Domingo Chalá es y será un testimonio vivo de la tragedia en Bojayá. En 2002 este hombre que no sabe ni leer ni escribir comenzó a cantar, inmortalizando uno de los episodios más deleznables en la historia reciente de Colombia. Bojayá, el 2 de mayo de 2002, quedó en medio de una cruenta confrontación entre las Farc y las Autodefensas. Un explosivo artesanal fue a dar al interior de una parroquia en la que buscaron refugio los habitantes.
Haber sido uno de los encargados de recoger los fragmentos de vida que quedaron esparcidos al interior del templo católico al que acudieron fieles de todas partes del pueblo, aterrorizados por los silbidos de las balas.
“El alcalde me llamó al día siguiente de la explosión, me pidió que fuera a recoger los restos que había en la iglesia y sus alrededores. Cuando llegué tuve el corazón bastante confundido de ver lo que vi, reuniendo los pedazos de quienes eran mis amigos. La misma guerrilla de las FARC me pedían que acelerara el proceso ya que sabían que el Estado estaba por llegar junto con los organismos internacionales. Quisieron encubrir lo sucedido”, dice Domingo quien agacha su cabeza recordando los detalles.
El olor del polvorín se mezclaba plenamente con la sangre, los coágulos que se secaban y se mezclaban con barro y suciedad: una espesa capa gris que matizaba una escena sórdida, digna de un cuadro de Goya e inaceptable para las mentes menos preparadas en las curtiembres de la violencia.
“Tuve que dejar de comer carne por tres meses porque cuando lo hacía, me imaginaba que estaba comiendo un cuerpo humano. La fetidez de los muertos no se me quitaba, bebía aguardiente todos los días para olvidar por momentos las imágenes de la tragedia”, comenta el bojayaseño.
En el silencio del templo se anudan los recuerdos mientras reverbera la voz de Domingo, que canta y canta, sin un ritmo de fondo pero con el tiempo bien marcado: veintiún años del estallido más terrible registrado en un municipio colombiano. ¿Encontrará alivio el cantor en sus canciones?
“He tenido la posibilidad de hacer presentaciones conmemorativas en plazas públicas del país. Incluso después de la firma de paz, pude cantarles a los guerrilleros de las FARC. Tengo 81 años y soy campesino, he vivido de la pesca y el cultivo, pero creo que Dios me trajo al mundo para cantar sobre una triste historia”, asegura Domingo.
Como Homero con la Ilíada y la Odisea, Domingo recuerda la masacre de Bojayá. Su Ítaca es el recuerdo de un pueblo en el que, así fuera pobre, no había ese recuerdo que sobra, que, a su manera, sigue siendo una humillación. Porque nadie merece que le pase eso.
Seguirán las letras de Domingo atravesando el viento, rememorando a quienes lo perdieron todo o, peor: a todos; sobrinos, nietos, abuelos, padres, tíos, hermanos, amigos, novias.
Los 49 niños de Bojayá, los que murieron en el templo, quedarán inmortalizados por la indignación de algunos y el perdón, a veces incomprensible, de otros. Pero de pasos incomprensibles está hecho el camino hacia la paz.