Con información de la revista Stern: www.stern.de
Lo último que muchos de ellos vieron antes de quedarse ciegos fue la luz de un fogonazo, un montón de humo, la silueta de un avión volando bajo o el destello de las metrallas. Sus ojos ahora solo sirven para reflejar el terror de la guerra El fotógrafo holandés Martin Roemmers reunió cuarenta rostros, cuarenta testimonios de hombres y mujeres que perdieron su visión siendo niños, o jóvenes soldados que sirvieron para diferentes ejércitos: Alemania, Gran Bretaña, Holanda, Bélgica, Ucrania. Algunos fueron enemigos entre sí y terminaron unidos por una consecuencia común: la ceguera. Estas son sus historias.
Edith van der Meulen, nacida en 1931
Poco tiempo días antes los aliados habían ocupado la pequeña Nimega, una ciudad cercana a la frontera con Alemania, que limita con el río Waal, afluente del Rin. Edith se hallaba paseando en un parque donde los soldados solían regalaban pequeños obsequios, así como cigarrillos para su padre. Estaba con su hermana cuando los aviones de la
Lufftwaffe, la fuerza aérea Nazi, comenzaron a bombardear. Una bomba mariposa cayó junto a Edith. Al rato su hermana murió y ella perdió la visión. Edith nunca olvidará el llanto de aquel día.
Peter Witteveen, nacido en 1938
La apariencia de este holandés recuerda a las estatuas griegas. La revista alemán
Stern (link) lo compara con Teresias, el vidente ciego de la mitología griega. Al año de haber nacido, comenzó la guerra. Peter se entretenía jugando a ser un soldado con sus amigos. Un día cualquiera, su hermana halló bajo u seto una caja de municiones que dejaron por descuido soldados canadienses. La curiosidad pudo más que el cuidado. Peter abrió la caja con la ayuda de un clavo y entonces la caja explotó.
Alf Lockhart, nacido en 1918
Durante la guerra, este inglés pasó un largo tiempo como prisionero de los japoneses trabajando en la construcción de una vía férrea. Muchos de sus compañeros murieron de disentería y malaria. Lockhart perdió la visión casi por completo debido a una deficiencia de vitamina. Desde entonces, cuando habla con alguien, solo distingue la barbilla, el pelo y las orejas. Al finalizar la guerra, volvió a su oficio de siempre: elaborar muebles.
Herbert Jakob, nacido en 1925.
Este alemán, herido, llegó hasta a un balcón, dispuesto a arrojarse al vacío. Había perdido la visión y sus dos manos durante un bombardeo en el puerto francés de Marsella. Antes de saltar al vacío oyó el sonido de una puerta cerrándose y fue como despertar de un sueño: volvió a tener conciencia. Decidió seguir viviendo y salir adelante por su cuenta. “Muchos se entregaron a los cuidados de sus madres y hermanas. Yo elegí ser independiente”, dice. Aprendió a cepillarse los dientes mordiendo primero el tubo de crema dental y luego moviendo el cepillo en la boca. También a ir al baño solo, tomar sopa con una cuchara especial y, lo más importante para él, a sostener a su familia.
Gerda Degenhardt, nacida en 1926
Gerda estaba sentada junto a la ventana cuando, de repente, los aviones rusos empezaron a volar bajo soltando una lluvia de balas cuyo sonido le recordaba a la joven el de una vieja máquina de coser. En medio del bombardeo, Gerda se hallaba en una modistería, adonde llegó para reparar una ropa. Ese día perdió la vista para siempre.
Rosemarie Pinnau, nacida en 1938
Una hora antes del bombardeo, Rosemarie Pinnau estaba cantando en su casa de Dortmund (Alemania): “Bombas, bombas, bombas sobre la cabeza de Rosie” . De pronto se escuchó una sirena. Su madre la alcanzó a tomar del brazo pero ya era tarde, una bomba había caído en el colegio vecino. Una gruesa astilla atravesó la nuca de su padre y montones de pedazos de vidrio se enterraron en los ojos de Rosemarie. Más que su ceguera, la deprime el hecho de que las guerras no cesen. Sus ojos solo le permiten distinguir si es de día o de noche.
Frederick Lennart Bentley, nacido en 1924
Durante un patrullaje nocturno en Normandía, el soldado Frederick Lennart sintió el tronar de una granada. Herido, vio cómo sus compañeros lo abandonan. “Así es en la guerra –dice–. Nadie ayuda a los heridos, todos buscan cuidar su propio pellejo”. Ocultándose logró escapar de los alemanes. Luego de la guerra, se casó, tuvo cuatro hijos y trabajo durante treinta años como ingeniero mecánico en una fábrica. Inspeccionaba las máquinas tocándolas.
Frank Tinsley, nacido en 1919
“Cuando eres joven crees que vivirás para siempre”, dice Lennart. Por eso cuando se alistó en el ejército inglés, no pensó que podría terminar muerto, o en una silla de ruedas como su padre, combatiente en la Primera Guerra Mundial. Tenía 16 años, pero afirmó que ya había cumplido dieciocho para que lo aceptaran en la milicia. Mientras hacía su trabajo en la guerra, que era iluminar a los aviones alemanes con potentes focos para que las baterías antiaéreas los derribaran, una bomba lo dejó ciego. Fue a los mejores especialistas, pero jamás volvió a ver de nuevo.
Gerard Tieman, nacido en 1926
Trabajaba como químico en un nuevo explosivo para un grupo de resistencia en Holanda. Mientras hacía experimentos en el laboratorio, una mezcla de nitratos, cloratos, fósforo rojo y polvo de aluminio detonó en su rostro.
