legado hipotecado al proceso de paz. No se equivoquen, señores guerrilleros, un hombre acorralado puede dar sorpresas.
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