Porque te quiero te aporrio

Vie, 23/12/2011 - 00:03
Esta es una historia larga. Conocí a Morrie por internet, en el que era mi sitio preferido para buscar novio, JDate. Con una foto borrosa y un perfil demasiado bueno p

Esta es una historia larga. Conocí a Morrie por internet, en el que era mi sitio preferido para buscar novio, JDate. Con una foto borrosa y un perfil demasiado bueno para ser verdad, escrito en mayúsculas, primera bandera roja de acuerdo con la etiqueta de internet, me debió dar desconfianza desde el principio. Sin embargo, pesó más su diploma de médico y su descripción como empresario.

Hablamos por teléfono antes de conocernos. Llamadas de una hora, donde se notaba que estaba completamente borracho, él desde un bar arrastrando las palabras cada vez más. Otra bandera roja, pero, nuevamente, estaba hablando con ¡un doctor!, además bastante simpático.

Tuvimos la primera cita. Obviamente tuvo lugar en un bar. Cuando yo llegué con un poco de retraso, él ya iba por el tercer trago. Empezamos a conversar, a reírnos, yo jamás me había sentido tan seductora y fue amor a primera vista. Desde ese día no nos despegamos y los halagos eran crecientes: me decía que tenía una piel divina, unos ojos espectaculares, que estaba muy bien dotada y yo me sentía tocando el cielo.

Él era bueno en la cama pero, otra vez, bandera roja: le gustaba aspirar popper. Yo nunca había visto eso. Popper es un pequeño frasco que contiene nitrato de butil e isobutil con un fuerte olor a químico. En otras palabras, es el pegante bóxer que aspiran los gamines. El popper produce un intenso placer sexual durante los escasos dos minutos que dura su efecto, pero tiene efectos secundarios gravísimos, especialmente mezclado con el Viagra, que Morrie tomaba a escondidas mías.

En Thanksgiving cocinó un pavo relleno y todos sus acompañantes. Era un cocinero gourmet excelente. Almorzamos, todo estaba delicioso. Al acabar intenté ayudarle a limpiar pero me sacó de la cocina. Me senté a leer en la sala y a hablar con mi hermana en español, lo que contribuyó a su furia posterior. Varias veces me le aparecí en la cocina a tratar de ayudarle y todas las veces me sacó. Cuando acabó empezó a gritarme que porque no le había ayudado a limpiar y yo a tratar de dar explicaciones. Cada vez se exaltaba más hasta convertirse en un monstruo irracional que me hizo salir corriendo asustada de vuelta a mi casa.

Las banderas rojas surgían ahora todos los días. Cuando estábamos descansando bajo las sábanas me agarraba con el brazo por el cuello o con una mano me cogía el pelo y con la otra me detenía las manos de manera que yo no me podía mover. Tenía que pedirle permiso para ir al baño o escabullirme a la fuerza. O me agarraba a pellizcos y reía con crueldad. A veces jugábamos a lucha libre y me torcía el brazo detrás de la espalda.  Yo, de estúpida, también me reía y mientras más me maltrataba más me gustaba.

Una noche tuvimos una discusión y yo bajé rauda por las escaleras en traje de Eva. Adán me siguió y me agarró por el pelo antes de que yo llegara a la cocina. Me subió jalándome el cabello hasta la habitación donde me tiró a la cama, y donde minutos después me propuso matrimonio. La estúpida le dijo que sí, a lo que el respondió que me fuera a comprar el anillo. Después me acusaría de que yo lo había amenazado con un cuchillo, en lugar de que él me había jalado el pelo, y me lo recordaba cada vez que teníamos una discusión. El cuero cabelludo me dolió durante tres días.

No cesaba de insultarme y yo lloraba con sus agresiones verbales pero el abuso físico me halagaba. ¿Estaría yo más loca que él? Me gustaba que me abusara porque me hacía sentir deseada. Eso sí, el decía que nunca me había pegado de verdad, o sea una paliza. Me celaba terriblemente y eso me gustaba aún más.  A cualquier hombre con el que yo cruzara palabra lo acusaba de ser mi amante.

Yo tenía que llegar a su casa a la hora en punto que le había anunciado, de lo contrario me llamaba a gritar e insultar. Sin embargo, cuando era él el que quedaba de venir a mi casa, nunca llegaba. Innumerables veces me quedé arreglada esperándolo. Paraba en bares antes de venir e inefablemente se levantaba a una mujer y no aparecía. A veces timbraba a medianoche, una de la mañana, sin mayores explicaciones. Y la tonta le abría la puerta.

Yo sabía que el tenía un problema pero no lograba entenderlo. Estaba perdidamente enamorada, halagada por sus celos, sus llamadas constantes, su obsesión conmigo, las atenciones cuando estaba en sano juicio, su habilidad en la cama y su maltrato.

Tiempo después encontraría el diagnóstico de Morrie: trastorno fronterizo de la personalidad que se caracteriza por un miedo constante al abandono, al punto que quienes lo sufren maltratan y abandonan a los seres queridos antes de permitir ser abandonados. Y con su comportamiento es inevitable que tarde o temprano los dejemos. Pero cuando están bien son encantadores y yo caí, a pesar de que aquella vocecita en mi conciencia me decía que había algo profundamente peligroso en ese hombre.

La aventura tuvo un amargo final. Me lo reservo para las próximas columnas.

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