Algo que no ocurrirá nunca en Colombia

Dom, 22/11/2015 - 07:58
Los mexicanos llaman al segundo fin de semana de noviembre El Buen Fin, porque la mayoría de los comercios ofrecen atractivos descuentos en sus productos, así como opciones de crédito, para adelant
Los mexicanos llaman al segundo fin de semana de noviembre El Buen Fin, porque la mayoría de los comercios ofrecen atractivos descuentos en sus productos, así como opciones de crédito, para adelantar las compras de Navidad. El resultado es que las tiendas y grandes almacenes desbordan de compradores ese fin de semana. Inspirados en Estados Unidos, los mexicanos crearon, pues, su propio Black Friday (el viernes después del Día de Acción de Gracias) de descuentos muy llamativos de todo tipo de productos. Y prácticas más o menos parecidas las encontramos en muchos países. Los chinos, por ejemplo, acaban de pasar el Día del Soltero (el que tiene más números uno en la fecha: 1.11.2015). Fue una locura de compras por las atractivas ofertas. Pues bien, algo así no ocurrirá nunca en Colombia y la explicación es muy sencilla. Los colombianos son un pueblo avaro por naturaleza y a los comerciantes aquí una iniciativa del género les debe de parecer una verdadera insensatez. Es un país de amarrados y, cosa curiosa, mientras más ricos más tacaños. En un país que se rija por unas normas comerciales diferentes a las que imperan en Colombia, cuando uno compra algún producto que resulta defectuoso te cambian lo adquirido si no estás satisfecho o te devuelven el dinero. Aquí no, aquí dinero que salió de tu bolsillo y debería regresar a él por no estar de acuerdo con la compra, difícilmente se devuelve. Porque en Colombia tu dinero no vale nada, solo vale el de los demás. Esta actitud ante la plata se observa desde los funcionarios del gobierno hasta el tendero de la esquina. Cualquier impuesto, peaje o alcabala que se anuncia como provisional se sabe que es definitivo y para siempre. Véase el ejemplo del 4 por mil. Cuando uno ha visto cómo en otros países hay promociones comerciales verdaderas y las firmas procuran ganar compradores con ofertas atractivas o regalos para sus clientes, resulta chocante un país en el que nadie regala nada como estímulo o señal de simpatía. Tengo un sacacorchos en casa que estoy a punto de enmarcar porque me lo regaló una tienda de vinos de Medellín y el gesto me dejó al borde de las lágrimas de la emoción. Es el único presente comercial que he recibido en los últimos quince años que llevo viviendo aquí. Siempre he creído que los países de tradición judeocristiana tienen uno o dos pecados capitales que son como motores de su sociedad. Conozco un país —que prefiero no nombrar por aquello de lo odioso de las comparaciones—  muy generoso, en donde la gente invita o tiene frecuentes detalles con sus huéspedes. En ese mismo país, sobran los órganos para trasplante porque una inmensa franja de la población es donante voluntaria, un acto de generosidad suprema en mi opinión. Sus gentes tendrán otros pecados como la envidia o la soberbia, pero destacan por ser espléndidos y rumbosos a la hora de gastar y de invitar. A la pobre Colombia, a la hora del reparto de vicios que hizo la madre naturaleza a las naciones del mundo, le tocaron dos de los más penosos: la ira  y la avaricia. Es un país, además de iracundo, avaro y cicatero. Qué le vamos a hacer.
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