Molière

Mar, 15/01/2013 - 03:15
Jean-Baptiste Poquelin, más conocido como Molière, es el dramaturgo más importante de Francia, y sin duda uno de los más influyentes de la historia del teatro. Fue con sus comedias, más que con s
Jean-Baptiste Poquelin, más conocido como Molière, es el dramaturgo más importante de Francia, y sin duda uno de los más influyentes de la historia del teatro. Fue con sus comedias, más que con sus dramas, con que Molière maravilló en su tiempo a los habituales del teatro y escandalizó a las señoras elegantes de la nobleza, que se reían de sus obras desde su balcón privado y después lo acusaban de inmoral en la visita. Si con una obra ganaba el favor del rey, con la siguiente era desterrado de la corte, y en estos vaivenes, sumados a la constante condena de la Iglesia, que consideraba el oficio de actor como inmoral, pasó Molière su vida entera. Sus obras, sin embargo, si es que pasaban el filtro de la censura, se representaban constantemente primero en París y luego en teatros del país entero, y a pesar de su mala reputación, llenaban sin falta los teatros. La razón del éxito de las comedias de Moliére se debe a que además de ser obras cómicas cargadas de humor popular pero nunca demasiado grosero, y de las dotes mímicas del propio Molière, que actuaba en varias de ellas, todas contenían un fuerte componente de crítica social, dirigido sin piedad a alguno de los sectores que solían condenarlo. De ese modo, casi nadie se salvó de su letal aguijón, que le llegó por turnos tanto a los curas, en El Tartufo, como a las damas de la alta sociedad, en La escuela de las mujeres, como a los moralistas que habían osado criticar esa obra, en La crítica de la escuela de las mujeres. De ese modo, todas ellas le ofrecían al público reírse de alguna de las instituciones o clases sociales contra las que por cualquier motivo tenían algo en contra, privilegio reservado a la sala del teatro donde reírse estaba permitido. Era de esperarse, entonces, que los comentarios públicos de sus obras no reflejaran verdaderamente la opinión de los espectadores, pues todo el sentido de las obras radicaba en ese placer prohibido de reírse de los más poderosos. Y a fin de cuentas, a Molière no le fue tan mal como le habría podido ir. Gracias al oficio de su padre, que era el tapicero real de la corte, el joven Molière tuvo la oportunidad de presentar sus primeras obras frente al rey, el cual no dejó de apreciar los bien tejidos entramados de sus historias, tan sutiles como los de los tapices de su padre, y su fino sentido del humor. De ese modo, aunque más por presiones externas que por voluntad propia el rey se vio obligado a quitarle su favor repetidas veces, cosa de aplacar los celos generales, terminó por reconocer su arte al grado en que lo permitía el clima del momento, enterrándolo con honores y conservando la memoria de sus obras.
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