Los profetas del fin del mundo tuvieron fama y dinero. Pronosticaron meteoritos, guerras nucleares e invasiones alienígenas. Salían en la televisión y en los periódicos como celebridades.
Durante los meses o años que les duró el reinado, es decir, el tiempo entre el vaticinio y el supuesto fin, disfrutaron de los placeres del mundo; pero cuando el día del apocalipsis llegó y no sucedió nada, los profetas fueron los únicos que desaparecieron para no afrontar la vergüenza pública. El mayor problema de los augurios equivocados es la cantidad de personas que se suicida o pierde todo el dinero para no presenciar las catástrofes.
El 21 de octubre, según Harold Camping, de 94 años, y ávido lector de la Biblia desde los 36, la tierra sería sacudida por un gran terremoto. Las tumbas se abrirían y los cadáveres de los fieles volarían a los cielos al igual que 200 millones de elegidos. Los pecadores serían engullidos por gusanos y los vivos, incinerados por una llama divina. Después de propagar la profecía por prensa, radio y televisión, se llegó la fecha y la tierra no se dio cuenta de su destino. Los elegidos tendrían que esperar un poco más para la venida del juicio.
Camping ya se había equivocado en dos ocasiones. Según sus primeros estudios bíblicos, determinó que la fecha del apocalipsis sería en 1994. Un hombre se suicidó en Nueva Jersey, Estados Unidos, al escuchar el aviso por radio y decenas de familias dejaron de ahorrar para dedicarse a derrochar dinero y hacer millonarias donaciones a fundaciones caritativas.
El profeta pidió excusas, el muerto no revivió y los filántropos del apocalipsis quedaron en la calle. La fecha fue aplazada, ahora se auguraba para el 21 de mayo de 2011. Las líneas de prevención de suicidios estuvieron alerta para atender las llamadas de los feligreses. Las fundaciones abrieron sus puertas para recibir dinero en sus cuentas bancarias, y otros estaban pendientes de la medida que se toma en caso de emergencia: correr y gritar.
Viendo que el planeta seguía completo, aplazó los hechos para el 21 de octubre. Según él, “la evidencia es tan abrumadora y específica que es imposible que no ocurra”. Pasó lo imposible. No ocurrió.
En 2008, Ronald Weinland, autor del libro ‘Testigo final de Dios’ escribió en más de 100 páginas el declive y la desaparición de la humanidad. Weinland decía que si el mundo no se acababa, él sería un falso profeta. Ese fue el único augurio que se cumplió.
Hay profecías que ocasionan la muerte de centenares de personas. En Uganda, más de 400 personas bailaron, oraron y luego se inmolaron para purificar el alma. Sucedió en marzo del año 2000. Los vecinos vieron como se iluminaba la casa de la congregación y escucharon gritos. Parecía una sucursal del infierno. Los cuerpos calcinados fueron hallados por la policía que no pudieron identificar si eran hombres o mujeres. Al parecer, la Santísima Virgen iba a inspeccionar el territorio Ugandés, y los feligreses se estaban purificando para el encuentro.
Una catástrofe peor se vivió en el noroeste de Guyana el 18 de noviembre de 1978. Más de 900 personas, inducidas por la palabra del norteamericano Jim Jones, llenaron biberones con cianuro para los bebés, los revolvieron con gaseosa para los niños, y los adultos lo ingirieron puro. Querían despojarse del cuerpo para ver el rostro de Dios.
La historia está llena de malos augurios. Desde el año 1.000, los profetas han fijado y cambiado constantemente la fecha del apocalipsis, sumiendo a la humanidad en un temor perpetuo. En el siglo pasado se auguraba que ocurriría en el año 1.900. Todo el siglo estuvo lleno de oscuros presagios, pero el milenio terminó y el mundo siguió su curso. Ahora las cartas están puestas en el 21 de diciembre de 2012. Las líneas de emergencias de suicidios se están preparando para no colapsar, y las fundaciones abren sus brazos para recibir millonarios cheques.