"En Twitter no se separa el polvo de la paja": Alberto Salcedo Ramos

Mié, 25/09/2013 - 13:01
Alberto Salcedo Ramos es uno de los cronistas más galardonados, con algo más de 15 premios nacionales (cinco Simón Bolívar) e internacionales, incluyendo el Rey de España y el Ortega y Gasset. No
Alberto Salcedo Ramos es uno de los cronistas más galardonados, con algo más de 15 premios nacionales (cinco Simón Bolívar) e internacionales, incluyendo el Rey de España y el Ortega y Gasset. No trabaja en ningún medio, pero lo llaman de casi todos. Aunque es “de la vieja guardia” (acaba de cumplir 50 años) se mantiene activo en las redes sociales, pero tiene claro que “en Twitter no se separa el polvo de la paja tan fácilmente.” “El periodista -dice- es información calificada, mientas que en Twitter cualquiera suelta un rumor. Por ejemplo, cuando mi abuela me llama por teléfono y dice, mira, creo que fulana está embarazada, yo no verifico eso, porque mi abuela no es periodista. Pero cuando voy a dar esa información, sí la tengo que verificar. Yo digo que el Twitter es el itunes del periodismo. Ahí cualquiera sube una canción, la quema, la difunde, pero de lo que se trata, cuando se hace periodismo, es ir más allá, tener una opinión calificada, una información contrastada, con muchas fuentes, con mucho rigor y eso no lo hace cualquiera en Twitter, eso lo hace el que es periodista profesional”. Salcedo Ramos tiene hoy una queja-recomendación a los periodistas: “Nosotros hacemos tantas preguntas que no dejamos oír las respuestas. Yo mismo lo he padecido cuando la persona que me está haciendo una entrevista, no está pendiente de mis repuestas sino de la próxima pregunta. Se necesita una entrevista que vaya más allá del síndrome del entrecomillado, como dice Alma Guillermoprieto, que vaya más allá de la entrevista del momento, rápida, veloz, a veces hecha en un ascensor, que tiene su gracia, tiene su encanto, pero el periodismo no se puede reducir a eso. "Se necesitan otras formas de explotación de la realidad. Se necesita estar ahí sin hacer preguntas también. Se necesita ser testigo de acciones, de escenas (ojo, esto es para el caso mío, para el periodismo narrativo). Cada crónica tiene su particularidad, cada género". Un buen cronista, dedicado a coleccionar premios (pienso en voz alta), buscando uno y otro por el mundo… Realmente no. Los Simón Bolívar, que son cinco, me los he ganado porque la revista Soho los envía. Ahora con el Ortega y Gasset no envié el trabajo personalmente, lo cual no indica que no me guste ganarme el premio. Es una forma de protegerme un poco, porque soy un kamikaze, porque no tengo sueldo, yo trabajo por mi cuenta desde hace mucho tiempo, porque quiero dedicarme a hacer crónica que es lo que me gusta, y para hacerlo no puedo estar en una oficina aburriéndome. Me toca asumir el riesgo de hacerlo así, a destajo como lo hago. Y los premios son una protección en esa forma de trabajo. Para nuevos y viejos periodistas, así nació y se hizo periodista el gran Salcedo Ramos… Mi madre era una persona muy radical en algunas cosas, muy de antes, anticuada, casi no conocía los grises, era negro o blanco, era muy amorosa. Me crié en un pueblo que se llama San Estanislao, pero todo el mundo le dice Arenal, porque hay un tierrero impresionante. En ese pueblo la vida se hacía en las esquinas. En las esquinas uno decía los piropos a las muchachas que pasaban. En las esquinas uno se enteraba de qué honra había caído en desgracia. En las esquinas bullía la vida. Uno se enteraba de todo... Las esquinas eran una forma de la radio, porque allí uno se informaba también. Decidí ser periodista a los 16 años, cuando estaba en el último año de bachillerato. Pero en realidad al principio yo quería ser escritor. Y mi madre me dijo, te vas a morir de hambre. Me aconsejó estudiar periodismo, por lo menos por la comida. Llegué al periodismo creyendo que llegaba a préstamo, mientras me volvía un escritor de ficción, pero descubrí que ahí quería estar, porque también podía escribir historias como las que me habían hecho soñar desde que era niño. Escribir crónicas no daba dinero, ni antes ni ahora… Eso fue cierto en los últimos tiempos, pero recientemente han surgido en América Latina, no sólo en Colombia, algunos factores que han hecho posible su reactivación. El primero, a mediados de los años noventas, la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, FNPI, fundada por Gabriel García Márquez, que propició el milagro de permitir que un periodista joven de Puerto Rico, por ejemplo, o de Argentina, desayunara con Jon Lee Anderson, almorzara con Alma Guillermoprieto y cenara con Tomás Eloy Martínez. En ese momento, las fronteras se ensancharon. Surgieron revistas como El Malpensante, Soho, Gatopardo, que fue colombiana. Y ahora hay mucha revista: Etiqueta Negra, que publican periodismo narrativo. Lo que pasa es que el género narrativo, la crónica, es un género de nicho. No es un género para todo el mundo ni es un género que se pueda hacer todo el tiempo, como la noticia. La crónica tiene espacios en Colombia, especialmente en la prensa del fin de semana. Alberto Salcedo, Kienyke Cualquiera, sin conocer a fondo el asunto, puede suponer un suicidio dedicarse a la crónica, después de García Márquez… La Costa tiene una gran tradición literaria, allá uno encuentra gente capaz de contarte un buen cuento, incluso en un parque. Creo que la oralidad allá es demasiado fuerte. Yo crecí en la casa de un ganadero. Mi abuelo me crió y era un hombre que no sentía ningún amor por los libros. La casa estaba llena de aperos de ganadería, de monturas de caballo. Y mis primeros libros no fueron escritos, los primeros libros que leí fueron las palabras que decían los campesinos en los parques. Yo aguzaba el oído para oírlos hablar y esa era mi forma de leer, porque en esos pueblos no había libros. Miguel Iriarte, un amigo poeta de Sincé, Sucre, me cuenta que en el pueblo de él hay un señor que vende horas de palabra, que se sienta en un parque y la gente llega y le pide, por ejemplo, dame 20 minutos de palabra, y el tipo se faja a hablar. Allá hay una gran tradición oral y yo me nutrí de eso. Su gran éxito, la historia de Pambelé… Considero que es la mejor historia que he contado. Además es producto de una terquedad personal. La conté sin que nadie me la hubiera pedido. Lo hice porque quería pagarle una deuda al niño que fui. Crecí viendo a Pambelé. Pambelé surgió en Colombia en una época en que nosotros no usábamos el verbo ganar. El verbo ganar no existía en nuestro léxico. Existían solo historias morales. Yo nací en el año 1963. Un año antes Colombia había logrado un empate en el Mundial de Fútbol de Chile con la Unión Soviética. Colombia iba perdiendo 4 – 1 y terminó empatando. Y como los rusos en ese momento, en la antigua Unión Soviética tenían en la camiseta las siglas CCCP, en ruso, se hacía en Colombia el chiste de que eso significaba Con Colombia Casi Perdemos. Y esa era nuestra máxima hazaña deportiva. Y en medio de semejante crisis de victorias, aparece un negro ganador… Un negro mal alimentado al que un día en un pesaje un periodista puertorriqueño vio y le dijo a Juan Gossaín: ese es el cuerpo más perfecto que he visto en mi vida, cómo se alimenta ese tipo. Entonces Gossaín le dijo: con aguadepanela y no más, porque ha pasado mucha hambre, prácticamente no come, pero ahora lo hará porque ya es campeón mundial. El tipo le dijo que esa era la máxima prueba de que la comida no sirve para un carajo. Pambelé nos enseñó a ganar y de él se podría decir lo mismo que dijo Octavio Paz de María Félix. El día que su madre lo parió y el día que él se reinventó. Y se reinventó a partir de lo único que tenía, que eran sus dos puños. No tenía nada más. Y a partir de eso torció su turbio destino, porque le tenían escriturada la derrota desde el momento que nació y se convirtió en un triunfador. Esa es la parte bonita de Pambelé, luego viene la maluca, el alcohol, la droga.. Por eso el libro se llama ‘el oro y la oscuridad’. Pambelé se convirtió en un personaje de lástima. Cayó en la droga y tocó fondo. Además parecía tener el don de la ubicuidad, porque un día hacía un escándalo en Manizales y salía en televisión. Pero cuando la televisión mostraba las imágenes ya no estaba allá, estaba en Cali haciendo otro escándalo. A mediados de los ochenta se publicó una noticia, dándolo por muerto. Pambele llamó airado a desmentir. Salcedo Ramos es implacable: hay que leer siempre… Leo muchísimo, o uno está muerto. Me parece un exabrupto no leer porque el trabajo no deja tiempo, cuando somos profesionales de las palabras, del lenguaje. Yo creo que un periodista que no lee y que dice que no lee porque el trabajo no lo deja, me parece que está haciendo un fraude. ¿Después de García Márquez quién? Caramba, muchos, Creo que hay muy buenos escritores en Colombia. Héctor Abad Faciolince me encanta. Me parece un magnífico escritor, un gran narrador, ensayista y columnista. Andrés Felipe Solano entre los jóvenes. Santiago Gamboa, también. Son muchos. A veces ponerse a dar nombres lo lleva a uno al peligro de omitir. Y que la gente se fije más en el que se omite que en el que se nombra. ¿Toca escribir hoy día lo que pide el mercado, o el autor puede decidir sobre qué tema escribir? En materia de periodismo hay unos temas que impone la agenda al periodista. Pero también el periodista puede decir, voy más allá de lo urgente para ver lo importante. Lo importante y lo urgente no siempre coinciden. A mí me gusta mucho abrirme para ver ciertos temas que no están figurando en la gran prensa. Me gusta mucho meterme en el fogón de la abuela, ir a la periferia. Por ejemplo, la crónica que hice, que se ganó el premio Ortega y Gasset, sobre un niño que demora cinco horas para ir y volver al colegio en el Chocó… ese no es un tema que figure en la primera página de la gran prensa, pero es del día a día. Toreo a Salcedo Ramos con el tema de los bestseller de autoayuda… Finalmente me parece que tampoco hay que ponerse paranoico con eso. Es inevitable. Yo digo que Pablo Coello es satanizado por los intelectuales, creo que no hay que perder tiempo en eso. Todos tienen su espacio en la vitrina y cada quién tiene derecho a escoger lo que quiera leer. Odio el reguetón pero no al que lo hace. Me gusta una frase de Joaquín Sabina, dice que todos los libros son de autoayuda, excepto los libros de autoayuda. Inevitable tocarle el corazón con su equipo, el Júnior… El Junior es una utopía, siempre te hace creer que puede ganar. Últimamente ha adquirido la costumbre de ganar títulos, pero yo fui hincha del Junior cuando no ganaba nada… nada, nada. En los setenta. Juraba que nunca iba a ganar un título. Júnior era como lo es hoy el Unión Magdalena.
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