Una guerra sin héroes

Jue, 21/05/2015 - 11:40
El historiador Medófilo Medina decía en estos días en Canal Capital, que los delitos de las Farc y del ELN deben ser considerados políticos, ya que son conexos y que por lo tanto pueden ser perdon
El historiador Medófilo Medina decía en estos días en Canal Capital, que los delitos de las Farc y del ELN deben ser considerados políticos, ya que son conexos y que por lo tanto pueden ser perdonables, mientras que los de los militares, y menos los de los paramilitares, no, porque los delitos de la subversión han sido producto del altruismo. Tamaña audacia. El ‘filomamerto’ profesor de la Universidad Nacional parece abrogarse el derecho a decir, desde su sesgo, quién es altruista y quién no, porque alguien que lo escuche y crea que, por ejemplo, el coronel Alfonso Plazas Vega actuó en defensa de la patria o de las instituciones, cuando la retoma del Palacio de Justicia, sentiría que el profesor atiza el fuego justo en momentos en que se requiere mirar de otra manera, repensar el conflicto, recapitular sobre sus orígenes y revisar sus responsables. Porque si lo que se quiere es la paz, lo primero que hay que dejar a un lado es el maniqueísmo. O sea, aquella emoción que aplica la moral leninista, según la cual lo bueno es lo que le sirve a la revolución y lo malo es lo que no le sirve. Justamente ahí es donde queda palmariamente demostrado por qué la paz tiene más piedras en el camino de las que se le conocen abiertamente, y que los enemigos agazapados de la paz no sólo están en las mentes de la ultraderecha sino también en las almas oportunistas de la ultraizquierda. Es exactamente la falta de altruismo lo que hace que se pueda pensar, ad portas de firmar la paz con la guerrilla, que las atrocidades de un sector son perdonables pero que las del contrario no. No es muestra de grandeza, no es reflejo de humanismo, ni de solidaridad cuando se piensa desde el sectarismo. Eso es echarle más leña al fuego. El altruismo es el gran ausente en el conflicto colombiano. Obras son amores y no buenas razones, dice la sabiduría popular. No por hablar a nombre de los pobres se actúa en beneficio de los pobres. No por recitar el marxismo leninismo se deja automáticamente el comportamiento lumpesco, que no es otra cosa que la actividad criminal sin consideraciones humanas, sin respeto por la vida o sin conductas protectoras de la dignidad humana. ¿Qué altruismo se le puede encontrar a las prácticas de los collares bomba o de los cilindros bomba, que las haga diferentes a las de las motosierras? ¿Qué masacre puede ser considerada altruista? Hay que recordar que tanto Hitler como Stalin se creían altruistas. Otra cosa es que, en aras de la paz, se pueda perdonar la atrocidad, pero en todo caso ese perdón no podría ser selectivo, ya que lo que se lograría de esa manera es aplazar la revancha del bando marginado de una paz maniquea. Ese altruismo que tanto escasea en el gobierno a la hora de abordar la solución real del conflicto, que le impide nombrar un gabinete de paz, formar un equipo para una coyuntura excepcional, con criterio de inclusión, o siquiera pensado con carácter de gobierno de transición. No se observa una actitud de emergencia nacional para buscar un equilibrio de pensamientos, ni que se tenga conciencia de estar en disposición de sacrificar algo por parte del establecimiento. Ese altruismo, que no se asoma porque sus ministros son producto de la politiquería y de la mermelada y no de la búsqueda magnánima de personalidades comprometidas con la vida, el respeto, la equidad o algún voluntariado afín a la crisis en relación con los derechos humanos, la convivencia o la reconciliación, donde se necesitan personas con cierta vocación de paz, con nociones de solidaridad, con ejercicios de justicia social o con sentimientos de construcción colectiva. Es decir, prohombres, personalidades, humanistas o pacifistas, que son exactamente lo contrario a la clase política tradicional, fuente principal proveedora de los funcionarios de alto nivel. Si el fiscal Eduardo Montealegre o el procurador Alejandro Ordóñez fueran totalmente ajenos al debate electoral para suceder al presidente Juan Manuel Santos, se les podía creer que aunque fueran obtusas sus posiciones, tendrían algo de altruismo. Desprevenidamente se podría imaginar cualquier ciudadano que ellos piensan en el bien del país, aunque sus posturas, tanto filosóficas como políticas, sean por lo menos curiosas. Pero lo triste es que se evidencia en estos dos casos el rampante oportunismo que los lleva a pensar que gracias a los superpoderes que han heredado de una buena intención constituyente, pueden meterse hasta en las negociaciones de paz con claros propósitos de apuntalar sus respectivas candidaturas. Porque la grandeza no es la que comanda la actividad política de estos funcionarios, sino la mezquindad y el ruin afán personalista. O ¿de dónde acá el fiscal que está llamado a investigar y acusar a los delincuentes ante la justica, ahora funge como defensor de quienes deberían ser sus investigados y sus acusados? ¿Altruismo? Nooo, populismo con la justicia transicional en aras de ganarse el favor de las Farc como candidato hacia un gobierno de transición en cabeza suya. Mas claro no canta un gallo. ¿O acaso el Procurador se atraviesa en todo solo por ser fiel con sus principios religiosos? Mamola; su apuesta es por ser el candidato de la derecha en la esperanza de que el proceso de paz no llegue a buen puerto y que el péndulo electoral quiera hacer un cambio de 180 grados. Su meta es desbancar a Marta Lucía Ramírez y a Óscar Iván Zuluaga como candidatos de la derecha y la ultraderecha. Pero Fiscal y Procurador se venderán como altruistas y por eso no se callan como les propone la revista Semana. Porque están en la juega, como se dice hoy en La Habana. Y como no hay grandeza ni una apuesta por un postulado máximo en favor de toda la sociedad colombiana, como sería la paz sostenible, el verdadero posconflicto armado, a los ciudadanos de a pie, aquellos que ven pasar y pasar la historia de nuestra nación siglo tras siglo sin solución, como canta Piero, no les queda otra opción que apostarle a que el juego de Santos no caiga en una ruleta rusa. Porque a falta de estatura se ha dejado la historia del país a la suerte. Hagamos votos porque el azar juegue a favor de Colombia, ya que el presidente ha dejado las movidas aventureras del póker para ensayarse en la habilidad del ajedrez, como lo hizo con el famoso enroque al cambiar a su ministro de defensa por su embajador en Estados Unidos, en una jugada en la que el altruismo parece no estar presente para tan altos ministerios. Ahora el tablero permitirá no solo fichas blancas y negras, ni cuadros alternados, las jugadas de los que hasta ayer eran alfiles ya van hoy por el trono y pueden terminar en caballos haciendo diagonales. El fiscal propone que se abandone el juego de parqués porque hay encarcelados pero sus dados están cargados y pueden caer en una operación jaque, al revés de la que protagonizó Santos. Y en ese caso puede ser un mate a la democracia por no haber sabido manejar los caballos, que ahora parecen de Troya. Ya los ajedrecistas no son del Cartel de Cali sino aquellos que le apuestan a ejércitos comandados por la diplomacia y los ilusos que le apuestan a ejércitos sin arraigo popular, donde pueden encontrar altruismo en una guerra sin héroes.
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