Diana Ipuana sale todas las noches junto con sus hijas a recoger cajas y otros materiales de reciclaje en el centro de Maicao. Es el trabajo más estable que ha encontrado desde que llegó a la ciudad fronteriza desde Venezuela hace un año y tres meses.
La madre cabeza de hogar de origen wayúu cuenta que les pagan a 200 pesos el kilo de cartón y a 50 pesos la botella de vidrio. Prefiere recoger cartón porque es más fácil de cargar. En promedio recogen unos 30 kilos en una jornada, lo que les da entre 5.500 y 6.000 pesos para vivir a diario.
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Antes, con el dinero pagaban una pieza para vivir pero no les alcanzaba para la comida. Así que optaron por irse a un asentamiento informal a las afueras de la ciudad, improvisar una vivienda y así poder usar el dinero que ganan para comer, así sea una vez al día.
El asentamiento en el que vive Diana con su familia es llamado por los lugareños 'Torres de Majayura'. Queda al lado de una antigua pista de aviación que construyeron grupos traficantes de marihuana durante la 'bonanza marimbera' de los años 70 y 80 y ahora está abandonada.
En el terreno desértico conviven unas 430 familias entre migrantes venezolanos, indígenas wayúu y colombianos retornados del vecino país.
Cuando el sol guajiro llega a su punto más alto al medio día, las temperaturas superan los 30 grados centígrados y las carpitas hechas con plásticos y palos hierven. Los niños buscan resguardarse bajo los pocos árboles que hay en el terreno, que está repleto de basura regada. El olor de los desechos se hace más intenso con el calor.
Luego llega el viento característico de ese departamento al norte de Colombia y levanta la arena y pedazos de plástico en pequeños remolinos. El polvo, el intenso sol, la falta de agua, baños y una nutrición balanceada hace que tanto niños como adultos sean vulnerables a enfermedades y desnutrición.
A pesar de todas las dificultades, los miembros de la comunidad concuerdan en una cosa: es mejor estar en el asentamiento que vivir en la calle.
Así lo explica Francisco Sevilla, líder comunitario del asentamiento. "Yo llevo 10 meses en Maicao y viví 3 meses en la calle donde sufrí mucha violencia”, cuenta el joven venezolano. “Migración nos metía corriente, nos pegaba con palos, la policía nos perseguía y nos llevaban al punto fronterizo de Paraguachón, pero nosotros siempre buscábamos la manera de volver", añade.
Cuenta que, sin importar las dificultades, buscan la manera de quedarse en Maicao y trabajar para ayudar a su familia que todavía está en Venezuela.
La comunidad se ha organizado para protegerse y buscar ayuda internacional. Dividieron el terreno en parcelas de 8 x 8 metros y cada familia construye su ‘cambuche’ como puede. Hicieron un censo de la población para tener cifras claras y enumerar las necesidades específicas. Fue así como encontraron que el asentamiento está conformado por 430 familias que tienen 445 menores de edad.
La difícil situación de migrantes venezolanos en Maicao
Sáb, 09/02/2019 - 05:28
Diana Ipuana sale todas las noches junto con sus hijas a recoger cajas y otros materiales de reciclaje en el centro de Maicao. Es el trabajo más estable que ha encontrado desde que llegó a la ciudad