Perturbada está la dirigencia por las arremetidas oficiales con la intención de poner orden en la casa, buscando la reivindicación laboral de los futbolistas.
Responden los dueños de los clubes o sus representantes a regañadientes, enfatizando que son una entidad privada que se rige a sí misma, dispuesta al diálogo condicionado, sin asumir la obligación de mejorar las relaciones laborales. Abusadores son algunos con sus subalternos.
Con habilidad recurren a sus reconocidos voceros, quienes con lambonería incendiarían desde los micrófonos, tiran cortinas de humo anunciando que la FIFA puede intervenir desafiliando la federación con sus consecuencias, lo que no se ve viable.
Históricas han sido las malas relaciones entre futbolistas y patrones, como también las de periodistas y futbolistas, con animadversión profunda hacia los árbitros. Relaciones forzadas por las conveniencias.
Sin mucho discernir se hace evidente que las autoridades oficiales encuentran una fórmula para embellecer su alicaída imagen, a través del fútbol. La SIC, periódicamente mete la mano en los asuntos internos del deporte, pero debilita sus objetivos, después de los publicitados anuncios iniciales, afectada por influencias, presiones o sin eco en las autoridades que investigan penalmente.
El arreglo de los partidos vuelve a estar sobre la mesa, con los consabidos anuncios de investigaciones profundas, sin que, como ha ocurrido siempre, aparezcan los responsables y las soluciones. Su origen básico está en las apuestas, especialmente aquellas, que sin el visto bueno legal, corren debajo de la mesa.
Se habla además de apostadores entre los futbolistas, árbitros y empleados del futbol, con la información privilegiada que manejan. De preferencias hacia algunos árbitros desde la mesa donde los asignan.
Por lo que ocurre dentro de las canchas, el juego siempre estará bajo sospecha. En muchos casos es evidente la existencia de resultados puestos de antemano, por los abusos contra el reglamento. El VAR, diseñado para legitimar las acciones de los árbitros, se convirtió, en ciertos casos, en una sala de truculencias
A lo anterior se suma la velocidad inhumana del campeonato, sin descanso para los deportistas, quienes alternan su vida entre aviones, hoteles y competencias. De allí las lesiones por el sobre esfuerzo. Aunque lo evidente es que algunos, por lo veteranos y su poco juicio, se desgarran cuando bostezan.
La hostilidad oficial hacia el fútbol no goza de la complacencia del periodismo deportivo, que dirige su mirada a otras partes, ajeno a los momentos de zozobra que se viven. Son los periodistas generales, quienes meten sal en la llaga con sus denuncias.
Complejo se ve el presente, con los dirigentes empeñados en sortear conflictos y no en dinamizar la competencia, la que tiene brillante envase pero carece de contenido.