Soberanía: concepto delirante marxista-leninista en virtud del cual se pretende detener el benéfico proceso de dependencia de los pueblos inferiores frente a los poderes del los grandes países capitalistas y, de este modo, frenar el progreso de las gentes de bien que han sido gerentes de esta Encomienda.
Sí, señores. Comienzo con esta definición porque me refiero evidentemente a la aprobación del Tratado de Libre Comercio por parte de nuestros naturales amos del Norte, que con ello nos garantizan que la indiada mal nutrida pueda de ahora en adelante atragantarse de alas de pollo Made in USA, repletas de antibióticos, hormonas y cortisonas, para que de una vez se le cure al pueblo solapado y mentiroso la sarna, la falta de hombría y el coto.
El TLC ofrece un montón de ventajas para Colombia y, desde luego, también para los estadounidenses. ¿O es que vamos a seguir en la pendejada anti capitalista y anti globalizada de que las cosas nos salgan gratis, como por ejemplo la certificación de la lucha contra las drogas? Pero sin entrar en el detalle y la minucia de todo lo que podremos importar (desde corta uñas hasta las tan necesarias motosierras que uno no sabe cuando hay que volverlas a sacar) el primer y primordial impacto positivo es la definitiva y total destrucción del campo colombiano y del subversivo campesinado, labor que iniciara César Gaviria hace dos décadas con su apertura, que fue un TLC con el mundo entero que legalizó esa linda y atávica costumbre nuestra del contrabando, buen hábito que tantas divisas nos ha dado, desde la quina hasta la cocaína, pasando por la marimba y el tabaco.
Y les parecerá rara la conveniencia de la destrucción económica del campo… Dejémonos de hipocresías… carajo. Si en Colombia el gran motor de la economía es la guerra, con o sin cocaína, verdadera locomotora, no como las de Santos. Esta espléndida guerra estable que esperamos que nunca se acabe, que nos quedemos para siempre en el fin del fin. Con la llegada de millones de productos alimenticios bien hechos, bien empacados y vendidos, poco a poco los campesinos irán hacia la miseria total, lo cual nos garantiza de manera precisa que la guerra crezca, que se armen nuevos grupos, que las Fuerzas Armadas cuesten más, que nos toque fundar mas Bacrimes, que se dé más oferta y demanda de armas, más droga para exportar, en fin, que el enorme desarrollo económico relacionado con la economía de guerra se fortalezca, y que los campesinos menesterosos que ya no tendrán qué cultivar, se dediquen a hacer parte de los grupos ilegales y del ejército, grandes empleadores de recambio. Sí, señores, ¡que viva la guerra! Y que este bendito TLC con el gran país de los sajones acabe de una vez con paperos y plataneros y demás especies en vías de extinción.
Al fin nos podremos dedicar a lo nuestro, es decir a ver cómo desarrollamos y cualificamos la violencia no solo para defender nuestras prebendas ganadas gracias a la supremacía blanca, sino como…jeje… disparador de los negocios, pues comida no faltará. Ya me veo, por ejemplo, comiendo lindas arepas de maíz transgénico, guayabas de poliuretano, arroz de velcro, papas chorriadas con chicles, empanadas de cuerno de alce entre otras delicias que se nos ofrecerán para sentarnos a los manteles de –ahora sí– la modernidad que conserva a los que estamos elegidos por Dios y por Fernando Londoño, como grandes sustentadores de la patria, por lo cual recibimos los pingües beneficios de nuestras empresas y negocios.
Lo único que debe quedar en el campo (doctor Lafaurie, hombre de bien que nunca ha tenido que ver con nada, no le seré infiel a mi juramento de apoyo a su lindo gremio) son vacas. Millones de vacas de tal modo que acabada la industria que sólo ofrece problemas con la disoluta clase obrera y la agricultura madre de guerrilleros y nada más, tengamos algo para exportar, además del famoso clorhidrato que tanta platica ha repartido en todos los niveles, desde el pati al suelo raspachín, hasta mis amigos que giran siempre en U a la derecha. Porque lo del TLC parece que es de doble vía, como el “affaire” de Yidis con mi amigo el casto Sabas Pretelt. A propósito, dejemos esa y esas otras vainas calladitas, hasta que se disuelvan en los recovecos del Alzheimer nacional.
Eso sí, que se produzca generosa leche, queso y cuero, para que en los Estados Unidos, donde hacen delicias, nos la devuelvan como queso de Filadelfia, crema de Florida, yogurt californiano o mantequilla de Boston. Y zapatos y botas, y sillas de montar o de montarla para que mi Presidente Uribe pueda tomarse su tintillo mientras arrea desde su varonil corcel las ideas que han hecho posible ser lo que somos: aviones, maliciosos, avivatos, para que todo valga, porque las cosas tienen un precio, pero que las paguen los de abajo que para eso están en la base sustentando la pirámide social y sometidos para que no se descuaderne esta vaina llamada democracia.
Ah, queda la vaina del café. Pero ¿quién ha dicho que las vacas no pueden estar en las montañas? Una vaca y una mata de coca, linda simbiosis, armoniosa realidad que ya venimos construyendo en buena parte de los territorios que le arrebatamos a los dizque desplazados, que en realidad son invasores, indios y campesinos mañosos.
El TLC nos permitirá que esas materias primas chimbas que producimos, se nos regresen un tris caras pero no tanto, en forma de sofisticados productos y delicias varias del mundo del Norte.
Que nuestra economía se sustente en el comercio, las importaciones y en exportar lo de las vacas y petróleo y minerales, y desde luego que todo ello desarrolle, no a la sociedad y al pueblo que debe continuar ofreciendo su fuerza laboral sin chistar, sino a nuestros ya grandes capitales para que crezcan y cada vez la platica quede en más pocas manos, porque la indiada –ya lo he dicho– se la gasta en agria. Y que los grandes empresarios, en exquisito tándem con los bancos y la bullonista especulación financiera, hagan de esta patria una máquina de hacer plata y de moler pobres.
Además, estamos pagando las culpas por habernos separado en mala hora de España y justamente meternos en el embeleco ese de la soberanía. A mí siempre me ha encantado ese olor exquisito a Colonia que yace en el fondo de los escaparates de nuestra nacionalidad. Ser vasallos de los gloriosos Estados Unidos es un honor y aún si me tratan de Perogrullo, es un honor que cuesta, de tal modo que lo del TLC nos viene a salir es barato.
Siento que hemos avanzado enormemente en el camino que, quiéralo Dios, algún día nos permitirá llenarnos de orgullo al convertirnos en una estrella más de la amada bandera de USA. Sin la pacatería esa de la soberanía e insertando directamente y sin ambiciones de independencia nuestra economía a la de ellos, vamos por el buen camino. La proactividad que llaman en este caso consiste en ponernos de papaya, así la tengamos que importar.
Debo esta vez reconocer los oficios del gobierno de Santos en esta materia. Y a propósito, me parece chirriadísimo lo del hotel de 7 estrellas en el Parque Tayrona. Cómo me encantaría que en la recepción me recibieran con un coctelito en la mano Jean Claude Bessudo.