Amy Winehouse

Mar, 15/07/2014 - 06:57
El Club de los “27”

por Fernando Salamanca

El Club de los “27”

por Fernando Salamanca


Descarga de energía en sus presentaciones

Amy Winehouse no fue una poetiza, sino un poema. Encarnó las vicisitudes de la juventud, el paso rápido del romanticismo al realismo, de los pequeños clubes en Candem a los atiborrados conciertos en grandes ciudades, del anonimato a aparecer reiteradamente en los tabloides sensacionalistas británicos (los más amarillistas del mundo). El rock and roll, el soul, surgieron como una reacción juvenil a la abúlica y disciplinada sociedad británica de la hambrienta posguerra, a la moral victoriana imperante y al excesivo apego del éxito y fracaso como estampas de vida. La contracultura condujo a la creación de utopías para escapar de la realidad o hacerla más llevable, de ahí que “Imagine”, sea un himno de los sesenta. El estilo de vestir o de peinarse, incluso de hablar cambió en esta época. Herencia que toma Winehouse en sus influencias musicales o en su personalidad: su beehive (tomada de la moda de los años 50) y la pasión por los tatuajes. Exteriorización de una inquietud constante y de una libertad inextinguible.


Con su peinado Beehive, de moda en los años 50

Hija de un taxista y una farmacéutica londinenses, Amy Winehouse se introdujo en el mundo de la música desde su infancia, en su casa el blues y los ritmos de Nueva Orleáns eran los más escuchados: el blues de Dickinson, la voz de Ella Fitzsgerald y las grandes orquestas de jazz. Además, su padre entonaba cotidianamente las canciones de Frank Sinnatra. El momento germinal ocurrió a los trece años, cuando recibió su primera guitarra y al año siguiente ya componía y escribía las letras y música de sus propias canciones. Su talento innato en la interpretación y su voz particular (contralto) canalizaron sus emociones, su desfogue brutal y excesivo, que serían impronta en sus años de madurez. La mezcla de diversos ritmos como soul, jazz, ska caracterizaron su universo musical, su primer álbum titulado “Frank” suscitó buenas críticas de especialistas y una notable aceptación entre el público juvenil. Ya con su segunda trabajo “Back to black” su carrera despegó de forma frenética, llegando a obtener cinco Grammys en el 2008. Sin embargo, no pudo asistir a la ceremonia de entrega a raíz de problemas de visado por sus ya conocidos problemas de drogas y escándalos públicos.

27 es un número fatídico en la historia del rock and roll. A esa edad desaparecieron el fundador de los Rolling Stones, Brian Jones, en circunstancias que hoy en día siguen despertando controversia; el guitarrista Jimmy Hendrix, por una sobredosis de drogas y alcohol; el mítico “Rey Lagarto”, Jim Morrison, dejó su último rastró en Paris y su cuerpo descansa en el mismo cementerio de Wilde; el símbolo del grounge, Kurt Cobain, adicto a la heroína y depresivo sin medida, decidió poner fin a sus días de un balazo de escopeta, no sin antes dejar una sentida nota de despedida. Winehouse entró en el club de los “27”. El proverbio de “mi vida no fue corta, sino que viví de prisa” coincide con su legado, no con su irremediable alcoholismo o aturdida vida personal, eso son temas para faranduleros o cantaletas trasnochadas. No para seguidores o amantes de la música, que escuchan y ven en Amy una fuente de placer, de vida, de lo que es una buena interpretación sonora.


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