Aunque Beatriz González no utiliza solamente pinceles y brochas para expresarse, sino que recurre a distintas técnicas y objetos distintos al lienzo, lo cierto es que Colombia toda, su gente, sus colores, su violencia, el poder arbitrario, sus injusticias, su imaginería, su rabia, su idiosincrasia, está presente en sus casi 50 años de trabajo.
La retrospectiva, armada con la rigurosa curaduría de Alberto Sierra que se expone en el Museo de Arte Moderno de Medellín, es un recorrido por su arte, pero también por su visión del país, por la historia contemporánea nacional narrada con agudeza crítica e ironía. Con chispa y creatividad.
Imágenes construidas con un mal gusto deliberado y colores antagónicos que forman una nueva armonía recuerdan de principio a fin momentos de la vida cotidiana sacados de los periódicos, pero también de la historia dramática del último medio siglo del país.
No tenía treinta años y entonces pintaba niñas, como ella cuenta, hasta que un día abrió el periódico y se encontró con una foto de prensa que retrataba una pareja cogida de la mano, con un ramillete de flores, fotografiándose antes de arrojarse a la represa del Sisga. Beatriz transformó la imagen y la imagen la transformó a ella. Nacieron Los suicidas del Sisga y su obra tomó otro rumbo. “Fue la llave que me llenó de alegría y me libró del agotamiento”, dice la artista. Tapizó las paredes de su pequeño estudio con fotonoticias de la página social y la crónica policial de los periódicos: una síntesis del país que Beatriz repintó con humor e ironía.
Eso ocurrió hace 35 años y con la curiosidad de historiadora, de reportera, de testigo de su tiempo, se ha dejado sacudir por los sucesos y de una manera casi temeraria los ha pintado con desfachatez, ironía, gracia. Fuerza. “Soy perfectamente disolvente. Me gusta decir las cosas directas, sin tapujos. Aunque incomoden”.
Allí, en ese bello espacio construido en un viejo galpón de la Medellín industrial, está el poder presidencial desnudado en sus debilidades: un Turbay siempre rodeado de señoras de coctel; un López destemplado con una banda presidencial que no le luce; Belisario desaparecido entre quepis de militares en un cuadro titulado Los papagayos; Barco vistiendo la camiseta de ‘Lucho’ Herrera de celebración en el balcón presidencial; la cabeza de Galán expuesta como trofeo en una bandeja, héroes caídos, poetas muertos. Allí están el famoso Túmulo funerario para soldados bachilleres, el Ángel custodio de Popallanta y los estremecedores cadáveres flotantes, mujeres adoloridas, figuras desoladas, la tragedia colombiana en toda su dimensión a través de cuadros y títulos contundentes. Demoledores. Pero como a Beatriz no le gustan los adjetivos ni los elogios, basta decir: ¡Qué obra!