Lu Xun, el gran escritor chino del siglo XX, creó un personaje llamado Ah Q, adorado y temido por los chinos debido a su descarnado retrato de los defectos del “carácter nacional” de China. Cuando en la cabeza de Ah Q aparece la sarna, prohíbe que se mencione en su presencia la palabra “sarna”, o cualquier otra que parezca conjurarla. Dichas palabras eran tabú; “verboten”, o prohibidas, en alemán.
Hace unas semanas, aquí en Berlín, recibí la notificación de una demanda que el empleado de un casino había entablado en mi contra. La demanda afirmaba que lo había llamado nazi y racista sin tener fundamentos fácticos. Tenía dos semanas para responder a la demanda y de no hacerlo sería sujeto a un castigo. La notificación llegó cuando estaba a punto de salir de viaje a Inglaterra. Turné el asunto a un abogado y partí.
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Sin embargo, la demanda me hizo hurgar en mi memoria. Sí, hacía aproximadamente un año había jugado a las cartas en el Berlin Casino en la plaza Potsdamer y al terminar de jugar había puesto mis fichas sobre el mostrador de la ventanilla del cajero para cobrarlas. El empleado, quien rondaría los cincuenta años, estaba recargado sobre su silla. Me miró, pero no se inmutó. Luego, enunciando cada palabra con claridad, dijo en inglés: “Debería decir por favor”.
Me sentí desconcertado. “¿Qué pasa si no lo hago?”, pregunté.
“Está en Europa, ¿sabe?”, respondió el empleado. “Debería aprender algunos modales”.
Me pareció que el comentario era irritante pero no del todo extraño. Los inmigrantes en Alemania suelen escuchar esas cosas.
Repliqué: “Correcto, pero usted no es alguien que pueda enseñarme modales”.
Eso hizo que se inclinara hacia mí. Me miró fijamente y dijo: “¡No se le olvide que yo le estoy dando de comer!”.
Había subido la apuesta. Detrás de su pinta casi cómica, percibí verdaderos sentimientos de desdén y resentimiento.
“Esa es una actitud nazi y un comentario racista”, dije.
Decidí no seguir alegando y fui a ver al gerente del casino. Tras investigar un poco, el gerente me ofreció una disculpa detallada y eso fue todo, o al menos eso pensaba yo hasta que recibí la notificación de la demanda. No sé qué pasará con esa demanda, pero es un asunto menor en comparación con el tema que quiero tratar ahora.
El empleado del casino había enmascarado su prejuicio étnico como una cuestión de cultura: los inmigrantes (a quienes los alemanes estamos “salvando”) deberían aprender sobre la civilización europea. Esto me hizo reflexionar acerca de en qué otros contextos la “diferencia cultural” se había usado como eufemismo para que el sesgo, la esclavitud y el genocidio lograran salirse con la suya. ¿La Alemania de Hitler? ¿El apartheid? ¿Bosnia? ¿El sur de Estados Unidos? ¡Había sucedido con demasiada frecuencia! Pero, en efecto, estas son cuestiones culturales. ¿El pensamiento nazi es tan solo un tumor que puede extirparse del cuerpo político y desecharse? Lo dudo. Para bien o para mal, las culturas perduran durante años.
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