Ahora que todos, incluidos el gobierno, las ONG, los cooperantes y las asociaciones civiles quieren dialogar con los campesinos, saber de ellos y tratar al menos de devolver algo de tranquilidad a regiones como Catatumbo, Tumaco, Chocó, Caquetá o Vichada; me pregunto: ¿Hay jóvenes y niños en esos diálogos?
Porque en diez años serán los adolescentes e infantes de hoy quienes se encuentren al frente del campo colombiano. Y ellos nunca son escuchados. Sus padres y adultos no los escuchan porque en el sector rural “manda” el que tiene la tierra o el que se gana el pan y los demás a callar.
Y los miles de niños y jóvenes que crecen en el campo se aburren tremendamente. No son, como lo pensamos los citadinos, una imagen bucólica de caritas felices detrás de las mariposas entre llanuras inmensas y hermosos atardeceres, que corren sonrientes, ordeñan vacas y comen lechugas frescas.
Los menores son, para los adultos de zonas rurales, una molestia que a veces se sobrelleva como una carga, que deben aportar trabajo antes que ir a la escuela, que deben estar “calladitos y agradecidos” con sus mayores, sin chistar ni hacer reclamos o preguntas. Nuestros campesinos respetan poco o nada las opiniones, sueños y deseos de sus hijos y consideran que por ser menores y no aportar económicamente a sus hogares deben mantenerse silenciosos y obedecerles.
Y los niños se aburren. Por eso mismo, de puro aburrimiento, un día se alistan en un grupo armado pues las armas son entretenidas y confieren poder; otro día se van a una ciudad y se convierten en personal de labores domésticas o en vagabundos callejeros. Cualquier cosa es preferible al abandono que sienten, como olvidados de un mundo que se les presenta fascinante en la televisión e inalcanzable en sus vidas cotidianas.
En el campo crece la brecha entre jóvenes y adultos mayores de manera irreconciliable. Los sueños de los menores no se cumplen en sus vidas.
Es el momento en que toda la institucionalidad, pública o privada, debe mirar y hablar con los más jóvenes. Existe una gran oportunidad de generar nuevos valores y compromisos ciudadanos con ellos, de escucharlos y hacerlos partícipes de su realidad.
Cuando hablamos del ‘capital social’ como una manera de fortalecer a las comunidades de zonas vulnerables y/o rurales, se nos olvida que son los jóvenes quienes pueden ayudar a conseguir ese milagro a través de acciones que los visibilicen, los respeten y acerquen su mundo y el de los adultos.
Una de ellas, ahora que el MINTIC se ha propuesto interconectar a todos los municipios de Colombia para el 2014 y dotar a las escuelas de zonas rurales con computadores y aulas interactivas, es la gran tarea de capacitar a los menores del campo en el uso de internet, redes sociales y elaboración de páginas web.
Serían ellos, los menores, quienes contribuirían a tender lazos entre el campesinado y la aldea global. ¿Se imaginan a las asociaciones campesinas consultando mercados y oportunidades de negocios en la web a la vez que promocionan sus productos en su propia página y en redes sociales?
Además, a través de los jóvenes, los campesinos obtendrían información técnica sobre enfermedades, productos y aplicaciones, mercados, entidades de apoyo y todo lo que se necesita para crecer la producción agrícola y pecuaria. A la vez que exploran un camino para conocerse con sus hijos, reencontrarse generacionalmente, valorarse y respetarse mutuamente.
Así los jóvenes y niños que viven en el campo contarían con una excelente oportunidad de contribuir con sus mayores, de no aburrirse o pensar en irse de la casa y de “hacer mandados” pero en la web.
El llamado es al MINTIC: no es suficiente dotar con equipos, es imprescindible capacitar a los más pequeños en su buen uso, de manera masiva e incluyente.
¿Alguien se preocupa de los niños campesinos en Colombia?
Mar, 16/07/2013 - 01:00
Ahora que todos, incluidos el gobierno, las ONG, los cooperantes y las asociaciones civiles quieren dialogar con los campesinos, saber de ellos y tratar al menos de devolver algo de tranquilidad a reg