Marta Isabel González es una paisa, ingeniera de diseño, con máster en mercadeo y dominio de tres idiomas: español, inglés y francés. Trabajó durante siete años en una multinacional petrolera en Medellín y Bogotá con la que, según ella y sus amigos, "tenía la mejor vida". Y es que, gracias a su cargo como supervisora de operaciones, no solo tenía un salario por encima del promedio, sino que también tenía a su disposición el mejor carro del momento.
"Para la gente yo vivía muy bueno y uno a veces también se la creía, porque yo decía: me está yendo muy bien, la empresa me pagaba una (Toyota) Hilux, estoy trabajando en una multinacional, tengo varias personas a cargo. La verdad es que los primeros seis años yo estuve conforme. No era el trabajo que más me gustara en la vida, pero trabajaba con gente querida, me pagaban muy bien y uno como que se acostumbra", le contó Marta Isabel González a Kienyke.com.
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De un trabajo soñado a una pesadilla
Sin embargo, el último año en esta compañía llevó a Marta Isabel a elegir otra vida. Algunos cambios corporativos representaron la amargura diaria de llegar a trabajar y vivir discusiones en cada momento y así, la satisfacción que tuvo en ese lugar se vio interrumpida, tal y como ocurre a diario en muchas empresas. El ritmo que representaba una disposición 24/7 hacía que Marta trabajara desde las 6:00 de la mañana hasta las 11:00 de la noche de lunes a sábado. Los domingos, a causa del cansancio, solo podía dormir. Las peleas diarias con su superior, el agotamiento en el ambiente, la falta de descanso, su poco tiempo para relacionarse y compartir con familia y amigos empezaron a hacer efecto en Marta. "Yo tenía la carta de renuncia lista, pero quería esperar a junio para la prima. Yo creo en Dios, y yo rezaba porque no quería seguir con la situación que tenía en esta empresa y entonces me echaron. Cuando me dijeron que me despedían casi me pongo a llorar pero de la felicidad porque además iba a salir con más plata de la que tenía planeada, porque como no era por causa justa, la indemnización ayudó", explicó. [single-related post_id="879100"]Un viaje que transformó la vida
Fue así como Marta viajó a Lyon, Francia, a estudiar francés. Allí tuvo la oportunidad de vivir y disfrutar de esta nueva cultura. Con los meses, cuando el dinero ya empezaba a escasear, vio la necesidad de buscar un trabajo. "Tenía que cuidar mucho la plata, porque claro, gané en pesos y gastaba en euros. A los seis meses la plata iba para abajo y dije, voy a buscar trabajo. Vi algo en Hollister (tienda de ropa), me presenté y no pasé; pero un amigo me dijo que sus jefes estaban buscando a alguien que hiciera crepes y sánduches, pero yo no sabía hacer ni un huevo", narró. Gracias al apoyo de su amigo, Marta Isabel decidió intentarlo. Según ella la entrevista fue un “desastre” debido a que los nervios le ganaron a pesar de llevar varios meses estudiando el idioma. Sin embargo, consiguió el empleo. "Empecé a trabajar y me di cuenta que me gustaba la cocina. Pero cada vez que hablaba con los de la empresa (donde trabajaba antes) o con gente de cargos buenos, apenas me preguntaban qué hacía en Francia y yo les decía que crepes, sentía que el tono cambiaba, pero yo estaba feliz". Muchos de sus amigos y conocidos no podían creer que una persona con la trayectoria que tenía como profesional, se dedicara a preparar crepes. Sin embargo, ella estaba tranquila y feliz porque ahora contaba con tiempo, calidad de vida y podía hacer lo que más le gustaba. Fue así como Marta empezó a escribir en un blog donde compartía sus experiencias. Comenzó con "¿Y no te ha dado muy duro el cambio?", la frase de cajón que más le preguntaban sus allegados.Un cambio de vida
"Cuando se llegó la hora de regresar a Colombia, yo no sabía qué me iba a poner a hacer porque ya no quería trabajar en lo mismo de antes. Tenía disponibilidad casi que tiempo completo. Yo tengo un máster en mercadeo, pero yo no tengo ni un día de experiencia en eso y como recepcionista iba a estar sobre-calificada. Entonces, empecé a pensar y vi lo del blog; ya en ese momento lo habían leído como 90.000 personas, así que dije que de algo me tenía que servir que esas personas supieran que yo hacía crepes", señaló Marta.De este modo, y para no pedir créditos ni endeudarse, decidió montar un negocio con el dinero que aún tenía: tres millones de pesos. Sabía que en Francia había aprendido a cocinar las mejores masas y que en Medellín podía funcionar la venta de crepes."Mi mamá me dijo: ¿entonces de vendedora de crepes, pues? Y yo dije, ese es el nombre. Yo tenía otras opciones en francés, en español-francés. Este me gustó porque yo he visto que en muchas empresas se pegan de los títulos, entonces se les tiene que llamar por él y yo quedé cansada de eso. Yo iba a hacer la vendedora de crepes así me ganara 50.000 pesos al mes o 50 millones, pero no quiero ser la dueña de nada ", comentó la joven emprendedora.