Revanchismo, el viejo peor enemigo de la paz

Sáb, 26/07/2014 - 12:45
El país está lleno de anécdotas sobre el espíritu vengativo y retaliador como eje emocional de la violencia en Colombia. A Tirofijo le mataron unas gallinas y se alzó en armas contra el Estado pa
El país está lleno de anécdotas sobre el espíritu vengativo y retaliador como eje emocional de la violencia en Colombia. A Tirofijo le mataron unas gallinas y se alzó en armas contra el Estado para culminar en una carrera criminal contra toda la población. A los hermanos Fidel, Vicente y Carlos Castaño les secuestraron tres veces al papá y luego se lo mataron y ellos montaron las autodefensas para vengarse de la guerrilla y terminaron aplicándole la motosierra a los campesinos. Al expresidente Álvaro Uribe las Farc le mataron a su papá y montó un gobierno forzadamente repetido para acabar con la gurerrilla como tarea principal y terminó aupando actividades como las chuzadas y otras tantas prácticas antidemocráticas. A Iván Cepeda los paramilitares le asesinaron a su padre y se obsesionó con llegar al parlamento a acabar con quienes cree que son los padres del paramilitarismo y aún no se sabe en qué terminará esa afanosa búsqueda de pruebas contra el uribismo. Y el hecho de que el presidente Juan Manuel Santos hubiera ganado las elecciones con una propuesta de paz y haya derrotado a quienes no le creen a su apuesta por la negociación con las FARC ha exacerbado los ánimos de muchos de los que creen que llegó la hora de aplicarle su castigo al uribismo y a quienes osaron disentir de la agenda santista. No es casual que por estas fechas se dicten medidas judiciales ensañadas como la que le impusieron al exministro Andrés Felipe Arias por las faltas en Agroingreso Seguro, que se haya pedaleado la eliminación del asilo en Panamá y se busque la extradición de la exdirectora del DAS María del Pilar Hurtado, que desde la solidaridad a ultranza con el alcalde Gustavo Petro se quiera tumbar ahora al Procurador, para solo mencionar los casos más sonados. En muchas de las determinaciones de la Fiscalía, la Procuraduría, la Contraloría, la Corte Suprema, El Consejo Nacional Electoral, y demás órganos judiciales hay un fuerte sabor de desquite y de saña contra el adversario. Y ya se atisba como dicen los campesinos cuáles serán las principales motivaciones de los debates en el congreso. Afilan sus cuchillos los que quieren imponer una agenda legislativa inspirada en la lucha a muerte contra el enemigo ideológico. Se preparan quienes quieren demostrar mediáticamente que los supuestos enemigos de la paz tienen vínculos con los grupos ilegales y quienes quieren usar el parlamento como tribuna para demostrar que el proceso de paz no vale la pena porque se adelanta con grupos terroristas y narcotraficantes, para tratar de impedir la negociación política con los subversivos. Lo interesante de que al Cogreso hayan llegado figuras de talla presidencial como Horacio Serpa o Antonio Navarro quedará empañado por los debates inspirados en la idea de aplastar al contrario y eliminar al contradictor que se percibe en muchos parlamentarios polarizados y radicalizados, construidos en medio de los dolores de la muerte de sus cercanos y la no muy bien tratada capacidad de perdón. Echarle leña al fuego parece ser la consigna de muchos colombianos que tienen hoy el poder. Y es muy poco el sentido de ponderación o de búsqueda de equilibrios que exhiben los personajes influyentes en la vida nacional, ya sean parlamentarios o periodistas, jueces o autoridades en los organismos de control. Pocas voces como la de Angelino Garzón se escuchan para pensar en serio en un proceso de paz, cuya primera condición debe ser la capacidad de perdonar para buscar una reconciliación real de los colombianos. Casi nadie está pensando en que para que cese la violencia se requiere repensar el país a partir de reconocer que todos nos hemos equivocado y que no hay nadie que pueda tirar la primera piedra respecto de no haber azuzado de una u otra manera a los actores de la violencia. Ora simpatizando con la guerrilla desde los años sesenta, ora celebrando la aparición de los paramilitares en los ochenta. El rencor y la rabia en el corazón parecen ser el nombre del juego en la actividad política nacional. La polarización y la agudización de las contradicciones son las consignas que rigen a los principales líderes de los bandos ideológicos enfrentados. El odio visceral y la furia antiuribista emulan con creces con la animadversión y la inquina antiguerrillera o antimamerta presentes en todos los escenarios del país político. Con tristeza se observa que no es precisamente la búsqueda de justicia o la intención de impulsar el cumplimiento de la ley lo que anima a muchos de quienes en la vida pública asumen posturas radicales y extremas contra el bando enemigo. Al contrario, persiste un fuerte tufillo de retaliación y una muy poco oculta sed de venganza en muchos de sus actos y pensamientos. Se respira en ambientes de persecución, difamación y matoneo en casi todos los círculos sociales, políticos y judiciales. La desconfianza, la suspicacia y la paranoia se han apoderado de la vida de muchos de los líderes del país. La ciudadanía que cree en la paz tiene que ponerse al frente y parar este modo de vida a la que nos han llevado los sectarios de todos los pelambres. Es hora de que los indiferentes, los pasivos y los apáticos inicien una cruzada por el desarme de los espíritus, como camino paralelo a la búsqueda del desarme real de guerrilleros, paramilitares y toda clase de bandas criminales. Los colombianos de bien tienen la palabra. Es hora de que la ciudadanía indignada se pare en la raya frente a los ánimos incendiarios. Ha llegado la hora de ponerle el tatequieto a la cascarita y a la trampa. Este es un momento de vida o muerte para la paz. No se puede dejar que los vengativos y los belicosos sigan comandando el quehacer nacional. Por la paz hay que acabar con las pesquisas prejuiciadas, la sobredimensión de los informantes, los estímulos a los supuestos delatores y la práctica del todo vale contra el enemigo. Es hora de impulsar a los valientes de hoy que no son los guerreristas ni los implacables. No son aquellos que le gritan gamín al contrincante o agarran a puños a sus escoltas. Es tiempo de construir nuevos héroes sacados de los pacifistas, los comprensivos, los equilibrados y los armoniosos. Hoy la virtud que requiere la Colombia ensangrentada es la  del perdón y la reconciliación. Hoy los valientes son los tolerantes, los que respetan al otro como un legítimo otro, los que buscan la armonía, los que comprenden la otredad, los que respetan la diferencia y los que creen en el valor de la diversidad. Necesitamos más temperamentos como los de Antanas Mockus o de Sergio Fajardo, más esfuerzos por buscar la comprensión del contrario que la de aplastarlo. Abajo los cascarrabias, los camorreros, los prepotentes, los pendencieros, los autoritarios. Que vivan los buenapapa y los que no le comen cuento al ojo por ojo ni al diente por diente. Necesitamos más tempramentos como el de James Rodríguez y menos como el del uruguayo Luis Suárez. Necesitamos políticos que se inspiren más en otro uruguayo, Pepe Mujica, y menos de aquellos que parecen inspirados por Hitler o por Stalin, por Chávez o por Pinochet.
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