Marchando con los 'profes'

Mar, 06/06/2017 - 15:09
Tenían que hacer algo grande para que les pusieran más atención. Tenían que dar un grito duro y potente para que los oyeran los indiferentes. Tenían que llenar las calles para que la gente se die
Tenían que hacer algo grande para que les pusieran más atención. Tenían que dar un grito duro y potente para que los oyeran los indiferentes. Tenían que llenar las calles para que la gente se diera cuenta que su problema sí es serio. Tenían que venir de muy lejos para que se supieran que son miles: miles de maestros. Desde antes de las 9 de la mañana, en las calles de Bogotá, una masa compacta de ‘profes’ se iba reuniendo en torno a una causa común: el derecho a la educación. No ‘educación’ simplemente: educación digna y de calidad. Para que sus demandas –o al menos las más importantes–, fueran escuchadas, la capital tenía que temblar un poco por los pasos de aquellos cuya vocación es enseñar. [single-related post_id="702617"] Antes de las 10 de la mañana, el tráfico desde y hacia el Monumento a los Héroes estaba cerrado. Un nutrido grupo de manifestantes ya empezaba la marcha por la Caracas. Los acompañaban los desprevenidos transeúntes que debieron bajar del Transmilenio o de algún bus. Saludaban a los profes amablemente; les tomaban fotos; los aplaudían. A la gente pareció no importarle mucho el impase del trancón y como pocas veces, el ácido y hermético habitante de Bogotá, ese al que las condiciones de esta selva de cemento han endurecido, mostraba apoyo a una protesta a la que nadie llamó injusta o desenfundada.
No ‘educación’ simplemente: educación digna y de calidad. Eso piden.
“Son los maestros –decían algunos curiosos– y están ‘peliando’ por algo justo”. ­ “Tienen razón en lo que dicen, mire cómo está la educación de este país –agregó alguien que observaba desde la puerta de su negocio–. ¡Buena profe! –exclamó un muchacho que llevaba una pancarta que decía “Con los profes siempre”. Por la 13, la Boyacá, y la Autopista Sur también caminaba un nutrido grupo de maestros. ‘La toma de Bogotá’, marchaba, literalmente hablando, bien, y el objetivo de reunir a la mayor cantidad posible de gente parecía que se iba a cumplir. Quizás pocas veces en la historia de la Ciudad, o en muy contadas ocasiones, se ha podido lograr algo así. [single-related post_id="702121"] Ríos de gente: esa es la palabra. Y de gente diferente; todos ‘profes’, sí, pero por sus circunstancias y sus orígenes, cada uno caminaba con una especie de ‘marca distintiva’. Los había demasiado jóvenes, explosivos y broncones, y los había mayores, de pasos lentos y pensativos. Lo había sonrientes, enérgicos, o serios  e inexpresivos. Los había de la capital y de otras grandes ciudades, y los había del campo o de municipios distantes. En ellos, los que enseñan en las zonas rurales, se difuminaban los rasgos del campesino que labra la tierra y del maestro que labra la mente. Megáfono en mano, o a viva voz, coreaban canciones –muy pegajosas algunas, valga aclarar–, contra la Ministra, el Presidente o el sistema educativo. Bailaban. Iban disfrazados. Aplaudían, reían, gritaban y corrían. “Es que además de venir a protestar –dijo una profe–, también tenemos que gozarnos esto”.  Parecía un carnaval. Y así fue desde los Héroes hasta la Plaza. Insisten en que su protesta no puede reducirse simplemente al Pliego de peticiones. Sí: eso es importante; pero hay algo más allá. Una mejora sustancial en la educación es, al final de cuentas, lo que exigen desde la calle. Una mejora en sus salarios, en su sistema de prestación de salud, en las condiciones de sus escuelas y colegios, en las condiciones de sus alumnos. Todo eso va atado a un mismo concepto: la educación como derecho fundamental. En un punto del recorrido –Av. Caracas con Calle 13–, a eso de las 12 del mediodía, con un sol abrazador, se juntaron todas las marchas, las que venían del sur y del norte, y tanta gente no cupo en la calle. Para llegar a la Plaza tuvieron que tomarse vías alternas: unos siguieron la ruta de siempre, carrera séptima, otros por la carrea décima. Qué Bogotá haya visto una manifestación en la que la gente no haya cabido en la calle algo de histórico debe tener. [single-related post_id="702659"] En la Plaza se fueron acomodando. Como que no iban a caber. Seguían cantando, bailando, gritando, tocando esas desesperantes vuvuzelas. En la tarima, emocionados y ya casi sin voz, los líderes del movimiento atizaban más los ánimos, repitiendo una y otra vez que no se rendiría y que llegarían hasta las últimas. El clamor, frente al recinto que alberga a esos que llaman ‘padres de la patria’ –padres malos e irresponsables algunos–, era que se atendieran las necesidades de los profes, que al final de cuentas son también las necesidades de un pueblo que, más que nada, necesita educación.
"Es que además de venir a protestar –dijo una profe–, también tenemos que gozarnos esto”.
A eso de las cuatro, lentamente, cansado pero satisfechos, los ‘profes’ se fueron dispersando. Era muchos. En la tarima, ya con los ánimos algo más apagados, seguían hablando. Las calles y el tráfico de la capital volvían a ser los mismos. Sin embargo, quedaba el aire la sensación de que la lección de hoy, los profes no la dieron en la calle. Y fue simple y contundente: hay que defender la educación, que es, al final de cuentas, lo único que nos queda y lo único que podremos dejar a quienes vienen detrás de nosotros.
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