César Vallejo

Mié, 16/03/2011 - 00:00
Además de una novela proletaria, unos cuantos cuentos y dos colecciones de ensayos, César Vallejo escribió cuatro libros de poesía, con cada uno de los cuales logró abrir un nuevo camino en las l
Además de una novela proletaria, unos cuantos cuentos y dos colecciones de ensayos, César Vallejo escribió cuatro libros de poesía, con cada uno de los cuales logró abrir un nuevo camino en las letras latinoamericanas. Pablo Neruda es más famoso, Gabriela Mistral fue más galardonada, Octavio Paz es más prolífico, Borges ha sido traducido mucho más, y sin embargo, César Vallejo es el mejor poeta de América Latina porque escribió una poesía menos famosa, menos premiada, más pequeña y menos traducida, pero mejor. Y todos los poetas mencionados –con excepción, tal vez, de Paz, que lo sabía pero no lo decía en voz alta-, han reconocido este estado de cosas. El primero de sus libros se llama Los heraldos negros, y es un libro al estilo modernista, aunque con Vallejo las categorías se refieren más a lo que transgredió que a lo que se ajustó. Lo escribió y lo publicó en Lima, en 1919, cuando aún no era más que un profesor de gramática en un colegio. El primer poema del libro, que lleva el título de toda la colección, es ya famoso: Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé! Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos, la resaca de todo lo sufrido, se empozara en el alma… Yo no sé! El titubeo es adrede, y a cada sucesiva lectura, cada vez que exclama Yo no sé! intuimos que al contrario, sabe exactamente de qué está hablando. Hasta ahí, de todos modos, es un poema modernista. Sin embargo, el tercer párrafo dice así: Son las caídas hondas de los Cristos del alma, de alguna fe adorable que el Destino blasfema. Esos golpes sangrientos son las crepitaciones de algún pan que en la puerta del horno se nos quema. Armar una imagen con elementos tan mundanos como un pan en la puerta de un horno era impensable en la época, y en efecto no fueron pocos los que se burlaron del infortunio, entre los cuales Miguel de Unamuno, años después cuando el libro llegó a sus manos. Pero para entonces ya Vallejo había escrito su segundo libro, llamado Trilce, del que muchos de sus contemporáneos no entendieron ni el título. En Trilce Vallejo inventa palabras, las usa como imágenes sobre el papel y altera la gramática: Mañana esotro día, alguna vez hallaría para el hifalto poder entrada eternal. Trilce es un libro vanguardista anterior a la vanguardia poética europea, al surrealismo, en el que los poetas españoles y latinoamericanos hallarían nuevas formas de usar el español. Con ese libro en mano, Vallejo se muda a París, de donde nunca habría de regresar. Allá conoce a Vicente Huidobro, el poeta chileno, y a Alberti, Bergamín y García Lorca, los de la generación del 27. Con ellos hace publicaciones, participa en charlas de café y hace proyectos que habrían de verse prontamente frustrados con el inicio de la Guerra Civil. Entonces muchos poetas se dan a la causa comunista, como Alberti, Celaya y Neruda, causa que en muchos casos arruinó sus obras. De todas formas Vallejo los apoya, y participa en la Alianza de Intelectuales Antifascistas, que tiene sede en Madrid, y a la que cada vez concurren más artistas y poetas. Hemingway y Aragon pasaron por allí. Durante ese tiempo Vallejo escribió la parte revolucionaria de sus obras, entre las cuales están sus textos en prosa, que no fueron publicados sino hasta después de su muerte. Ningún editor quería arriesgarse con textos tan contestatarios y comprometidos. Su obra poética, sin embargo, aunque no era menos revoltosa, sí era mucho menos comprensible, pues Vallejo ya había hallado el camino de su lenguaje, y así es que algunos de sus poemas aparecieron en revistas españolas y antologías de la editorial Losada, que en Buenos Aires se dedicaba a publicar todo lo que los españoles censuraban. De todas formas no fue sino hasta 1939 que aparecieron ediciones completas de Poemas humanos y España, aparta de mí este cáliz, pero ya un año antes, un lluvioso viernes santo en París, César Vallejo había muerto en un hospital cualquiera, pobre y agotado. Por eso, la primera lectura de sus Poemas humanos estuvo para sus contemporáneos cargada de sombras y significados: Hoy me gusta la vida mucho menos, pero siempre me gusta vivir: ya lo decía. Casi toqué la parte de mi todo y me contuve con un tiro en la lengua detrás de mi palabra.
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