Santísima trinidad: calzoncillo, Harley y pajarito

Mié, 08/05/2013 - 01:03
Tres símbolos entrelazados representan la actualidad nacional, algo así como una Santísima Trinidad. El primero es el calzoncillo presidencial, hábilmente retratado en cuanta caricatura se ha publ
Tres símbolos entrelazados representan la actualidad nacional, algo así como una Santísima Trinidad. El primero es el calzoncillo presidencial, hábilmente retratado en cuanta caricatura se ha publicado en los últimos días, luego que el Presidente saliera en paños menores en primera página de El Tiempo leyendo El Pilón tras pasar la noche en una de las 100.000 viviendas gratis entregadas a lo largo y ancho del país, en este caso en Valledupar. ¡Ay hombe! Calzoncillo que nos recuerda que las 100.000 viviendas son un caso, no de política social, sino de politiquería social. Es como una familia de cinco hijos, donde se decide enviar a uno a estudiar a la Universidad de Los Andes y a los otros matarlos de hambre. Hay más de 2 millones de hogares que necesitan vivienda y no tienen cómo acceder a ella. La respuesta del gobierno no es hacer un esfuerzo fiscal y asumir la cuota inicial o subsidiar las cuotas, algo que permita darle alguna solución a TODAS esas familias. Sino repartir 100.000 gratis. ¿Y quién decide a quién le tocan? Averíguelo Vargas...Lleras. Conclusión, el "Santo Calzoncillo" representa hasta dónde está dispuesto a bajarse los pantalones este gobierno, con tal de ganar su larga partida de poker. Y nos lleva al segundo símbolo...La moto Harley Davidson en la que posó alegremente para la foto (¿mirando el pajarito?) Iván Márquez de las FARC, paseando por La Habana. Se pregunta uno cómo en un paraíso socialista como Cuba, alguien consigue una Harley Davidson, más aún un guerrillero en pleno proceso de negociación. No se cuál sea la respuesta, pero para cualquier colombiano o latinoamericano que monta todos los días en un bus destartalado e inseguro, no hay que ser muy creativo...ese "tío", como dirían los españoles, tiene mucha plata. Lo cual nos lleva a la bendita Harley, como el símbolo que nos recuerda por qué fracasará el proceso de paz en La Habana. No será por la oposición del uribismo. Ni por la impunidad para delitos atroces. Ni las reservas campesinas, o por el dilema entre una constituyente o un referendo. Fracasará por los mal contados US$1.500 millones al año del narcotráfico que desde hace 30 años sostienen la actividad de las FARC. Estos recursos no van a desaparecer. En el mejor de los casos los asumirá otro grupo, o cualquiera que decida seguir usando la marca "FARC". Se nos olvida que a diferencia del mundo de la legalidad, donde las marcas como Pepsi -por ejemplo-, tienen dueño, en la ilegalidad las marcas no lo tienen, pertenecen a quien quiera usarlas. Así como cualquier extremista islámico puede decir que es Al Qaeda, cualquier narcotraficante disfrazado de rebelde puede llamarse FARC. Es la estrategia al menudeo del "súbete a mi moto". Lo cual nos lleva al tercer símbolo, el impajaritable pajarito que le habla al oído a Nicolás Maduro en Venezuela. Me pregunto si al chavismo en su eterno delirio paranóico, no se le ha ocurrido pensar que tal vez el pajarito no es la voz de Chávez, sino un dron de última tecnologia diseñado por los servicios secretos del imperio para confundir a Maduro y ponerlo a decir pendejadas. Lo que está claro es que Nicolás Maduro -con o sin pajarito-, no es Chávez. Mientras más mira uno la situación de Venezuela, más se descubre que lo que Hugo Chávez representó fue una reivindicación étnica, la de las personas que compartían con él un tipo racial mestizo, mulato, o "saltaparatrás" -como decían los españoles- y que saben que son excluidos de las oportunidades, reservadas para quienes tienen cara, pinta y estética de europeos. Como bien lo dice Nancy DiTomaso, vicedecana de investigación de Rutgers Business School en un ensayo reciente para el New York Times, el favoritismo entre blancos no solamente distribuye las oportunidades en forma inequitativa, sino que cuando las redistribuye, también lo hace en forma inequitativa. Y eso es en Estados Unidos, imagínense en Latinoamérica. Basta mirar a los directivos de las 500 empresas más importantes de la región, a ver cuántos son indígenas o afros. O al menos lo parecen. Por más errores que cometiera, por más corrupción, inseguridad, ineficiencia, despilfarro, abuso, arbitrariedad o malas compañías, todo se le perdonaba a Chávez. Era el campeón de los excluidos, con su elegante sudadera de bandera de Venezuela, el que se oponía a un sistema que parece justo pero que en la práctica no lo es. Y que se resistía, devolviéndole a cucharadas al imperio, muestras de su propia medicina ramplona, ignorante, petulante. No importa si en el camino se terminó envenenado él mismo. Y de paso a toda Venezuela. El hecho es que Maduro no es Chávez. No es la encarnación de ese sentimiento, solo una imitación de sus métodos. La golpiza a Maria Corina Machado, así lo evidenció. Se le está desbaratando la estantería, y no hay pajarito que lo salve. Se transformó de palomita de paz para Colombia, en ave de mal agüero. Quizás ya es hora de que nos responsabilicemos de nuestro propio destino. Mientras universidades de Estados Unidos, Canadá, Israel, España, Suiza y Brasil están investigando el uso de plantas psicoactivas para tratamientos psiquiátricos -dado que la industria farmacéutica no ha podido inventar una molécula nueva desde 1950- aquí, donde tenemos de lejos la mayor biodiversidad de esas plantas en el mundo, no existe investigación. Solo improvisamos con las peregrina idea de darle marihuana a los adictos al bazuco. Se va a repetir la historia de la marihuana, cuando nos demos cuenta el negocio legal y la ciencia que lo fundamenta estarán allá y nosotros nos quedamos con las víctimas, el glifosato y encandilados...mirando el pajarito.
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