Las historias detrás del paro de los 'profes'

Mié, 07/06/2017 - 08:30
Él podría ser un niño común y corriente. O una niña. Supongamos que se llama Juan. Juan vive en el campo, muy adentro de una montaña a la que casi no le llega nada. Tiene 8 años y hace segundo
Él podría ser un niño común y corriente. O una niña. Supongamos que se llama Juan. Juan vive en el campo, muy adentro de una montaña a la que casi no le llega nada. Tiene 8 años y hace segundo grado. Siempre se despierta antes de que salga el sol porque estudia muy lejos y para entrar a las 7 de la mañana, debe caminar algo más de tres horas. Antes de salir de casa, Juan desayuna lo que hay, que generalmente no es mucho porque casi nunca hay, y lo que hay no alcanza. Así es la pobreza. Sin embargo, en la escuela le darán un refrigerio así que no pasa nada si aguanta hambre un rato. No sería la primera vez. [single-related post_id="702660"] Cuando llega a estudiar, casado, el niño come el desayuno escolar que le dan. No es precisamente un ‘desayuno’ bueno porque por allá, en un pueblo tan lejano, no hay para mucho. Es, generalmente, un paquete de galletas, chocolate o café con leche o jugo, un pedazo de queso o una fruta. En la misma escuela estudian cerca de 200 niños más. Ninguno está en mejores condiciones que Juan. La escuela tampoco es, precisamente, un buen lugar. Hay hacinamiento; la batería sanitaria funciona a medias; no hay material; no hay suficientes docentes, y los que hay trabajan al doble. En ocasiones, esos mismos docentes tienen que sacar de su propio dinero para ayudar a sus alumnos. Y no hay plata. Así es el panorama, no sólo de una escuela, sino de muchas en Colombia; esa Colombia que, dice el gobierno, será ‘la más educada’ en 2025. La brecha que se debe saltar es muy grande todavía. Por esas condiciones casi que inhumanas –y por otras cosas–, los maestros se han ido a paro. Exigen que se haga cuanto sea posible para que no sólo las condiciones de ellos, de los maestros, mejoren, sino también de las comunidades en las que trabajan. En su pliego de peticiones exigen al gobierno que se aumente en 7.5% la financiación de la educación pública; que se garantice cobertura y calidad; que se reforme el Istema General de participación en procura del bienestar de la educación; que se mejore el proceso de carrera docente; que se les de condiciones salariales dignas; que se les garantice un sistema de salud óptimo; y que haya garantías de bienestar y participación.
En esa gigantesca marcha que hicieron, y que llamaron ‘Toma de Bogotá’, había docentes de todo el país. A través de esas voces también se oyeron las de sus alumnos.
Luis López Cristancho es una de esas voces. Enseña educación física en el municipio de Chitaraque, en Boyacá. Tiene, además del pregrado, especialización, maestría y 8 diplomados. Pero su sueldo no sustenta en nada lo que ha estudiado. Hace lo que hace, más que por dinero, por amor a sus estudiantes. [single-related post_id="702563"] Las condiciones del colegio en el que trabaja el ‘profe’ Luis no son las mejores. “No hay material deportivo –dijo–, y eso hablando de mi área. Si hay computadores no hay conectividad. El servicio de restaurante es muy regular: no es un almuerzo, es un refrigerio que se da a los estudiantes”. Hay cerca de 500 estudiantes en el colegio del ‘profe’ Luis. De esos, 350 vienen de la zona rural del municipio. Tienen que caminar hasta 3 horas para llegar a la institución. “Viene con un aguapanela el que mejor desayuna. Con la jornada única, un estudiante entra a las 7 de la mañana y sale a las 4, estaría llegando a su casa a las 8 de la noche”. La falta de material ha hecho que, de su propio salario, los maestros hayan tenido que gastar. Y así no debería ser. Marcadores, fotocopias, libros. “Cuando hay juegos intercolegiados, en la mayoría de las veces, el profesor, y toca pedir ayuda de la comunidad, para que el estudiante participe. Los mejores deportistas que tenemos en Colombia han salido de los colegios y de estos juegos. Pero unos muchachos mal alimentados, sin ningún seguimiento psicológico ni médico no podría lograr mucho por más que tenga un talento excepcional”. Para uno de esos juegos, el profe Luis le regaló un par de tenis a uno de sus muchachos. Como muchas de las instituciones públicas de Colombia, el colegio del profesor López necesita recursos. No puede seguir la lógica terrible que si 'hay para una cosa no hay para la otra'. “Estamos pidiendo más dinero para la educación, y que se dignifique la labor docente, que se le da la importancia  que tiene, porque nosotros sacrificamos mucho para educar a 35-40 estudiantes en cada salón”.
“Viene con un aguapanela el que mejor desayuna. Con la jornada única, un estudiante entra a las 7 de la mañana y sale a las 4, estaría llegando a su casa a las 8 de la noche”.
Cómo Luis, muchos docentes llenaron las calles de Bogotá. Una profesara, que prefirió mantener su nombre en secreto, también originaría de una zona apartada –muy apartada, en realidad–, dijo que la situación de su escuela era tanto o más grave que la del colegio del profe Luis. “Si yo estoy aquí es por ellos, por mis ‘pelaos’. Muy pocas personas tienen idea de lo difícil que es estudiar allá, con tanta violencia, con tanta pobreza, en unas condiciones que deberían darle vergüenza a la ministra y al presidente. Pero por ellos (por los niños) uno hace todo”. [single-related post_id="702659"] Esta profe venía de un municipio, enclavado en esa selva tropical del sur de Colombia. En su escuela, que sólo dicta primaria, hay más de 200 niños. La mayoría de ellos son indígenas y afrodescendientes. Dice que a lo mejor esa sea la razón de que los tengan tan olvidados, para que no "les paren bolas". Es como si no existieran. No hay agua potable casi nunca. Las instalaciones son paupérrimas y cada vez que llueve, corren el peligro, ella y sus ‘pelaos’, de irse arrastrados río abajo. Ya ha pasado. El material didáctico es poco, y el que hay está en condiciones deplorables. Los pocos profesores hacen esfuerzos sobrehumanos por ayudar a la comunidad. No sólo enseñan: también son psicólogos, enfermeros y cocineros. A veces tienen que, incluso, sacar de su propio bolsillo para que “ninguna de esas pobres criaturas se muera de hambre. Muchas veces ellos solo comen lo que uno les da en la escuela. Eso es triste”.
“Estamos pidiendo más dinero para la educación, y que se dignifique la labor docente, que se le da la importancia que tiene, porque nosotros sacrificamos mucho para educar a 35-40 estudiantes en cada salón”.
“Necesitamos que la gente y el gobierno entiendan –dijo– que el problema es más delicado de lo que se muestra. Necesitamos que nos ayuden. La educación es la única salida que le queda a un país que ha pasado por lo que pasó Colombia. Si no invertimos en los niños, en los jóvenes, muy seguramente, la violencia no se acabará del todo. Es que como que el gobierno no ha entendido que no hay paz sin educación. Sin buena educación. A Santos le va a tocar meterse la mano al dril porque así no se puede.” Sólo fueron dos ejemplos. Dos. Después de ver la imagen de tantos ‘profes’ llenando las calles de Bogotá, resulta muy difícil no conmoverse. Miles, cada uno con su propia historia, tan o más grave que la del profe Luis o la profe sin nombre, y que daban una  batalla digna contra la ineptitud y la indiferencia de unas elites que se siguen negando a reconocer que Colombia dejará atrás ese pasado espantoso sólo si se educa. Si se educa bien.  
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