Sandro Botticelli

Jue, 28/02/2013 - 00:00
El siglo XV, en Italia, es el del redescubrimiento del arte de los antiguos griegos y romanos. Ya en el siglo anterior el pensamiento de esas civilizaciones había regresado a Europa después de más
El siglo XV, en Italia, es el del redescubrimiento del arte de los antiguos griegos y romanos. Ya en el siglo anterior el pensamiento de esas civilizaciones había regresado a Europa después de más de diez siglos de ausencia. Las obras de Aristóteles, Platón, Euclides y varios pensadores romanos habían desaparecido de las bibliotecas y monasterios europeos durante la Alta Edad Media, larga época de decadencia social y política, en los antiguos caminos romanos que mantenían a las ciudades conectadas fueron desapareciendo bajo la maleza, y en que la mayoría de monasterios y castillos murieron en manos de las llamas o del moho. Pero los libros de esos grandes pensadores también habían llegado a las bibliotecas del Imperio Romano de Oriente, a Bizancio, y ahí fueron preservados en traducciones árabes y turcas hasta que casi diez siglos después, cuando los cruzados volvieron a restaurar las relaciones con Oriente, aunque del modo más violento posible, esas obras perdidas volvieron a manos de los intelectuales italianos, Ficino, Alberti, Pico della Mirandola, que conformaron el Humanismo italiano. Motivados por tal descubrimiento, muchos europeos se dieron a la búsqueda del arte de esas civilizaciones de las que ya tenían las ideas, para ver cómo practicaban lo que predicaban. Varias excavaciones en los suelos de Roma y hurtos en los museos de Bizancio llenaron prontamente las grandes ciudades de esculturas, cuadros y partes de edificios que los artistas copiaron una y otra vez, hasta lograr un arte que parecía no ser más que una reproducción, pero que ya era un arte del todo propia. Entre los más diestros de esos artistas estaban Leonardo da Vinci y Botticelli, que convivieron varios años en la Florencia de los Medici, da Vinci aún un estudiante cuando Botticelli ya lideraba la partida en toda Italia. Botticelli estudió en el taller de Filippo Lippi, un pintor que se había dedicado a buscar en el arte antiguo las posibilidades de un lenguaje pictórico dinámico y más vivo que lo que lo planos superpuestos de la Edad Media permitían. El camino que encontró fue el de la perspectiva, principal, aunque no único, descubrimiento de la pintura del Renacimiento, que Botticelli aprendió y llevó hasta sus más improbables expresiones. Empezó su carrera en Pisa, donde pintó obras maestras como la Primavera y San Gerónimo en el estudio, en que ya se notan dos temas fundamentales: hermosas mujeres desnudas o semidesnudas, con el pelo rubio y suelto que, a la manera neoplatónica, representan diversas ideas. La primavera, en ese sentido, más que la estación en sí, es la idea de la primavera en todos sus sentidos, como metáfora del inicio de la vida de una persona pero también del género humano, y en general de todo lo que comienza. Este cuadro, además, es un perfecto ejemplo de cómo las técnicas aprendidas en el Renacimiento del arte antiguo se unen con las ideas aprendidas en el Humanismo de la filosofía antigua: uno de los textos que más influencia tuvo fue el Timeo, diálogo en que Platón explica la relación del microcosmos con el macrocosmos, del hombre con el universo, de la parte con el todo. La idea central, grosso modo, es que la forma del universo de repite en cada una de sus partes, aún en la más minúscula. La vida de una animal equivale a la del hombre, que equivale a la del género humano, que equivale a la del mundo entero. La implicación fundamental es que el estudio de una parte del mundo lleva al entendimiento del mundo entero. Estudiar las flores lleva a entender los astros, estudiar la música lleva a entender la armonía del universo, y por último, estudiar las proporciones y relaciones de las partes del cuerpo, de los cuerpos y las distancia entre los cuerpos, de la disposición de las cosas en el papel, es equivalente a estudiar las proporciones que rigen desde el diseño de las galaxias hasta el de los copos de nieve. En este orden de ideas, la perspectiva resulta algo así como la llave con que se abre la puerta hacia el conocimiento del mundo. Y en Italia a finales del siglo XV el que tenía esa llave era Sandro Botticelli. Por eso los Medici lo enviaron a Roma para que se uniera al grupo de pintores cuya tarea era pintar las paredes de la Capilla Sixtina, a cargo de un Papa con el algebraico nombre de Sixto IV. La idea era pintar, en paredes opuestas, las historias paralelas de Cristo y Moisés, de modo que sugirieran la superioridad del Nuevo Testamento sobre el Antiguo.  Botticelli acabó tres frescos antes de tener que regresar a Florencia a enterrar a su padre. Pero contrariamente a lo acordado entre el pontífice y los Medici, Botticelli no regresó a Roma, y en cambio se quedó en Florencia hasta el día de su muerte. Muchos entendieron la decisión como un acto autodestructivo de su parte, causado por la depresión de haber perdido al padre. Sin embargo, dos años después de haber vuelto, Botticelli sacó de su taller el lienzo enorme y terminado de El nacimiento de Venus, obra que habría de consagrarlo eternamente, y en que los preceptos de mil años de arte y filosofía se complementaban como nunca antes lo habían hecho.
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