A las 8. 46 de la mañana el primer avión, un Boeing 767 de American Airlines, se estrelló contra la Torre norte del World Trade Center. 17 minutos después, el vuelo 767 de United Airlines, también un Boeing 767 se estrelló contra la Torre sur. Una inmensa columna de humo gris se levantaba sobre Manhattan. El planeta entero, en vivo y en directo, era testigo del ataque terrorista más terrible de la historia. 3016 muertos. Más de 6000 heridos. Y un mundo que cambiaba para siempre.
El testimonio de Margaret
Margaret Lazaros salió de su casa antes de las ocho. Acompañó a su hija hasta la escuela y luego fue a su trabajo, en el piso 27 de la Torre norte. Antes de empezar la jornada se quedó en el pasillo charlado con algunos compañeros. Entonces el primer avión se estrelló contra el edificio. “El impacto fue tan grande que inmediatamente miré hacia arriba, esperando ver el techo bajando sobre nosotros. No fue así”, dijo Margaret. [single-related post_id="103468"] “Oh, Dios mío, algo sucedió, algo realmente malo pasó. ¡Necesitamos salir de aquí ya mismo!”, exclamó, y luego fue hasta donde estaban sus demás compañeros de trabajo, sin saber qué hacer, para dónde ir, qué decir. Margaret volvía a su cubículo, tomó su bolso y su teléfono, que sonaba incesantemente. Contestó. Era Mary, una amiga suya que trabajaba en otra ciudad. –Marie –dijo Margaret– algo realmente malo pasó. –¡Corre, sólo corre! –respondió Marie. Ni Margaret ni sus colegas sabían qué era lo que estaba pasando. Por instinto salieron de la planta por la escalera de emergencia y empezaron a bajar. Se encontraron con los trabajadores de los otros pisos, que también muy aterrados, trataban de llegar a la planta baja. 27 pisos. En su camino encontraron grupos de bomberos que, a toda prisa, subían con todos sus equipos a cuestas: hachas, extintores, mangueras. “No sabíamos en ese momento que estos valientes hombres perderían sus vidas ese día”, dijo Margaret. “Nos llevó casi 45 minutos a caminar por los últimos 20 pisos. No teníamos ni idea de que un segundo avión había alcanzado la otra torre mientras bajábamos”. Cuando llegaron al vestíbulo de la Torre, encontraron un panorama muy distinto al que veían normalmente. El elegante pasillo que daba la bienvenida al edificio estaba cubierto de polvo, vidrios rotos. “No miren atrás –decía un policía–; no miren atrás y sólo corran”.“Todos parecían atónitos y sorprendidos. La gente estaba llorando y gritando los nombres de sus amigos y compañeros de trabajo”.Apenas salió del edificio, Margaret escuchó un ruido espantoso, que nunca será capaz de describir, pero que recuerda con claridad cada día. De pronto, la Torre norte, se vino abajo delante de sus ojos. “El humo y el polvo estaban por todas partes, y la nube se movía hacia nosotros. Alguien detrás de mí me empujaba, y yo tenía tanto miedo de caer por la multitud. Yo estaba llorando, gritando: ‘¡Por favor, no me empujes!’ Se sentía como si estuviéramos viviendo en una pesadilla”. [single-related post_id="737205"] Margaret y una de sus compañeras de trabajo lograran escapar por entre ríos de polvo y gente. Llegaron a un local en Chinatown, cerca del WTC e intentaron hacer una llamada telefónica. Margaret le dijo a su hermana que estaba bien. Entonces se derrumbó la segunda torre. Durante más de 70 cuadras, sin saber del todo para dónde iba, Margaret caminó junto con otras miles de personas. Luego tomó el tren. A eso de las 5.45 de la tarde llegó a su casa. Su hija, que había quedado atrapada en Long Island porque había cerrado los puentes, volvió pasadas las 10 de la noche. “Durante las próximas semanas, esperamos muchos funerales para compañeros de trabajo, amigos, vecinos y bomberos. Era algo que teníamos que hacer para empezar. Tuvimos que decir adiós y rendir homenaje a los que perdieron la vida en este trágico día”, dijo Margaret.
