Samuel Aranda no supera los 40 años y lleva la mitad de su vida cubriendo conflictos bélicos. Ha fotografiado con su cámara las primaveras árabes, el conflicto de Yemen, a Boko Haram o la epidemia de ébola.
Su imagen del conflicto de Yemen, en la que aparece una madre abrazando a su hijo herido, fue elegida como la mejor fotografía de 2011. “Es curioso porque cuando la publiqué en los medios no tuvo ninguna repercusión. Fue después de que World Press Photo la premiara cuando realmente tuvo un verdadero impacto”, explica Aranda.
Nacido en Santa Coloma de Gramanet, en 1979, este catalán es un fotoperiodista autodidacta. No tuvo ningún tipo de formación. “No era muy buen estudiante. Me echaron del colegio, después del instituto y por último de la Escuela de Bellas Artes. La verdad es que era un poco ‘perla’ (provocador)”, explica entre risas.
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Su primer trabajo fue en la empresa de Gas Natural, revisando los contadores. “Era un trabajo que me gustaba. Estaba todo el día en la calle, hablando con la gente y descubriendo nuevos rincones de Barcelona. Fue entonces cuando comencé a fotografiar. Primero grafitis; yo solía ser grafitero. Más adelante empecé a meterme en barrios conflictivos y retratar escenarios problemáticos”, asegura.
Tenía una Nikon F60. Sus fotografías empezaron a publicarse en los medios locales y llegó a ganar más dinero con sus publicaciones que con el trabajo en la empresa del gas. Fue cuando decidió dedicarse de pleno a la fotografía. Nunca ha trabajado en una oficina y tampoco cree que sería capaz, así que comenzó su travesía por un sinfín de países retratando, principalmente, conflictos bélicos.
Con tan solo 19 años se trasladó a Jerusalén con una compañera periodista, Cristina Sánchez. “Fue algo muy amateur, un reportaje que quisimos publicar en varios medios. Pero tenía claro que quería quedarme allí a vivir, así que volví a Barcelona, toqué varias puertas y EFE, la agencia de noticias, me ofreció un contrato de colaborador allí”.
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Años más tarde la agencia France Press (AFP) le ofreció un contrato de colaborador fijo en Canarias, Marruecos y Sáhara, cubriendo temas de inmigración hasta 2004, cuando pudo regresar de nuevo a Jerusalén, donde permaneció hasta 2006, año en que comenzó la guerra del Líbano. También colaboró con la agencia Getty.
En 2008 decidió tomarse un año sabático. “Me fui a un pueblo pequeño de Teruel (España) durante un año para decidir qué quería hacer realmente, si seguir en el fotoperiodismo o enfocar mi carrera hacia nuevos horizontes”.
De ese año sabático surgieron varios viajes posteriores a Colombia -donde ha sido invitado a varios talleres con la Fundación Gabo- Rumanía, Moldavia o India. “Fui con un amigo periodista y es cuando realmente disfruté de mi trabajo. La libertad de poder enfocar según nuestra mirada los reportajes, explicar la historia y publicarla como queríamos nosotros era algo que no podía hacer trabajando para una agencia”.
En 2010 el jefe de fotografía de The New York Times lo contactó para colaborar con el diario. Para ellos documentó la Primavera Árabe. Viajó por Oriente Medio hasta 2015: Egipto, Libia, Turquía, Yemen, Pakistán y Afganistán fueron algunos de sus destinos. Fue en 2011 cuando tomó la fotografía que lo hizo merecedor, con solo 31 años, del World Press Photo 2012.
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“Nos encontrábamos refugiados de los bombardeos, en Yemen. Recuerdo ver a una mujer corriendo hacia la mezquita utilizada como hospital de campaña. Temía que su hijo estuviese muerto. La seguí y fue cuando tomé la fotografía, mientras lo abrazaba inconsciente”. Aranda todavía no los conocía. Más tarde sabría sus nombres. Fátima, la mujer de la foto, y su hijo, Said, quien sobrevivió a los ataques. “Sigo en contacto con ellos”, asegura.
Después de más de dos décadas cubriendo conflictos bélicos, Aranda considera que la situación más dura que ha vivido a lo largo de su carrera es ver la indiferencia de Europa con la crisis de los refugiados. “Estuve mucho tiempo en Lesbos trabajando y no podía creer que Europa, en la que tenía todas mis esperanzas depositadas, estuviese dando la espalda a las miles de víctimas del conflicto civil sirio”, mantiene.
“Las guerras son algo muy duro, pero lo curioso es que al final acabas acostumbrándote. Para ser fotoperiodista tienes que saber actuar en el momento, solucionar los problemas que van surgiendo. Pero sobretodo tienes que empatizar con las personas. Si eres alguien que no se atreve a salir de la zona de confort, ni a viajar, ni a relacionarse, no vas a llegar muy lejos”, sostiene.
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Ahora Aranda, por primera vez en 20 años, dejará de cubrir conflictos. “Estoy en una fase en la que se me han abierto otras puertas con fundaciones y museos. Sigo colaborando con el New York Times, pero tengo otras ideas en mente”. De momento su primer destino será Siria, donde participará en un proyecto para la reconstrucción de Alepo.
“El problema del fotoperiodismo es que no existe una verdadera cultura visual en España. Hay periodistas muy buenos con condiciones muy precarias, retrasos en los pagos, falta de medios. La mayoría de nosotros tenemos que buscarnos la vida fuera si queremos trabajar y eso es una pena”, lamenta.
“Acabo de volver de París y allí el ayuntamiento acaba de crear una escuela audiovisual gratuita para niños a partir de los ocho años. Estamos a años luz de conseguir que nuestro trabajo en España sea reconocido, valorado y bien pagado”.
El fotógrafo que ganó un premio en medio de la guerra
Mar, 29/01/2019 - 15:05
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