A los 18 años no tenía idea de qué iba a hacer con su vida. Vio un afiche de un marino caminando por una playa de Hawaii de la mano de una hawaiana y decidió que eso era lo que quería hacer. Se enlistó en la Marina de Estados Unidos y en menos de un año decidió que ese no era su camino.
Una noche soñó que Popeye el marino caminaba sonámbulo en un buque y caía al mar. Luego Brutus le decía: “Popeye, you can’t sleepwalk in the Navy!” (Popeye, ¡no puedes ser sonámbulo en la marina!). El sueño quedó dando vueltas en su cabeza. Una noche, cuando se encontraba en los camarotes con sus compañeros, se hizo el dormido y salió a caminar pretendiendo ser sonámbulo. Lo agarraron. Lo metieron a la unidad donde se encuentran “los psicóticos, los locos y los desviados de la vida” durante un mes, y luego lo echaron de la marina.
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El día que conocí a Manuel Teodoro el periodista no llevaba puesto corbatín ni pantalón de algún color estridente. Por el contrario, vestía aburridos pantalones negros, zapatos de cuero y medias del mismo color con una camisa de cuadritos de colores pastel. Y es que han pasado casi 10 años desde que volvió de un cubrimiento en Washington D.C. a Colombia, inspirado por las vidrieras de la ciudad y revistas de moda europea, a alborotar la moda masculina con sus pantalones verde neón con perritos bordados.
Su mañana arranca con un consejo extraordinario que se lleva a cabo en una sala del tercer piso de la casa donde trabaja el equipo de Séptimo Día. El director está rodeado de 11 mujeres y 2 hombres. Frente a él se encuentra una pelirroja alta y flaca con un saquito de lana negro que solo le cubre un hombro y revela la falta de brasier. Yo no podría concentrarme con su presencia, pero Teodoro se dedica a observar y oír a todo su equipo, mientras le da vueltas al anillo de casado, que brilla en su dedo anular y se coge la cara incesantemente. Se jala el lóbulo de una oreja, apoya la quijada sobre una mano, se toca la frente y un cachete con los dedos. Parece que tuviera una piel suave y sana, pero luego revelará que todo el día se toca la cara pues tiene una psoriasis que solo reconoceré cuando me deje pasar un dedo por su frente.
No hay día en que Teodoro no piense en Filipinas y los 16 años que pasó en su tierra paterna.
Terminado el consejo, durante el resto del día se reunirá en su oficina con sus reporteras en grupos de a dos, a oír sus propuestas con los ojos cerrados, apretados, y las cejas en punta mientras se muerde la uña del dedo gordo y hace una pregunta detrás de la otra como si disparara. Está absolutamente concentrado, desmenuzando e imaginando las ideas de las reporteras que presentan su propuesta para una nota, aparentemente muy seguras de sí mismas. Curas y alcaldes pedófilos, bebés muertos, conductores borrachos, mujeres gritando horrorizadas, un cadáver ahorcado amarrado a la cama y con el estómago abierto, prostitución infantil… la oficina de Manuel Teodoro se convierte en el festival del horror.
La oficina de mediano tamaño tiene las paredes forradas con premios de periodismo, afiches enmarcados de películas y una propaganda hebrea de margarina. The Fighting Filipinos, La renia de Saba, Mi desconocida esposa. De las cortinas cuelga una máscara azul de lucha libre, a un lado del televisor hay un autorretrato de Frida Kahlo, un afiche de Mao Tse-tung posando con la muralla china detrás, un mapa físico de Colombia, fotos de sus dos hijos, una bandera de Filipinas y en el closet, al lado de unos libros, hay una estatua de Yoda que mueve los ojos y las orejas al hablar.
“Para que Manuel Teodoro esté tranquilo necesito una denuncia”, dice. “Antes todas las historias eran nuestras”. Pero ahora Séptimo Día tiene gran competencia: Los Informantes, Especiales Pirry, El Rastro y Crónicas RCN. ¿De dónde saca tantas historias, tantas ideas? “Hay que pararle bolas a los pequeños medios, los periódicos chiquitos y las emisoras locales. Uno depende de otros medios para encontrar fuentes para historias. Hay que hablar con la señora de los tintos, el celador, el conductor, todo el mundo es una fuente. Todo, todo, todo, todo el mundo tiene algo que contar”.
Durante la entrevista abrió una caja de fotos que no veía hacía mucho y decidió enmarcar esta foto de su papá.
En su discurso constantemente se asoma un español roto. Se inventa palabras que derivan del inglés, su primera lengua y el idioma en el que piensa. “El español no es fácil”, asegura Teodoro. “Cuando llegué a Colombia me dijeron: todo lo que termina con A es La. Todo lo que termina en O es El. Entonces: el moto, la poema, la planeta. ¡No! Es LA moto… ¿Qué, cómo? Hay excepciones… El español es un idioma divino, me fascina, pero no es fácil”, dice riendo a carcajadas.
“Además la gente aquí es muy formal. Mis amigos que llegan de afuera se burlan. El bogotano es muy formal. Aquí dicen: Oye, por favor, ¿de pronto podrías contemplar la posibilidad de quizá darme un poco de azúcar? En cambio el puertorriqueño dice: Ey, pásame el azúcar. Aquí te preguntan: ¿Usted sostuvo relaciones carnales con…? Allá te dicen: ¿Te la comiste?”, dice y vuelve a reírse arrugando toda la cara que casi esconde sus ojos chiquitos y brillantes. “Yo todavía estoy aprendiendo español.”
De madre cartagenera y padre filipino, Teodoro nació en Nueva Orleans, EE.UU., en 1960 y cuando tenía un año y medio su familia se mudó a Filipinas, donde se quedó hasta los 16 años. Luego vivió un par de años en Bogotá, donde terminó el colegio sin hablar ni una sola palabra de español. Una vez graduado volvió a la casa de su abuelo paterno a Nueva Orleans. Pasó por la marina, unos meses de odontología, otros meses de administración y terminó estudiando periodismo en Miami, donde luego hizo un posgrado en lo mismo. Hace nueve años que vive en Colombia.
–¿Qué respondes cuando te preguntan de dónde eres?
–Yo soy un perro chandoso, pero respondo que soy colombo-filipino nacido en Estados Unidos. Muchas personas insisten en que uno es del sitio en el que nació, pero esto no es así necesariamente. Esa es una forma simplista de ver el mundo. Uno es de donde está. En este momento estoy en Colombia. Si me voy para Filipinas, soy filipino. A veces cuando estoy deprimido siento que no tengo patria, no sé de dónde soy.
Manuel Teodoro es una de esas personas que hacen reír a los demás sin el menor esfuerzo.
–¿Por qué terminaste estudiando periodismo?
–Siempre me ha gustado leer periódicos y sobre lo que está pasando en el mundo, siempre he sido muy consciente socialmente. Mi personalidad y ADN eran adecuados para el periodismo. Un día estaba caminando en la universidad y vi un periódico que leían los estudiantes, The Miami Hurricane. Averigüé que era producido, dirigido, comercializado y distribuido por estudiantes. Tuve una epifanía y fue la sensación de maravilla con el hecho de que estudiantes escribieron lo que estaba publicado en estos periódicos y otros estudiantes estaban leyendo eso. Estos estudiantes estaban generando una emoción en los otros, eso fue la semilla. Ser partícipe dentro de un proceso de comunicación.
Cuando uno tiene ese tipo de sensaciones es Dios, o algo superior, diciéndote algo. Entonces me fui al periódico y hablé con la editora general. Le pregunté si podía escribir para ellos, pero solo tenía 19, no sabía cuál era mi especialización en la universidad y no estudiaba periodismo. Ella me dijo que debía estudiar periodismo y que podía empezar por distribuir periódicos a los estudiantes a las 3 de la mañana. Le dije que lo haría pero a cambio le pedí que me oyera si tenía alguna idea. Me dijo que sí. Comencé a observar a mi alrededor para ver sobre qué podía escribir y noté que había muchos estudiantes en sillas de ruedas. Entonces alquilé una silla de ruedas durante dos días y me moví en ella como si no pudiera pararme. Inmersión total. Escribí un texto y volví al periódico casi 3 semanas después. Todo le pareció terrible, pero la idea la consideró genial. Me dijo: “Tú tienes el alma de periodista”. Entonces estudié periodismo.
Teodoro, a propósito del cumpleaños número 10 de Séptimo Día, cuenta que el equipo está pronto a inaugurar un nuevo set modernizado y un nuevo logo. “Se trata de un look más progresivo, juvenil, minimalista, limpio y antiséptico. Mucha transparencia y elegancia y nueva música. No será tan noventero y rococó, más bien neo-Bauhaus”, agrega Teodoro riéndose.
–¿Entonces decidiste reinventar el programa?
–Yo creo que los cambios solo tienen que ver con la profundidad de los mismos temas que estamos abordando. Es profundizar más, hacer mejores preguntas, buscar una historia que de verdad sea diferente, no es fácil. Es lograr que los libretos de mis periodistas mejoren y para esto tengo que estar mejor. Es seguir haciendo denuncias, pero no solo la del hampón que está en la esquina, sino el hampón que está atropellando a muchos en la sociedad. Personas que están contaminando. Es sujetar más a aquellos que toman las grandes decisiones que afectan el bolsillo, la salud y el bienestar del colombiano. Ellos tienen la obligación de responder.
–¿Eres un paladín de la justicia?
–Me duele mucho la injusticia, visceralmente. Me duele mucho y me da mucha ira que este país no ofrezca la protección que debe ofrecer. Es ese deseo de contribuir a que haya un poquito más de justicia. En este país, cuando hay presión mediática, las instituciones reaccionan más.
Dice que es casualidad que en este momento su equipo esté compuesto por puras mujeres y solo un hombre.
–¿Supongo que habrás hecho muchos enemigos?
–Estoy seguro que hay quienes no me quieren mucho, pero estoy tranquilo porque no escogí esta carrera para hacer amigos, –responde el hombre que luego me dirá que tiene muchos conocidos pero pocos amigos.
Me pregunto si ha cambiado su estilo de vida luego del infarto que casi lo mata hace menos de tres meses. Sus periodistas aseguran que a pesar de que lo intenta, no ha cambiado nada. Una de ellas cuenta que el mismo día del infarto les mandó a todos un mensaje de texto asegurando que todo estaría bien. Inicialmente Teodoro se sorprendió por haber tenido un infarto a los 53 años, pero luego sus doctores le explicaron que así tuviera un buen estado físico, lo lleva en el ADN. Después de todo, su padre tuvo su primer infarto a los 38 años.
–Después de esa experiencia, ¿le coges ventaja o le coges miedo a la muerte?
–No tengo miedo, pero tengo más respeto. Todos nos vamos a morir tarde o temprano, y yo me voy a morir algún día. No quisiera, hay muchas cosas que quisiera hacer todavía. Quiero vivir más años con mi esposa para conocerla más. Mi hija, se va a casar algún día, no anhelo pagarlo pero quiero estar allí. Tengo que regresar a estar una temporada en Filipinas algún día. Quiero hacer muchas cosas con mi hijo. Yo no me quiero morir todavía. Hay mucha música por escuchar todavía, no sé si en el cielo vendan iPhones, o si hay donde cargarlo… Yo quiero vivir.
–¿Te has planteado cómo quisieras morir?
–En mis sueños, dormido. Es importante dejar todo organizado, pero no tengo casi nada y todo está a nombre de mi esposa y mis hijos.
–Si el infarto te hubiera matado, ¿de qué te hubieras arrepentido y qué te hubiera quedado sin hacer?
–Hubiera quedado sin expresar el amor que siento por ciertas personas. A mí no me gusta arrepentirme, eso es una pérdida de tiempo, pero… si me preguntas qué hubiera hecho más… hubiera vivido más cada momento con más intensidad.
–¿A Manuel Teodoro le falta intensidad?
–Es que me has visto un lunes en el trabajo en este momento de mi vida. Pero había otros momentos de mi vida en otros lugares que quizá no aproveché como debería haber aprovechado. Hubiera leído más literatura y menos periódicos. Hubiera tenido menos novias y más calidad con las que tuve. Los años 80 fueron muy desastrosos… En Miami, en la universidad, y después.
Guarda esta estatua de Yoda en su oficina para acordarse de su hijo.
¿Y qué le habrán dejado los excesos a este hombre que hace seis años no bebe alcohol? “Los excesos no suelen dejar mucho. Aprendizajes y buenas lecciones de lo que no se debe hacer,” responde riéndose otra vez.
Cuando tenía 21 años se fue de viaje por Europa con solo una mochila. Quería ser bohemio y artista, entonces se dejó el pelo largo y se puso un arete en la oreja. Cuando volvió a Miami, a la casa de su abuelo, cuenta que el hombre le preguntó:
–Mijo, ¿es que estoy alucinando o estoy viendo que tiene un arete?
–Abuelo, efectivamente tengo un arete.
–Ah… ¿y qué quiere decir eso, que eres homosexual?
–No, abuelo, no quiere decir que soy homosexual. Quiere decir que tengo una identidad inequivocablemente única. Eso es una expresión no discutible de mi individualismo como ser humano.
–Ahhhh… Pues yo también te voy a manifestar una manifestación de mi inequivocable individualidad como ser humano: como dueño individual de esta casa yo pongo unas reglas individuales. Y si no te quitas el arete ya, individualmente te vas a ir de esta casa. ¿Qué te parece?
Teodoro termina su anécdota y comienza a reírse, escurriéndosele así su culo inexistente en la silla de su escritorio.
–¿A tus 53 años qué tan joven te sientes?
–Yo me siento relativamente joven. Para algunas cosas me siento muy joven, quiero descubrir nuevas cosas, tengo la capacidad de aprender nuevas cosas y puedo ser espontáneo. Para otras cosas soy maduro y me gusta esa madurez. Escucho antes de hablar, pienso antes de decir bobadas. Tengo mucha más humildad que antes. Es que uno entre los 20 y los 40 es un pobre huevón, un prepotente, se cree la verga, cree que sabe de todo y es el dueño de la verdad. Por encima del bien y del mal, ¿usted no sabe quién soy yo? Un huevón. Entre los 20 y los 40 años cometí muchos actos muy inmaduros, prepotencia, soberbia. El ego, todo es el ego. Lo más rico de los 53 años es que te identificas mucho menos con ese ego y te vuelves mucho más humilde y modesto. Aceptas la vida como es y no quieres imponer tu voluntad para que la vida sea como tú quieres que sea.
Manuel Teodoro ha aceptado que su cuerpo jamás será como los de los modelos en las revistas, sin embargo, por su salud, intenta cuidarse más que nunca. Sabe que en total, con todo lo que se mueve durante su jornada laboral, camina un kilómetro al día. Y sube y baja escaleras en un intento por cuidarse que esconde una claustrofobia que no le permite subirse a un ascensor por miedo a que se quede atrapado en él.
Su oficina es un reflejo de sus raíces asiáticas y sus viajes por el mundo.
–De todas las historias que has cubierto en tu carrera, ¿cuál te ha tocado el corazón?
–La de una niña mexicana de Milwaukee, Wisconsin, en el año 1991, que se estaba muriendo de leucemia porque ninguna donación de médula ósea era compatible con la de ella. Cuando llegué al aeropuerto me estaba esperando con una flor. Me preguntó si yo era el periodista y dijo que sabía que yo estaba ahí para hacer una historia porque ella se iba a morir. Desde que la vi estaba en sus manos. En el carro dijo que sabía que le quedaba muy poco tiempo, pero que a sus 11 años había hecho mucho. Dijo que había ido a Disney tres veces, que había aprendido a bailar y sabía cantar. Ya conocía Canadá, México, Guatemala y Puerto Rico, y se iba a llevar todo eso con ella al cielo.
En la casa me mostró sus Barbies y su favorita, una calvita a la que ella le había cortado el pelo y le había pedido a su mamá que la enterrara con ella para llevársela al cielo. Yo no sabía si llorar o estar en shock. Hice mi nota y me fui. A los 6 meses la nota había tenido tanto éxito que comenzaron a llamar de todas partes de Latinoamérica para donar médula ósea y llamaron tantas personas que en Univisión contrataron operadores para crear un conmutador específico para esta niña. Al año consiguieron un donante compatible de la República Dominicana, le hicieron una transfusión y le salvaron la vida. Entonces viajé a verla. Estaba en el aeropuerto esperándome con una flor y me dijo: “Gracias”.
Y este hombre que lanza chistes sin hacer una mueca y escribe las ideas más sórdidas con un esfero de tinta rosada -que alguien se llevará de su escritorio sin que él se dé cuenta-, es tildado como uno de los periodistas más amarillistas del país.
–¿Te consideras amarillista?
–¿Sabes qué quiere decir amarillismo? El amarillismo quiere decir: Utterly lacking in redeeming social value (falta total de algún valor social rescatable), y todo lo que sacamos en Séptimo Día tiene valor social. Creamos emociones en una sociedad que debe reaccionar ante un flagelo. Ahí hay un valor social. Si hay un accidente con muertos en un bus y saco un cuerpo abierto con las tripas por fuera, eso sí sería amarillismo. Pero si saco a una mujer gritando desesperada porque el conductor iba borracho, ese grito es un grito de solicitud de auxilio, eso tiene valor social y es rescatable. En Colombia no se tienen clara la definición de amarillismo. Los medios amarillistas no pretenden cambiar la sociedad. El mundo se está volcando hacia ofrecer un contenido que produzca una emoción. No hay nada que conecte más a las personas que una emoción. Si ofrezco información sin emoción, me cambian el canal.
–Vi las imágenes de cuando te agredió el hermano de Laura Moreno y eso hace que me pregunte: ¿Cuál es la diferencia entre el trabajo de un periodista -que debe ser persistente-, y el acoso?
– El público tiene derecho a saber la verdad en un país donde hay muchos secretos por destapar y muchas verdades escondidas. Muchas veces tenemos que hacer preguntas incómodas y difíciles para sacar la verdad que muchas veces está oculta. Son preguntas que tenemos que hacer para lograr las respuestas que el público quiere. Lo difícil es cuando el entrevistado no quiere que el público sepa eso y quiere guardarlo como un secreto. Hay que ser incisivo, persistente. ¿Hasta qué punto? Yo creo que cada situación es diferente. Nosotros debemos repetir la pregunta y volver a repetirla, voltearle el sentido y tratar de sacar la respuesta, pero llega un punto donde es evidente que la persona no te va a contestar y ya uno dice: he cumplido con mi trabajo. Pero, realmente, el gran triunfo en el periodismo es sacar la verdad. Y yo no estoy de acuerdo en que uno pueda usar cualquier método maquiavélico para sacar la verdad. La prensa es libre, pero no estamos por encima de la ley.
Me intriga qué fantasmas pueda tener en la vida este periodista que tiene un archivo de vídeos sobre temas paranormales. “La separación de mi familia. Cuando mis papás se separaron mi familia se partió en dos y eso me afectó muchísimo. Mi hermano todavía vive muy lejos. Todavía duele cuando pienso en él. Mi fantasma no es un fantasma, es un vacío que siempre quisiera llenar”.
@Virginia_Mayer
El marinero claustrofóbico que se adueñó del rating
Jue, 21/11/2013 - 15:19
A los 18 años no tenía idea de qué iba a hacer con su vida. Vio un afiche de un marino caminando por una playa de Hawaii de la mano de una hawaiana y decidió que eso era lo que quería hacer. Se e