El hombre que evitó la Tercera Guerra Mundial  

Jue, 21/05/2015 - 04:41
Una gota de sudor salió de su frente, pasó por la sien, y antes de que besara la mejilla, la secó con la manga de su camisa.  La situación era tensa.

Una gota de sudor salió de su frente, pasó por la sien, y antes de que besara la mejilla, la secó con la manga de su camisa.  La situación era tensa. Lea también: De soldado nazi a leyenda del fútbol inglés Estados Unidos y la Unión Soviética se mostraban los dientes; exhibían su poderío económico y militar, siempre a la espera de lo que hiciera el otro para responder con más contundencia. Era octubre de 1962, el momento más tenso de la guerra fría: la crisis de los misiles. También le puede interesar: Las odiadas novias de los nazis Una y otra vez se secó el sudor. Era un goteo frío que se paseaba por la cabeza caliente. La escena se desarrolla en el interior de un submarino soviético, a centenares de metros bajo el mar Caribe. Ese submarino, el B-59, un sumergible de ataque al que la Otan denominaba Clase Foxtrot, tenía la misión de burlar el embargo gringo y establecer una base en la bahía de Mariel, en la costa norte de Cuba. La estrategia rusa era tener todo listo –varias lanzaderas nucleares – para proferir un feroz ataque contra Estados Unidos en el momento en que las cosas se salieran de control. Lo propio hacían los gringos en Turquía. Allí instalaron misiles nucleares capaces de arrasar a Moscú en tan solo 15 minutos. El secretario de Defensa de Estados Unidos de la época, Robert McNamara, daba una instrucción clara a sus tropas para evitar que se consolidara el plan soviético. “Si detectan cualquier submarino intruso, deben obligarlo a emerger e identificarse para bloquear su acceso”, ordenaba. El B-59 había sido detectado por la marina estadounidense y, de acuerdo con la instrucción de McNamara, había que obligarlo a emerger. ¿Cómo? Solo había una forma. Técnicamente se denomina ‘lanzamiento de cargas de profundidad’. En plata blanca era lanzar explosivos que estallaban muy cerca del submarino para así obligarlo a salir a la superficie. “Era como estar sentado en un barril de metal que alguien golpea continuamente con un martillo”, dijo el oficial de comunicaciones ruso, Vladimir Orlov, quien vivió a bordo en aquellos dramáticos instantes. Dentro del submarino se vivían momentos de pánico. Los oficiales, a bordo Vitaly Savitsky, el comandante y, Vasili Arkhipov, segundo al mando, tenían la autorización de lanzar los misiles nucleares si se veían amenazados. Pero había una condición: ambos, además de un oficial político que iba a bordo, tenían que estar de acuerdo. Vasili Arkhipov Intentaron, sin éxito, comunicarse con Moscú. Querían saber si el ataque que estaban recibiendo era producto del fin de la guerra fría y el inicio de una guerra candente. No sabían si ya había estallado la matanza entre las dos superpotencias. “Los volaremos por los aires; moriremos todos pero hundiremos todos sus barcos”. El comandante Savitsky había tomado una decisión: lanzar los torpedos nucleares.  La Tercera Guerra mundial era un hecho. El oficial político estaba de acuerdo, solo faltaba la autorización de Vasili Arkhipov para hacer de la Tierra un polvorín. Vasili sudaba y se secaba con su camisa. Repitió la acción una y otra vez hasta que provocó el grito de su comandante, quien le exigía un pronunciamiento. Su respuesta fue un frío y calculador ¡No! Incluso convenció a Savitsky para que subiera a la superficie, recibir instrucciones del Kremlin y evitar un enfrentamiento con las naves norteamericanas. A regaña dientes aceptó. No sin antes proferirle sendos insultos. Pocas horas después, Kennedy y Kruschev alcanzarían un acuerdo que daba fin a la crisis de los misiles. La historia de Vasili Arkhipov, el hombre que evitó la Tercera Guerra Mundial y una catástrofe nuclear, se conoció solo hasta el 2002 en un congreso celebrado en La Habana, cuarenta años después de aquel episodio. McNamara, basándose en documentos estadounidenses desclasificados, admitió que la guerra nuclear estuvo más cerca de lo que nadie había pensado. Thomas Blanton, director del Archivo Nacional de Seguridad de Estados Unidos, fue claro: “Un tipo llamado Vasili Arkhipov salvó al mundo” Al término del discurso, con su camisa, se secó el sudor. El hombre del brazo de oro Por estos días se habla mucho de un James que tiene una zurda mágica, que convierte goles y que puede ser, en unos años, el mejor jugador fútbol del mundo. Pero poco se habla de un James que nació en 1936 y que se ganó el apodo del ‘hombre del brazo de oro’.  La sangre del australiano James Harrison contiene un anticuerpo poco habitual que se puede usar para tratar a los bebés con la enfermedad de Rhesus, una anemia mortal causada por incompatibilidad entre la sangre del feto y de su madre. Harrison ha donado sangre más de un millón de veces en 77 años. Gracias a él, según The Daily Mail,  unos dos millones de bebés se han salvado. Comenzó a donar cuando cumplió los 18 años. La sangre de Harrison es valorada hasta el punto de que su vida fue asegurada por un millón de dólares. James Harrison   La sangre de esclava que contenía el secreto contra la polio El caso de Harrison se asemeja al de Henrietta Lacks, la mujer que salvó millones de vida después de muerta. Lacks, descendiente de una familia de esclavos, murió de cáncer de cuello de útero el 4 de octubre de 1951 en Lackstown, Virginia. Antes de morir, sin su autorización o la de su familia, los médicos que la atendieron tomaron muestras de sus células. Los especializaras estaban sorprendidos por la capacidad de recuperación de las células de Lacks. Crecían con una robustez extraordinaria, doblando su número cada 24 horas. Según señala el portal especializado Xatakaciencia, las células de Henrietta, conocidas con el nombre de HeLa, “han servido para desarrollar la vacuna contra la polio, realizar importantes avances en campos como la clonación, cáncer, Sida, los efectos de la radiación o sustancias tóxicas, y han generado más de 17.000 patentes que producen fortunas y casi 60.000 publicaciones científicas en todo el mundo". Las células HeLa han generado polémica en el mundo científico. El biólogo evolucionista Leigh Van Valen propuso que estas fueran aceptadas como una nueva especie: Helacyton gartleri. La familia de Henrietta no se enteró de su “inmortalidad” hasta 20 años después de aquella biopsia, cuando los científicos se pusieron en contacto con su marido e hijo para proseguir las investigaciones. La heroína de la ciencia Heroes-Gertrude-Elion Gracias a sus descubrimientos de los principios clave sobre el desarrollo y el tratamiento de medicamentos, en 1988 Gertrude B. Elion ganó el Nobel de Medicina. Debido a esos descubrimientos, se desarrolló el primer tratamiento contra la leucemia, el primer agente inmunopresor usado en el trasplante de órganos, un medicamento contra la gota, otro contra la malaria, y uno contra contra el herpes. En el día se encerraba en su laboratorio a buscar mecanismos para luchar contra las enfermedades mortales. Una vez se retiró, sus métodos de investigación permitieron a su equipo el desarrollo del fármaco AZT para el tratamiento del Sida. El homosexual que derrotó a los nazis Con desespero, el gobierno británico buscaba a alguien capaz de entender el complejo sistema de comunicación por medio del cual el ejército nazi planeaba los bombardeos. Cientos de prestigiosos científicos probaron, sin éxito, mecanismos para descifrar el código Enigma. Solo fue hasta 1942 que el matemático, criptólogo y científico Alan Turing, logró descifrar el sistema con una máquina que había creado en 1937. El aparato, creado por Turing, podía realizar operaciones lógicas (como las de un ser humano) pero un millón de veces más rápido. Podía efectuar toda clase de operaciones matemáticas expresadas en un lenguaje formal determinado. Con la ayuda del aparato, catalogado como el primer computador de la historia, logró descifrar los mensajes codificados que la marina alemana empleaba para enviar instrucciones a los submarinos que hostigaban a las tropas aliadas. Sin el descubrimiento de Turing, la guerra habría durado dos años más, causando otras dos millones de muertes. Pese a su invaluable logro, el matemático fue expulsado del programa que él mismo lideró luego de que el gobierno británico descubriera que era homosexual. Fue sometido a castración química y decidió suicidarse comiéndose una manzana impregnada en cianuro potásico. Su historia fue llevada al cine con la película The Imitation Game (Descifrando Enigma).
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