Siria y la guerra que no tiene fin

Jue, 02/01/2020 - 06:27
Tras los enormes levantamientos populares que conllevaron la Primavera Árabe en 2011, los ciudadanos de Daraa, una ciudad del suroeste de Siria, iniciaron marchas pacíficas que exigían mejores cond
Tras los enormes levantamientos populares que conllevaron la Primavera Árabe en 2011, los ciudadanos de Daraa, una ciudad del suroeste de Siria, iniciaron marchas pacíficas que exigían mejores condiciones de vida, derechos democráticos y un cambio de gobierno después de que Bashar Al-Assad sucediera a su padre Hafez, quien estuvo 29 años en el poder. En esa localidad, Mouawiya Syasneh, un niño de 14 años que estaba en séptimo grado, se convirtió en el “niño que inició la guerra siria”, un calificativo que le dio el medio catarí Al-Jazeera. Syasneh y tres de sus amigos vieron en televisión lo que había pasado con otros líderes depuestos de la región y escribieron un grafiti en una pared de su colegio con la leyenda: “Ahora es tu turno, doctor [Al-Assad]" [single-related post_id="1232897"] Pocos días después, los niños fueron detenidos y torturados durante 45 días por la policía. La ira de la comunidad por el arresto ilegal, llevó a protestas masivas. Mientras la policía esparcía gas lacrimógeno, un helicóptero de las fuerzas especiales sirias comenzó a disparar a los civiles. Al mismo tiempo que el ejército atacaba a la población, diversos sectores civiles empezaron a armarse en ciudades como Latakia, la capital Damasco, Homs, Alepo y Raqqa. La oposición estableció el Ejército Libre Sirio mientras decenas de militares desertaron de las fuerzas armadas y se unieron a este último. Para 2012 en Doha, Catar, la Coalición Nacional Siria, conformada por la mayoría de las facciones opositoras al gobierno de al-Assad, fue reconocida como representante legítima del pueblo sirio y actualmente es respaldada por más de 88 países.

Daesh y la colación internacional

En 2014, la organización terrorista Daesh expresó su deseo de crear un "califato extendido en el mundo musulmán" y para finales de ese año, 30.000 combatientes de 90 países se habían sumado a sus filas. Imágenes de decapitaciones, crucifixiones y todo tipo de atrocidades estremecieron al mundo, antes de que Daesh azotara los cinco continentes con atentados terroristas. Desde el 7 de enero de 2015, con los ataques a la revista Charlie Hebdo en París que dejaron 12 muertos, el grupo impuso un estado de terror en lugares tan apartados como Egipto, Sri Lanka, Estados Unidos, Filipinas y Reino Unido. Estos hechos escalaron la guerra civil de Siria a un conflicto de carácter internacional. Aunque una de las banderas de campaña del expresidente estadounidense Barack Obama [2009-2017] fue retirar las tropas estadounidenses de Irak y Afganistán, bajo su mandato el Mando Central de EEUU creó la Coalición Internacional contra el Estado Islámico (Daesh) en la que participan militares de más de 30 países. Por otro lado, Rusia entró en la guerra en 2015 para revertir los avances de Daesh. Mientras EEUU solo lograba entregar ayuda humanitaria, Rusia demostró el poder de sus armas de combate aéreo en Siria y cerró la posibilidad de una intervención estadounidense. Así, el Kremlin se convirtió en un aliado de Al-Assad, se posicionó en Oriente Medio con bases áreas estratégicamente localizadas y cuatro años después continúa siendo una figura clave para lograr un cese al fuego.

Armas químicas

Uno de los momentos más críticos del conflicto ocurrió en Duma, a 10 kilómetros de Damasco, el 7 de abril de 2018. De acuerdo con investigaciones realizadas por organismos defensores de derechos humanos, 78 civiles y cientos más resultaron heridos en un ataque químico con gas cloro realizado por el régimen de Al -Assad. En la última entrevista que dio para el canal de noticias italiano Rai 24 TV el pasado 26 de noviembre de 2019, Al-Assad negó las acusaciones y aseguró: “Cuando usas armas químicas, hablas de miles de muertos o al menos cientos. Eso nunca sucedió… en primer lugar, el cloro no es un material de destrucción masiva, en segundo lugar, la cantidad que encontraron es la misma cantidad que puede tener en su casa para limpiar”.

Una guerra que no parece tener fin

Octubre de 2019 marcó un punto de inflexión en la guerra siria cuando Abu Bakr al- Baghdadi, el líder de Daesh, fue dado de baja en una operación estadounidense en Idlib. Este iraquí había sido objetivo principal de las administraciones de Obama y Donald Trump que ofrecían una recompensa de USD 25 millones por su cabeza. A pesar de su muerte, Daesh está lejos de desaparecer. Se cree que en el norte de Siria hay campos de detención con al menos 11.000 terroristas de Daesh y sus familias, que tienen un futuro incierto. Turquía ha propuesto a Europa y EE.UU. que repatrien a los combatientes de diversas nacionalidades para aliviar el problema, pero los países se han negado. Además, decenas de actores armados entre los que se incluyen a Al-Nusra, Jeish el Islam, Hezbolá, YPG y PKK [que en su campaña terrorista de más de 30 años contra Turquía, ha sido responsable de la muerte de unas 40.000 personas], siguen en el campo de batalla. La guerra de Siria ha generado la crisis migratoria más compleja del mundo y ha convertido a Turquía en el mayor receptor de migrantes a nivel global. Desde que comenzó el conflicto, cerca de 3.7 millones personas han entrado a territorio turco. Además, un millón vive junto a la frontera siria en campos de refugiados que ya no dan abasto. En un intento por devolver a dos millones de refugiados a Siria, Turquía inició el pasado 9 de octubre la Operación Fuente de Paz en el este del río Éufrates, con el apoyo del Ejército Nacional Sirio. Días antes, Trump retiró sus tropas de la zona y la situación fue aprovechada por más de 700 detenidos de Daesh que escaparon de los campos de detención. Esta última operación está en línea con los otros dos operativos militares transfronterizos en Siria que llevó a cabo Turquía desde 2016: Escudo del Eufrates y Rama de Olivo, donde fueron neutralizados 3.500 terroristas de Daesh y 5.500 más fueron arrestados. Pese a que Turquía y Rusia acordaron una zona de desescalamiento cerca de la frontera turca para permitir el tránsito de migrantes, Rusia lleva más de dos semanas apoyando los bombardeos del régimen sirio en Idlib mientras Al-Assad espera recuperar el poder en la zona. En los primeros cinco días, más de 80.000 personas habrían escapado para evitar los ataques en este, uno de los bastiones de la oposición siria y donde además de militantes de Daesh y Al-Qaeda, viven cerca de tres millones de civiles. En medio de una guerra que no parece tener fin, la cooperación se volvió un valor vital entre los ciudadanos. Miles de hombres se unieron a la organización de defensa civil Cascos Blancos y rescatar personas en medio de las ruinas de los bombardeos se convirtió en su principal misión. Asimismo, en lugares como Raqqa se encuentran desminadores civiles que trabajan sin descanso en hogares y escuelas abandonadas para desmantelar minas antipersona. Una generación entera de niños y jóvenes sirios hoy no conocen más que la guerra. Siria tiene grandes retos como reconstruir a una sociedad traumatizada por la violencia, atender las necesidades de familias que perdieron a decenas de sus miembros y crear una nueva constitución que incluya a todos los sectores y erradique las ideologías extremistas.
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