No hay vidas más valiosas que otras. No hay asesinatos menos o más terribles. Todas las vidas valen lo mismo y ningún asesinato es justificable. Ninguno. Hay, eso sí, unos que son ‘más mediáticos’, que suenan, que llaman la atención. Eso es un arma de doble filo: somete a las familias de las víctimas a la implacable mirada de la opinión pública, pero también puede ayudar a que sobre el responsable caiga todo el peso de la ley.
En 2011 el país conoció la triste noticia del asesinato de dos muchachos, Margarita Gómez y Mateo Matamala, estudiantes de biología de la Universidad de Los Andes. Los responsables fueron ‘Los Urabeños’, comandados por un tal ‘alias Gavilán’. Desde entonces, ese seudónimo empezó a tomar más relevancia. Sin embargo, Roberto Vargas Gutiérrez, nombre real del delincuente, ya estaba en la mira de las autoridades desde que, luego del proceso de desmovilización de las autodefensas en 2006, se formaron las denominadas ‘Bacrim’. En el listado de ex paramilitares que sembraban el terror en el Urabá y el Magdalena Medio aparecía ‘Gabilán’.
La historia de Mateo y Margarita
Ella tenía 23 años, él 26. Les interesaban los animales, las plantas y los fósiles. Como proyecto de tesis para graduarse, casi que en el último minuto, a Mateo la universidad le había aprobado el proyecto para investigar a ‘María del mar’, una manatí de 4 meses que vivía en los esteros del rio Sinú, cerca de San Bernardo del viento, en Córdoba. Margarita se había ido con él unos días mientras se instalaba. Antes del final, habían pasado un idilio increíble. “Nos amamos todo el tiempo”, le contó Margarita a su mamá.
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En Bogotá, vivían la austera y tranquila vida los estudiantes universitarios, en un apartamento en la calle 18 con quinta. Mateo tenía un carácter aventurero, curioso, rebelde. Margarita compartía esas –y otras– cosas con Mateo. Por eso el amor fluyó con naturalidad.
Testimonios de amigas cercanas a Margarita dan cuenta del mundo propio en el que ella parecía vivir. Desde el colegio fue una soñadora, divertida y tranquila mujer que siempre materializó lo que por su mente pasó.
Por su parte "Mate", como su nerviosa madre lo llamaba, fue un muchacho que confiaba y creía en la gente; estaba tan emocionado por este viaje que no despertó alguna duda por parte de su progenitora.
El 4 de enero partieron para San Bernardo del viento. Durante algunos días estuvieron acampando en la playa, descansando, amándose, como dijo Margarita. Un idilio. No vieron venir, en medio de tanta felicidad, que aquel paraíso magnifico de la naturaleza, era también una especie de infierno por la violencia.
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El 10 de enero, en San Bernardo, a eso de la 1 de la tarde, se oyeron unos tiros. Miembros de los Urabeños habían asesinado a Mateo y a Margarita. Esa zona del departamento de Córdoba era un corredor importante para al tráfico de drogas, por lo que se lo disputaban varios grupos ilegales.
No hay causa lógica en la muerte de los dos muchachos. Por estar tomando fotos de los paisajes, de los animales, de ellos, los criminales pensaron que podrían ser informantes, infiltrados quizás, y lo único que se les ocurrió hacer fue matarlos. La violencia no permite la curiosidad, la calma; el amor. Porque Mateo y Margarita no hicieron nada más.
Poco a poco fueron cayendo los culpables. Primero detuvieron y condenaron a alias ‘Cristian’. Luego, como reo ausente, la justicia señaló a ‘narices’, quien fue asesinado días después. Las pistas que dieron estos hechos, más otras pruebas que había reunido la Fiscalía y la Policía, fueron conduciendo hasta ‘Gavilán’. Cuando ese nombre cobró relevancia, se le asoció con otros hechos graves en la costa. Se supo, finalmente, que era uno de los cerebros detrás del narcotráfico y otros ilícitos en la región. La arremetida de las autoridades, larga pero contundente, culminó con la muerte del delincuente este 31 de agosto.