El segundo domingo de mayo en Venezuela no era muy distinto al del resto del mundo, donde se celebra el Día de la Madre en la misma fecha. Centros comerciales de gente comprando regalos, flores agota
El segundo domingo de mayo en Venezuela no era muy distinto al del resto del mundo, donde se celebra el Día de la Madre en la misma fecha. Centros comerciales de gente comprando regalos, flores agotadas a media mañana, restaurantes donde resultaba imposible entrar y cualquier otra actividad asociada a la efeméride abierta al consumo.
El país cambió. La mayoría de los locales en los centros comerciales cerraron. Almorzar fuera de la casa es un lujo de una micro-minoría. Y para qué gastar en flores, "mejor invierto eso en comida".
Las generaciones más jóvenes salieron del país. También un porcentaje de madres que emigró con el fin de trabajar y enviar remesas, para procurar que los hijos coman mejor y puedan estudiar. Y aunque un sector logró instalarse fuera de Venezuela sin dificultad, en realidad, la mayoría salió con lo justo para llegar y bregar.
En este contexto, los intercambios de afectos ahora se limitan a una videollamada, y con suerte, mientras haya buen Internet o señal. Así se comunicaron el domingo 12 de mayo, miles de hijos y madres, entre ellos están Ghinna Fernández y Chefi Borzachinni.
Ghinna Fernández tiene 30 años y es madre soltera. Se graduó de periodista en la Universidad Bicentenaria de Aragua, núcleo Puerto Ordaz, en un acto al que no asistió porque el día que la situación llegó el límite decidió irse, sin mirar por el retrovisor.
"Abandoné hasta el sueño de lanzar el birrete junto a mis compañeros y mi hija, luego de cinco años de estudio", relató.
Sahory Valentina Valdez Fernández tenía 10 diez años cuando su mamá se fue. Han transcurrido 8 meses, una Navidad, un cumpleaños y este 12 de mayo celebran el Día de la Madre a 1936 kilómetros de distancia.
"El 10 de enero fue su cumpleaños y trabajé para que ella juntos a sus primitos la pasaran bien, yo solo vi fotografías de ese día", contó la madre migrante.
La niña, de 11 años, vive actualmente con su abuela de 53. "Mami, ya no soporto estar lejos de ti, necesito verte y abrazarte", le dice todos los días al teléfono.
Sahary cursa 5to grado en una institución privada, por la que Ghinna paga un promedio 2,5 dólares de mensualidad, menos de lo que cuesta un cartón de huevos o un kilo de carne en Venezuela. A ella le gustaría traerse a la niña a Colombia, pero en Bogotá la situación no es fácil para los locales, y mucho menos para el migrante venezolano, que usualmente llega con una mano adelante y otra atrás.
En declaraciones a propósito del reciente Día del Trabajador, Luis Fernando Mejía, director ejecutivo de la Fundación para la Educación Superior y el Desarrollo (Fedesarrollo), dijo en entrevista a Semana que "por lo menos la mitad de los colombianos gana salario mínimo o menos". Ghinna Fernández forma parte de esta estadística y de los 828.116 pesos que recibe, envía dinero hacia Venezuela. "Estoy aquí por mi hija", repite constantemente.
"Estoy muy agradecida con el gobierno colombiano porque yo llegué aquí en septiembre y en diciembre me otorgaron el Permiso Especial de Permanencia (PEP), gracias a eso tuve más oportunidad de conseguir trabajo ese año". Sin embargo, dice que sintió de cerca la discriminación cuando salió a buscar empleo. "Me decían ¿venezolana? ¡no gracias! Ni la hoja de vida me recibían".
El pasado 2 de mayo, Migración Colombia reveló que ya hay 1.200.000 de venezolanos en el país.
Al llegar a la capital colombiana Fernández vivió en el barrio San Mateo, en Soacha. Casi al mes de haberse instalado, consiguió trabajo de mesera en una discoteca en ese municipio. Ahora reside en Gustavo Restrepo y trabaja ocho horas al día en un restaurante paisa en el barrio Ciudad Montes, en Puente Aranda, al que llega conduciendo una bicicleta, luego de pedalear unos 20 minutos.
Ghinna Fernández extraña a la familia, los amigos y sus dos perros "que son los niños consentidos de la casa"; también la comida a la que estaba acostumbrada el paladar. "A veces quiero volver pero luego pienso ¿qué voy a hacer allá ? Al menos estando aquí trabajo y le envío dinero para que pueda estar bien".
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El plan, a corto plazo, es seguir viviendo al día. A futuro se ve regresando a Puerto Ordaz, "a mi país junto a mi familia, como era antes. Sueño con ejercer mi profesión en mi querida Venezuela como lo hacían los periodistas muchos años atrás, sin censura, porque aquí en Colombia lo veo complicado. Una sola vez busqué en mi área y me pidieron 2 años de experiencia y título en mano", comentó.
Por los momentos, Ghinna y Sahory se comunican diariamente. Apenas mami llega del trabajo y justo antes de la niña irse a dormir. "Todo esto lo veo como pruebas que Dios me pone para demostrar lo fuerte luchadora que puedo ser para darle bienestar a mi hija". Este Día de la Madre, no será distinto.
La segunda, Guadalupe López, salió a los 20 años de Venezuela, a pasar una temporada vacacional con su hermana y no regresó. Le faltaban dos meses para graduarse de diseñadora gráfica, pero la decisión resultó irreversible y cumplió este 2019, más de dos años en Buenos Aires.
Mientras, en el hogar de López Borzachinni las habitaciones de sus dos hijas permanecen intactas, como si se hubiesen ido hoy o fuesen a regresar mañana. Cosmos, el gato de la menor, resguarda el territorio.
"Cada año que pasa, hemos pensado que es más improbable el regreso, aunque ambas siempre hablan de su sueño de retornar a Venezuela para trabajar aquí, para ayudar al desarrollo del país", comenta Borzachinni.
Los encuentros se han hecho cada vez menos frecuentes de lo que quisieran todos. Un día lo hace inviable la subida del dólar, otro día una decisión política y otro, retrasos en la emisión de los documentos de viaje.
"Hace dos años que no la veo en persona. Hace cinco años que no voy a Venezuela, pues no tengo pasaporte, y es muy complicado obtener la prórroga en Buenos Aires. Hace dos años que espero me den respuesta", comenta Victoria.
Este Día de la Madre, en la casa de los López Borzachinni como en la de Fernández Rojina, se repetió la misma escena que en millones de hogares durante cumpleaños, Navidad y Año Nuevo, con un incremento en el número de familias fracturadas por la migración, en los últimos seis años.
Todos hicieron uso del WhatsApp para procurar llenar en una llamada un profundo vacío.
"Mi mamá siempre me ha hecho sentir como una hija amada, como su gran tesoro. Y es eso precisamente lo que yo considero como la clave de nuestra unión, a pesar de las distancia. En mi corazón y mi mente siempre busco ese lugar para darle un abrazo invisible, y decirle lo muchísimo que la amo".