¿A quién engañas, abuelo?

Jue, 30/04/2015 - 11:13
Como el presidente Juan Manuel Santos les dejó a las FARC el balón en su cancha, ellos ni cortos ni perezosos, han decidido jugar, pero al toque-toque. Arrancaron con una perogrullada para burlarse
Como el presidente Juan Manuel Santos les dejó a las FARC el balón en su cancha, ellos ni cortos ni perezosos, han decidido jugar, pero al toque-toque. Arrancaron con una perogrullada para burlarse de la poco afortunada respuesta del gobierno de fijar plazos al proceso frente al soberbio y despiadado acto de asesinar a mansalva a los 11 soldados del Cauca. Ellos le dicen que “La consecución de la paz no se logra con cronómetro en la mano, sino evacuando temas”. Y tienen toda la razón. Pero para que no se quede esa afirmación en eufemismo tendrían que entender las FARC que los temas en una negociación los evacúan los dos sectores enfrentados. Nadie puede creer, como hoy la Ministra de Educación, Gina Parody, que el derecho a la educación de los niños lo vulneran los maestros, como sí el paro que atenta contra este derecho no se diera por culpa de los dos bandos que no se pusieron de acuerdo. Y que tan violador del derecho a la educación sería un bando como el otro. Ese argumento no le queda bien a la ministra, por muy macha que sea. Como tampoco les queda bien a las FARC, por muy machitos que sean, intentar hacer creer que los temas no se evacuan por mera responsabilidad del gobierno. Ellos tienen su cuota parte en que no se avance y precisamente está fincada en el mismo síndrome que hoy afecta a la ministra, el de la arrogancia para negociar, la falta de nobleza, la ausencia de grandeza y la incapacidad de entender la coyuntura en medio de las aspiraciones estructurales. En su toque-toque los guerrilleros se van lanza en ristre contra el paramilitarismo como si los crímenes de las FARC no merecieran una reflexión, un mea culpa o algo que les diga a los colombianos que también aceptan que se han equivocado. Para las FARC la verdad histórica es fundamental pero no la relacionada con ellos. Piden que se abran los archivos de la policía secreta, de la inteligencia del Estado y de los organismos de investigación relacionados con el conflicto armado pero quieren que se archiven sus procesos. Le dicen al gobierno que la matanza de los soldados en Buenos Aires, Cauca, fue una tragedia, “porque la guerra es una enorme tragedia”. Y replican que esas tragedias hay que evitarlas a toda costa, pero le hablan al gobierno para que las evite el gobierno como si eso no dependiera fundamentalmente de una decisión seria de las FARC para que esto no suceda nunca más. Y en su toque-toque, o manoseo, afirman que se ratifican en que han suspendido unilateralmente el fuego, pero eso sí, aclaran que se “mantienen en el natural derecho a la legítima defensa”. Y acaso creen ellos que hay alguien que se imagine que masacrar unos soldados que estaban durmiendo se puede entender como legítima defensa. O es que las FARC esperan que los colombianos y el mundo los comprendan por sus barbaridades y no por lo que pudieran ser sus rectificaciones. Como si vivieran enajenados hablan como un borracho de cantina al decir que “Al que está quieto hay que dejarlo quieto”. Como si no se dieran cuenta que los 11 soldados estaban quietos y con su extraña lógica, ellos los dejaron quietos, para siempre. Hablan de enemigos de la paz, pero se habrán preguntado si quien comandó la masacre del Cauca es amigo de la paz? O qué tan agazapado está? Dicen que las FARC han sido claras en que la paz es un imperativo, pero que comentaristas de oficio y burócratas “pontifican teniendo en cuenta su propio parecer sin ni siquiera evaluar lo sucedido en nuestra patria en los últimos sesenta años”. Será posible que las FARC hayan evaluado lo sucedido en Colombia en estas seis décadas. El gran retraso de las reformas sociales por haber suplantado a las masas, la tragedia de los demócratas que buscaron alternativas de poder y que murieron en el fuego cruzado, cuando no asesinados por la propia guerrilla. La escasa y casi nula organización social debido a que la represión siempre logró desprestigiar los movimientos como infiltrados por la guerrilla, por mencionar solo algunos. ¿Y por qué no? El granito de arena que pusieron para que surgieran los brotes más descarnados de la ultraderecha en el país? O es que toda la cúpula de las FARC está dando palos de ciego? Pero es tal la ceguera de los negociadores de La Habana que sus lentes no les dan ni para mirarse en un espejo. Porque si lo hicieran se enterarían de que sus propias palabras les caen a los ciudadanos que no logran entender su juego, como anillo al dedo para devolvérselas. Si se escucharan se darían cuenta de que la mayoría de los colombianos suscribirían lo que dicen las FARC para decírselos precisamente a ellas. Frases como “El proceso de paz hay que sacarlo al otro lado. Y rápido. Sin recurrir a artilugios mañosos y sin dilaciones injustificadas”, O “se deben adelantar algunos pasos que precipiten la terminación del conflicto, para lo cual hay que dejar la subjetividad a un lado y ser prácticos” parecen sacadas de una petición ciudadana a las FARC, de un llamado episcopal, o de un reclamo de los negociadores gubernamentales. La sugerencia que le hacen al presidente, de manera comedida, para que “el papel que viene asumiendo de activista de la paz y hacedor de la guerra corresponda más a su deseo de allanar el camino hacia una solución posible de reconciliación y menos a su necesidad de encenderle una vela a dios y otra al diablo”, parece más una petición respetuosa de algún observador internacional a las FARC con ocasión de la masacre del Cauca. Y una afirmación como la que hacen cuando se refieren al proceso: “el desgaste para lograr algo tan importante para el país y para el fin del conflicto, es inexplicable”, deja ver que como dicen las mamás ellos no ven la viga en el ojo propio. O las FARC se engañan, o pretenden engañar ingenuamente al resto de los mortales. Porque no puede ser que tengan una lupa tan buena para mirar la actitud contraria y una tan mala para mirar su propio comportamiento. O estaremos asistiendo al esplendor de su etapa esquizofrénica, aquella en la que se piensa una cosa y se hace otra?
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