Homero Manzi

Mar, 03/05/2011 - 00:00
Las primeras letras de tango, no las muy primeras, como las de don Ángel Villoldo, sino las primeras en adquirir cierta fama general en Buenos Aires, alrededor del año 14, en que Pascual Contursi es
Las primeras letras de tango, no las muy primeras, como las de don Ángel Villoldo, sino las primeras en adquirir cierta fama general en Buenos Aires, alrededor del año 14, en que Pascual Contursi escribió Mi noche triste, fundando el tango-canción, ya buscaban y en algunos casos ya habían encontrado algunos de los que habrían de ser los temas favoritos del tango. Hasta antes de Contursi las letras del tango eran jocosas, groseras y muy pocas tenían versiones fijas, pues se le improvisaban estrofas a gusto del cantor que la cantara. Con Contursi llega el llanto al tango, y también llega el lunfardo, más con Celedonio Flores. Ellos dos, a la cabeza de tantos otros, conforman la primera generación de letristas del tango, la que le escribió a Gardel todos sus tangos más memorables, más dolorosos. Pero las mismas características que las hacían tan únicas, las fueron haciendo también algo obsoletas. El tema del bacán recién a quien su paica dejó por un otario con más plata se volvía rápidamente plano y cliché si no estaba en manos de Pascual Contursi. El lunfardo se volvía incomprensible si no estaba en manos de Celedonio Flores. Y sobre todo, los tangos se volvían rápidamente obsoletos si no los cantaba Carlos Gardel, y Carlos Gardel murió en el 35, por ir a cantar a Medellín. Contursi había muerto tres años antes, pero Celedonio seguía vivo, y no había realmente nadie que le diera la talla a sus canciones. El tango entró en decadencia. Y cuando finalmente salieron a la luz los aprendices del Zorzal para inaugurar una nueva etapa del tango, una etapa menos romántica, menos popular, en el sentido de un menor público, y más popular en el sentido en que era no mucho más obrera, mucho más urbana, ya Celedonio había muerto, y parecía no quedar un solo poeta decente. Por suerte, sin embargo, estaba Enrique Cadícamo y por suerte estaba Homero Manzi. Homero Manzi ya venía escribiendo desde hacía algunos años, y Gardel había alcanzado a cantar una de sus milongas, Milonga sentimental. Pero el verdadero Manzi, el autor de Malena, Sur y El último organito, no vendría sino hasta entrados los cuarenta, para ser cantados por Julio Sosa, Edmundo Rivero y el Polaco Goyeneche, las nuevas voces del tango. Los tangos de Manzi no usaban el lunfardo, que en esa época era como tocar tango sin bandoneón, y sin embargo, demostraron que se podía hacer un tango igual de tanguero sin él: Sur, paredón y después... Sur, una luz de almacén... Ya nunca me verás como me vieras, recostado en la vidriera y esperándote. Ya nunca alumbraré con las estrellas nuestra marcha sin querellas por las noches de Pompeya... Las calles y las lunas suburbanas, y mi amor y tu ventana todo ha muerto, ya lo sé... Sí usaban, sin embargo, las historias y el imaginario donado al tango por Contursi, las historias de bacanes despechados, de nostalgia por el barrio de la juventud, que en el caso de Manzi era Nueva Pompeya, donde ahora una calle tiene su nombre. Sin embargo, esas historias ya un poco trillada en sus letras recobraba toda su fuerza evocativa, pues se la mezclaba con otra cantidad de historias tópicas tomadas de los versos de Evaristo Carriego, y en menor medida de los de Lugones, que Contursi nunca había explorado. Algunos cuentan, por ejemplo, el final de esa historia contursiana del bacán que queda despechado por el abandono de su amiga. Ella, creyendo que se iba a vivir con un otario que la haría feliz, termina en cambio cantando en los burdeles de los lupanares, vendiéndose y cantando tangos. Tal vez allá en la infancia su voz de alondra tomó ese tono oscuro de callejón, o acaso aquel romance que sólo nombra cuando se pone triste con el alcohol. Malena canta el tango con voz de sombra, Malena tiene pena de bandoneón. Aunque la historia del tango suele ser la historia de sus músicos y sobre todo la de sus cantantes, la de sus letristas no es menos importante, y aunque suele ser tema sólo de los expertos y fanáticos, es la que mejor ilustra la historia del tango, y la historia de Buenos Aires. El tango es un género que ha tenido tantos auges como caídas, tantos momentos de gloria como momentos de sombra. Y sin embargo, resurge una y otra vez. El primer resurgimiento, que en realidad fue casi el surgimiento, fue el de Carlos Gardel, que es el de Contursi y Celedonio; el último fue el de Astor Piazzolla, que es el de Horacio Ferrer. Entre esos dos, el segundo, el de los años cuarenta, suele quedar un poco a la sombra, pero fue uno sin el cual Piazzolla de seguro no habría existido, y sin el cual el tango se habría vuelto un pájaro disecado de museo, para las noches de nostalgia de viejos melancólicos, y no sería la cosa cambiante y viva que sigue siendo hoy, y eso se lo debemos, aunque a muchos otros también, en gran parte a Homero Manzi.  
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