El drama de los venezolanos en el Terminal del Salitre

Mar, 11/09/2018 - 14:22
Un terreno detrás del Terminal de Transporte de Bogotá se ha convertido en la casa de cientos de venezolanos que llegan a Colombia en busca de un lugar donde descansar de caminatas de hasta cuatro d
Un terreno detrás del Terminal de Transporte de Bogotá se ha convertido en la casa de cientos de venezolanos que llegan a Colombia en busca de un lugar donde descansar de caminatas de hasta cuatro días desde sus ciudades natales. Al menos tres cambuches improvisados se han armado alrededor de este centro de acopio, con personas que buscan sobrevivir a la inminencia de la falta de dinero, hogar y comida. Son frecuentes, por la carrera 68D, los vendedores que ofrecen bolívares de cualquier denominación a cambio de una moneda. Aunque Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Constituyente de Venezuela, afirme que la migración de ese país es por 'moda' y 'estatus', las condiciones de los más de 150 caminantes que se han asentado en esta zona del barrio Salitre de la capital refutan sus palabras. El solo hecho de salir de su país y cruzar la frontera se ha convertido en un purgatorio dantesco, los testimonios son tantos como cada irregular que se ha atrevido a huir de la hambruna bolivariana. Carelly, enfermera de profesión, salió con su hermano y hermana a probar suerte en Colombia, pero desde hace un mes no la ha hallado. Habita ahora en un cambuche de tres carpas unidas, recubiertas con plásticos negros, junto a sus dos hermanos, en el borde del río San Francisco tras la terminal del Salitre. No tenían pasaporte al momento de salir de Venezuela, entonces decidieron cruzar con ayuda de un 'coyote' por las trochas ilegales ubicadas a lo largo de los 2.200 kilómetros de frontera. Pero no tenían dinero para los 60.000 pesos que costaba el cruce. [caption id="attachment_942306" align="alignnone" width="1500"]venezolanosCarelly y su hermano en la carpa que habitan. Foto: Jose Vargas \ KienyKe.com [/caption] Ofrecieron sus celulares, pero no los aceptaron. Carelly, decidida, acordó con el 'coyote' que en territorio colombiano le pagaría en efectivo al vender su pelo. Al otro lado, un grupo de mujeres con tijeras de grafilar compran el cabello por una buena suma. Ella entregó su abundante cabellera por 70.000 pesos, también lo hizo su hermana. Después de dos días llegaron a Bogotá, donde un hombre le ofreció trabajo para cuidar tres niños; el acuerdo era a cambio de comida, un cuarto y un pago mensual que correspondería a una semana de trabajo. Aceptó y el hombre también empleó a sus hermanos bajo las mismas condiciones para vender esferos y otros artículos en la calle. Sin embargo, un día el dueño de la casa sorprendió a la hermana de Carelly sola en la casa y "la agarró y la besó", la mujer se resistió. "Cuando entré a la cocina la encontré llorando y me dijo: ‘Me voy de aquí, ese señor me agarró y me besó'. Si tú te vas nos vamos todas, entonces subió la otra que es como más volada y le dijo ‘hermano no se pase, usted sabe que nosotros vinimos fue a trabajar, entonces no se pase", cuenta Carelly. [single-related post_id="941877"]
“Si nosotros quisiéramos venir a prostituirnos, no estaríamos viviendo aquí, habríamos alquilado una pieza y no estaríamos aguantando hambre, pero vinimos a ganar la plata honradamente, trabajando”, asegura.
La pelea se incrementó y en un altercado le contaron a la esposa del abusador lo que había ocurrido, ella sacó al hombre de la casa y les dio dos minutos a Carelly y sus hermanos para alistar maletas y partir. Con la ropa mojada porque acababa de lavarla, salieron a las once de la noche a buscar donde dormir. Aún no le resuelven el pago de los días trabajados y ella no ha podido enviar ni un peso a su mamá y a su hija que continúan en Venezuela.
"Pa’ uno venirse a morir de hambre aquí, mejor regresarse para su tierra", dice Carelly.

Testimonios recurrentes

Las historias se repiten a lo largo del campamento improvisado que han logrado establecer con la ayuda del dueño de la fábrica contigua. Él les permitió estar allí siempre que no interfieran en su propiedad ni obstaculicen el frente. Delegados de Salud de la ciudad les ofrecieron vacunas hace unos cuantos días y la Policía les realizó un censo informal con fotografías de cada uno. De esa jornada de salud se benefició una de las siete mujeres embarazadas que viven allí. Tiene 18 años y 4 meses de embarazo, estudiaba medicina y decidió salir del país junto a su novio cuando ya no pudo pagar los estudios y buscando un mejor futuro para su hijo, contaba con pasaporte pero al momento de abordar una de las mulas andando en la que se transportan por carretera, se le cayó el bolso con sus documentos. [single-related post_id="941796"] Llegó a pie y el último control del feto lo hizo durante su paso por Bucaramanga, desde allí no sabe el estado del bebé. En el campamento le inyectaron dos vacunas para el embarazo y es una de las priorizadas para la comida y la ayuda. Espera llegar a Perú donde un amigo le ofreció ayuda, pero le vale 120 dólares llegar a este país. Este éxodo venezolano se ha extendido a otros países de América Latina, siendo Colombia el principal país de paso, Perú ha albergado unos 430.000 migrantes, en Brasil las cifras oficiales apuntan a 70.000 y en Ecuador se han asentado cerca de 200.000. Colombia, según cifras de Migración, tiene 935.593, 468.428 regulares, 361.399 en proceso de regularización y un estimado de 105.766 irregulares. La mayoría de los que están asentados a la rivera del río no cuentan con documentos ni permisos de permanencia vigentes. Esperan poder obtener un documento para formalizar su estadía en el país y así garantizar sus derechos en un empleo en la ciudad. Algunos que han conseguido trabajo han sido echados sin paga a los pocos días, con la excusa de ser irregulares. [caption id="attachment_942305" align="alignnone" width="1500"]Jesús Brazón llegó a la capital hace 15 días. Foto: Jose Vargas - Kienyke.com[/caption] Jesús Brazón y Elcy Rojas son dos migrantes que esperan conseguir un trabajo para enviarle dinero a sus hijos en Venezuela. Sin embargo, el anuncio del régimen de Maduro sobre un impuesto a las remesas que envían del exterior los desanima. Jesús nunca había salido del país en los 45 años que tiene, pero la situación lo llevó a vender su moto y otros elementos de la casa para poder buscar ingresos fuera de Venezuela. Elcy es graduada de educación integral y nunca pudo ejercer en un colegio oficial porque era opositora al Gobierno. Planearon el viaje hace tres meses y hace más de 15 días lo emprendieron. Partieron desde Monaga, al oeste del país, hacía la frontera con Colombia. "Cruzamos toda Venezuela para salir del país, llegamos a Caracas y luego a San Antonio para cruzar acá a Cúcuta, a pie", cuenta Elcy. Con los recursos que consiguieron tras vender sus cosas lograron transportarse en buses, pero en la frontera los engañaron y les robaron el dinero. Tuvieron que empezar a caminar desde ese momento. [caption id="attachment_942304" align="alignnone" width="1500"]Venezolanos terminal del Salitre Jose Vargas - Kienyke.com[/caption] Al pasar por el páramo de Pamplona los recogió un camión de transporte de alimentos y los subió al frigorífico para ayudarlos a cruzar una zona de temperaturas bajo cero, donde ya se ha reportado la muerte de algunos migrantes, por lo hermético del vagón perdieron el aire y se desmayaron. [single-related post_id="939719"] Solo pudieron respirar cuando el conductor del vehículo les abrió las puertas. Continuaron el camino a pie y llegaron a Bogotá dos días después. Elcy llegó con los pies hinchados y sangrando, no podía seguir el ritmo, recibió curaciones en una iglesia cercana, pero por las lesiones decidieron cortar el viaje rumbo a Ecuador. "Es muy largo el camino y muy lejos y no quiero exponerla a ella", reconoce Jesús.
"Es duro, lo que nosotros estamos pasando acá es duro, no es ningún viaje de placer", dice Jesús, "ni de luna de miel", dice su esposa en broma.
Como ellos son más de 150 los venezolanos asentados en este lugar esperando la ayuda del gobierno o un trabajo para enviar dinero a su país natal. La mayoría no cuenta con permisos ni hizo parte del censo de Migración y no han podido regularizar su situación y hacerlo, aún está lejos. Sin embargo, reconocen, la ayuda de los colombianos y vecinos del sector ha sido constante y por el momento no les ha faltado la comida. Llegan vehículos con comida, papel higiénico, cobijas y ropa que desde un centro de acopio junto a la cocina, varios de los pobladores se encargan de repartir.
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