¿Quién tiene el Colombian Power?

Mié, 24/11/2010 - 09:00
Si alguien dijera que Pablo Galofre se fija mucho en las marcas, podría sonar antipático. Pero es cierto. A él no le da pena decirlo, sobre todo cuando habla de la suya, la bebida energética C
Si alguien dijera que Pablo Galofre se fija mucho en las marcas, podría sonar antipático. Pero es cierto. A él no le da pena decirlo, sobre todo cuando habla de la suya, la bebida energética Colombian Power. Que por qué está escrito en inglés es una observación que Pablo oye todos los días. Se la hizo Julio Sánchez Cristo hace ocho días cuando lo entrevistó en La W, y se la hacen siempre que sale a comercializar su producto. La explicación es simple: Colombian Power fue creada para ser vendida en Nueva York y, aunque el término no es suyo –él mismo lo acepta–, sí lo fue la genialidad de ponérselo a una bebida energética. Pasó como pasan la mayoría de cosas: por casualidad. Cuando se graduó de sociología en el New School University terminó como promotor de artistas en la escena nocturna neoyorquina. Allí trabajó con discotecas importantes como Avalon y se sumergió en ese submundo donde, entre otras cosas, las bebidas energéticas tienen una gran demanda. Por eso, Pablo, uno de los más bajitos de su curso en el Gimnasio Moderno, terminó creando una marca de forma empírica una bebida que hoy se vende en las mejores discotecas de Nueva York, Miami, Boston, Las Vegas y Colombia. Primero estuvo asociado en 2006 con una empresa privada de bebidas energizantes estadounidense, pero después se fue solo, por su cuenta. La celebración del 20 de julio estaba cerca en el Corona Park, de Flushing Meadows, y no se le ocurrió un mejor espacio para dar a conocer su nueva marca: Colombian Power. Recuerda que esa primera muestra fue hecha con las uñas. Con la ayuda de su esposa, Ximena Rincón –en ese entonces su novia–, su amigo Javier Mora y muchos otros que quisieron colaborar, diseñaron un primer intento de logo. Era una tela sacada de algún catalogo de Artesanías de Colombia. Para ese momento lo único que tenía claro de su producto era la calidad y el nombre. El término “poder colombiano” puede tener muchos referentes. Sobre todo si está pensado para los miles de inmigrantes que viven lejos de su país. Sin embargo, su error de novato en el mundo empresarial lo pagó al pensar que Queens –zona de Nueva York donde viven muchos colombianos– iba a ser su punto de ventas más fuerte. Los colombianos de Queens extrañan la arepa, el aguardiente y la empanada, y no una bebida energética hecha en Estados Unidos por colombianos. A quienes sí les encantó el producto fue a los estadounidenses. El mercado anglo, como se le dice en la jerga empresarial, compraba el producto con el mismo ánimo que un turista compra una chiva o una mochila en un almacén de productos típicos. Parte de la fascinación de Pablo por las marcas viene de un libro de Malcolm Gladwell llamado The Tipping Point, que leyó cuando entró la universidad. En él, el autor dice que hay que ver los productos y tendencias como epidemias que se expanden de la misma forma que lo hacen los virus. Así fue como se comportó el Colombian Power en las calles de Nueva York. Llegó a lugares  reconocidos como Gallery Bar y Leopard Bar. De un negocio de apartamento, pasó a una oficina en el 445 West 13th Street, del Meatpacking District, uno los barrios de moda de Nueva York. El logo se lo dio un amigo del colegio, Santiago Mazabel, quien introdujo el elemento del tótem precolombino al que bautizó “Sgau”. Eso ayudó a posicionar  la  bebida entre los americanos como algo ancestral y con poder místico. A mediados de 2007, el publicista Ricardo Leyva conoció el producto y quiso ser parte de la movida. Su equipo y experiencia fueron determinantes para terminar de consolidar la marca y darle el último empujón. Las ventas en Estados Unidos pasaron de tres mil latas a más de veinte mil al mes, y la empresa pasó de ser un negocio de amigos a ser una compañía de 35 personas. Con el éxito entre manos, Pablo decidió regresar hace seis meses para traer su Colombian Power al país, después de vivir en Estados Unidos por doce años. Ahora vende alrededor de setenta mil latas al mes entre Estados Unidos y Colombia. El regreso no ha sido duro. Salvo los fines de semana, cuando le hace falta la eterna movida neoyorquina, Pablo está feliz de haber regresado. Vive feliz con su esposa Ximena y con su perro “Nariño”, compartiendo el poder con todos los colombianos.
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