Peñalosa: ¿mal político o mal politiquero?

Mar, 12/05/2015 - 14:35
Dicen algunos analistas con aire de perspicacia que Enrique Peñalosa es buen técnico pero mal político. Como si desde su encumbrada posición de columnistas se pudiera sentenciar quién pertenece o
Dicen algunos analistas con aire de perspicacia que Enrique Peñalosa es buen técnico pero mal político. Como si desde su encumbrada posición de columnistas se pudiera sentenciar quién pertenece o no a una categoría, que por más elemental que parezca requiere, esa sí de cierta técnica, para no darse el lujo, al estilo de Perogrullo o del sinsalabín sacado de la manga, de encasillar a alguien como técnico o como político. Acaso estos agudos comentaristas tienen certeza de qué significa ser político? Porque si lo que creen es que es algo así como un Roy Barreras, o un Armando Benedetti, o un Roberto Gerlein, lo que significa ser político, pues está perfectamente claro que Peñalosa no es ni quiere ser ese tipo de político. Eso le parece más bien la desviación del oficio del político que ha devenido tristemente en el deplorable ejercicio del politiquero. La idea que tienen en mente estos gurús de la opinión, de que Peñalosa no es político, resulta simplista, facilista y hasta irresponsable, ya que no distingue precisamente qué es un técnico y qué es un político, si se quiere hablar en un contexto de políticas públicas. Un técnico es un experto en determinado tema, cuya vocación y práctica radica en producir resultados a partir de estudios y evaluar proyecciones con criterios científicos o prospectivas sociales, basado en variables y tendencias parametrizadas, medibles y cuantificables. Es lo que Edgar Morín define como tecnoburócrata. Pero un político es una persona decidida a ejercer el servicio público, con conocimiento sobre la problemática de una región específica, con un criterio de soluciones cualitativas a partir de la comprensión de los factores sociales y económicos, con capacidad de interpretar la coyuntura y con una percepción definida sobre la manera de forjar las políticas públicas. Un político es además alguien que sabe ejercer liderazgo para impulsar esos cambios en esas políticas públicas. Político es quien se compromete con la sociedad para interpretar sus sueños colectivos, quien cree tener la capacidad de aplicar medidas en beneficio del bien común y deslindar campos con los intereses particulares. Y eso no es la labor de un técnico, que desde luego si debe saber milimétricamente cómo se puede impulsar un metro o cómo se debe solucionar un problema de movilidad en una ciudad. Pero el político es el que sabe dirigir con un enfoque político un ente administrativo, que sabe negociar con sus contradictores y que sabe convocar a la ciudadanía a producir las transformaciones que requiere la sociedad. Otra cosa es que un político no pegue en donde se han acostumbrado a las prácticas politiqueras. O que no sea de buen recibo quien hable con la verdad en escenarios en donde han hecho carrera los ilusionismos, las falsas expectativas y las ofertas populistas. Por eso resulta como la frase de Calvete en la Escuelita de Doña Rita una bobada grande decir que Peñalosa no es político. Y más bobo resulta reducirlo a técnico. Es un político de nuevo tipo y eso hace que desde los círculos tradicionalistas y desde los rincones anarquistas no resulte fácil de leer, ni blando para manipular y más bien difícil de engatusar. No le gusta mucho transar con políticos pero eso no lo saca del ámbito político. Le parece burdo, oportunista e insostenible ese juego perverso de favores por votos o votos por puestos, pero no es mesiánico, sino que confía en que los ciudadanos tarde o temprano se decidirán por alternativas no promeseras. Porque cree que ya la ciudadanía tiene plena conciencia de que esas son las que han llevado a la ciudad al desastre. Prefiere el contacto con los ciudadanos de a pie que los conciliábulos con caciques electoreros. Por eso no ha ganado todas las elecciones en las que ha participado, porque las maquinarias y las engañifas han sido más fuertes. Y justamente se equivocan quienes lo reducen a técnico porque no son capaces de ver el político de nuevo tipo que existe en él. Que su afán no es el de un eterno candidato por ambiciones personales de poder o que se trata de un loquito que siempre se presentará como Goyeneche. Peñalosa es un político, no antipolítico sino antipolitiquero, que quiere que su ciudad sea responsablemente manejada y que sus soluciones sean sostenibles. No quiere que la alcaldía sea su tarima presidencial. Y se equivocan los supuestos expertos porque no se atreven a llamar las cosas por su nombre para convocar a la ciudadanía a empoderarse, ella sí, de la política, de la capacidad de tomar decisiones políticas pensando en el largo y mediano plazo, aunque urgen medidas de choque para que no colapse la ciudad. No tengan miedo de decirle al ciudadano que en sus manos está la responsabilidad del futuro de la capital: un candidato como Peñalosa es un imperativo cívico en la Bogotá actual y de la ciudadanía depende que sea un “mejor candidato”. El apoyo sin complejos de derecha ni de izquierda garantizará una candidatura exitosa. Peñalosa no es muy popular porque no es populista, pero de los ciudadanos depende  que se le quite ese estigma de mal candidato, ya que casi todo el mundo coincide en que es buen alcalde. No agrega nada la frase que rueda por inercia de que es buen alcalde pero mal candidato. Es mal candidato para la farsa. Es malo para prometerle ilusiones a la gente con el propósito de aumentar sus votos. Es mal candidato para llegar a un triunfo al precio que sea y negociando lo que sea. Recordemos que los buenos candidatos nos han salido pésimos alcaldes y lo que Bogotá necesita para no sucumbir en un buen alcalde. Dejémonos de búsquedas y categorizaciones simplonas. Pasemos a la de los análisis serios sobre propuestas y sobre la viabilidad de las soluciones, que sin lugar a dudas, en ese ejercicio, se llegará a la conclusión de que por el bien de Bogotá, y de contera por el bien del país, un candidato como Enrique Peñalosa lo que requiere es que la gente seria y sensata lo rodee para que no quede la ciudad al garete cuatro años más. No se pueden seguir alimentando falacias. Ya Carlos Fernando Galán y David Luna han aceptado autocríticamente que se equivocaron la vez pasada al haber dividido porque por su culpa reinó el alcalde Gustavo Petro. Saben que lo que hay que hacer son sinergias por Bogotá y por eso le ruegan a Rafael Pardo que haga causa común con Peñalosa. Esa es una idea sensata. Bienvenida la precandidatura de Carlos Vicente de Roux porque eso atraerá gente para el centro, para esa postura decente de una izquierda aterrizada, que terminará sumada al candidato que salga de esa unidad distrital que proponen Galán y Luna. No es visionario que los opinadores analicen tan sesudamente si tal o cual apoyo le coloca impronta a la campaña de Peñalosa. Él ha demostrado hasta arrogantemente su independencia, o sea que no se desgasten en eso. Porque de lo contrario los analistas quedarán como los tecnoburócratas de Morín, que cuando ver llorar a un niño se detienen a medir el grado de salinidad de sus lágrimas.
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