Hasta principios del siglo 20 en algunos países del mundo occidental fue común la práctica de desenterrar y quemar a los muertos para prevenir en sus aldeas la presencia de vampiros: muertos que volvían del más allá para alimentarse de la sangre y la vida de las personas.
En 1846, Horace Ray, de Griswold, estado de Connecticut, murió de tuberculosis. Durante los siguientes seis años dos de sus hijos murieron a causa de la misma enfermedad. Dos años más tarde, cuando otro de sus hijos se enfermó del mismo mal, su familia encontró una única explicación: los hijos muertos se estaban alimentando de la vida de su hermano. En un intento por detener la enfermedad desenterraron a los dos hermanos y quemaron los cadáveres.
En 1874, William Rose, del estado de Rhode Island, EE.UU., desenterró el cuerpo de su hija y quemó su corazón. En 1875 a otra víctima de tuberculosis le quemaron los pulmones después de su muerte. En Polonia, durante el verano, unos investigadores encontraron unos restos humanos cuyas cabezas fueron removidas y puestas sobre los regazos para evitar sus resurrecciones. En una villa italiana se encontró el cadáver de una supuesta mujer vampiro con un ladrillo en la boca.
Restos de una mujer del siglo 16 con un ladrillo en la boca.
Durante el 2012 en el pueblo de Sozopol, a orillas del Mar Negro, unos arqueólogos belgas encontraron dos esqueletos, cada uno con una vara de metal en el pecho, una práctica llevada a cabo a principios del siglo 20 con aquellos cadáveres de quienes se sospechaba podían volver a la vida. Se han descubierto alrededor de 100 cadáveres con las mismas características.
Antes de que los vampiros ocuparan nuestro imaginario como apuestos y fuertes seres eternamente jóvenes y de excelente apariencia, la antigua Grecia, los europeos del este y los americanos del siglo 19 los veían como víctimas de enfermedades que podían atacar a los vivos desde el más allá. Para evitar que salieran de sus tumbas les ponían obstáculos físicos que imposibilitaban que volvieran de la muerte.
Todo esto tiene sentido si se tiene en cuenta que quizá hubo una gran confusión con respecto a lo que sucede con un cuerpo después de la muerte. Los eslavos paganos no sabían sobre la descomposición, y varios siglos más tarde la gente puede haberse confundido por el hecho de que luego del rigor mortis las extremidades comienzan a ablandarse, lo que le da un aspecto más vivo que muerto a un cadáver. Además, los flujos del tracto digestivo pueden tener una apariencia sangrienta y las telas que envuelven los cuerpos, enredadas entre los dientes pueden dar una apariencia cercana a la idea de los vampiros.
Antes de que la teoría de los gérmenes se popularizara, durante la epidemia de tuberculosis en el siglo 19, en Nueva Inglaterra, al noreste de EE.UU., comenzaron a notar que los familiares de las víctimas de tuberculosis comenzaban a enfermarse luego de la muerte de sus seres queridos, lo que explica la teoría de que los muertos por tuberculosis volvían del más allá a robarse las vidas de sus seres queridos.
No fue hasta 1897 con la novela Drácula, del autor Bram Stoker, que la imagen del vampiro con sangre fresca bajando por sus colmillos afilados se volvió parte de la conciencia del horror pop. Así los vampiros comenzaron a volverse un mito.
Fuente: The Atlantic
Así se tejió el siniestro mito del vampiro
Mié, 30/10/2013 - 16:01
Hasta principios del siglo 20 en algunos países del mundo occidental fue común la práctica de desenterrar y quemar a los muertos para prevenir en sus aldeas la presencia de vampiros: muertos que v