Tan bobos

Vie, 13/04/2012 - 09:03
Siendo bipolar, las etapas de manía se intercalan con la depresión. Cada etapa puede durar meses o años. Mi peor época de manía sucedió hace seis años, cuando yo

Siendo bipolar, las etapas de manía se intercalan con la depresión. Cada etapa puede durar meses o años. Mi peor época de manía sucedió hace seis años, cuando yo vivía sola en New York (aclaro que hoy vivo en la capital de los hippies). Estaba desesperadamente tratando de buscar novio, pero cada vez que conocía a alguien me las arreglaba para sabotear la cita o la relación.

La estrategia es la de siempre: un perfil en JDate, el sitio web de citas para judíos, donde, suponía yo, el ser judío es una vacuna contra la locura y la idiotez. Que equivocada estaba. Estas dos no discriminan ni siquiera al pueblo elegido, son universales.

Con la ciencia dominada sobre como escribir un perfil atractivo, más las fotos de estudio donde muestro un profundo escote, puedo garantizar contactos de muuuuchos solteros. Creo que a fin de cuentas pesa más el escote, nadie lee los perfiles a menos que sea para ver el número de hijos que todavía viven con la candidata, aunque un pobre idiota me dijo alguna vez que había dudado en llamarme porque en mi perfil decía que mis ideas políticas eran conservadoras. No es extraño que a los cincuenta y pico nunca se haya casado.

Un tipo llamado Stanley me contacta y quedamos de vernos en un restaurante un sábado a las nueve de la noche. Llegando al restaurante paso al frente de un tipo bajito y barrigón. Entro y me siento en la barra a esperar al personaje. Pido un trago y decido pagarlo yo. Pasan 15 minutos y Stanley no llega. Le digo a la hostess que voy a agarrar mesa antes de que el restaurante se llene y ella me dice que mi pareja no va a venir. Me explica que Stanley entró brevemente y le pidió que me lo dijera. Desconcertada me tomo otro trago y me voy. A las diez de la noche estoy de vuelta en la casa.

Tengo un mensaje en el celular. Stanley, mentiroso, dice que no pudo llegar, se disculpa. Después me manda un email furioso diciendo que yo no me parezco a la de la foto. Eso no es totalmente cierto, pero las fotos si han sido arregladas con photoshop. Yo le contesto preguntándole si el es el gordo bajito y barrigón que estaba en la esquina del restaurante. Me contesta que sí y que además es calvo. Mr. George Clooney estaba pisteando la pinta de la mujer de sus sueños antes de comprometerse a pagar la cuenta de un restaurante en New York. Le digo que es un gordo cobarde. Me pide una segunda oportunidad. Lo mando al carajo con la expresión que más me gusta “get lost”, piérdase.

Sam también es gordo pero alto y corpulento. Es calvo. Salgo una vez con él y el monotema es su hijo de 15 años que murió arrollado por un tren cuando pintaba grafitis en la pared de una estación. Era hijo único y Sam está divorciado. Pienso que por lo menos alguien tiene un drama peor al mío. Cuando les cuento a los prospectivos novios que mi marido murió de cáncer en el cerebro, se espantan porque consideran que les estoy dando "demasiada información". Lo consideran muy íntimo como para confesarlo en una primera cita. Imbéciles.

La segunda vez que salimos vamos a caminar hasta un museo un domingo a las diez de la mañana. Después de dos cuadras me da un hambre horrible y le digo a Sam que desayunemos. Él no contaba con ese gasto en su presupuesto. Sugiero un comedero francés cerca del museo. Se enoja y dice que él solo quiere huevos, que si quiero comer francés bien pueda vaya sola y pague yo, que él va a entrar a un desayunadero a comer exclusivamente huevos. A mí no me gusta el huevo. Sin decir una palabra me doy la vuelta, lo dejo plantado en la calle y me devuelvo hasta mi apartamento. Desde la ventana miro la calle. Sam ha parqueado su carro al pie de mi edificio. Ha vuelto y está sentado adentro. Se queda dos horas entre el carro hasta que al fin decide irse. Que alivio. Yo ya iba a llamar a la policía.

Aaron es un religioso de una corriente que se llama Nueva Ortodoxia. Son extremadamente conservadores, igual a los ortodoxos que vemos vestidos de negro y con sombrero en la calle, con la diferencia de que la vestimenta es normal. Pero todo lo demás es regido por la ortodoxia. Aaron es divorciado, lo cual es extremadamente raro en su corriente. Dice que a su esposa le dio anorexia y eso acabó con su matrimonio. Tiene una rabia incontenible.

Quiere ir a cine. Me recoge a las carreras, vamos a un complejo de teatros que queda cerca de Columbus Circle y donde obviamente no hay parqueadero. Deja el carro a unas ocho cuadras y toca ir corriendo al cine donde llegamos tarde a ver una película inmemorable. No hemos hablado nada en toda la cita, demasiado ocupados en correr y ver la gringada en la pantalla. Nada para comer.

Ya de vuelta en el carro Aaron me cuenta que está jodido. El pertenece a la categoría de los sacerdotes, los Cohanim, para los que rigen reglas especiales. Una de ellas es que no pueden casarse con divorciadas, solo con solteras o viudas y es por esa condición que me ha escogido a mí. Dentro de su secta no hay solteras en su grupo de edad, a todas las han casado desde jovencitas. Solo quedan las viudas que son verdaderamente escasas.

Llegamos a mi casa y Aaron me dice de frente que quiere acostarse conmigo. Nos acabamos de conocer, el tipo no es ningún Adonis y además he descubierto que no tiene dinero ¿Qué se está creyendo? ¿Que porque no soy religiosa se lo voy a dar así no mas? Que por lo menos me invite a una buena cena. Otro que mando al carajo.

Y como Stanley, Sam y Aaron hay muchos más. A su debido tiempo se sabrán sus historias.

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