Aquello que no es poesía

Sáb, 02/11/2013 - 06:14
La una de la tarde. Un café frío, como el beso de una novia boba. El reloj de pulso sobre las venas de mi mano izquierda. Un libro de Coehlo. Cualquier festivo en Colombia. Tres, cuatro cuadros sin
La una de la tarde. Un café frío, como el beso de una novia boba. El reloj de pulso sobre las venas de mi mano izquierda. Un libro de Coehlo. Cualquier festivo en Colombia. Tres, cuatro cuadros sin colgar. Todas las fotos de mi infancia. Todas las fotos con gente que ya no me importa. Aquella mujer con miedo. Una visita sorpresa, sin agendar. Los sombreros que boté a la basura. Una estampilla regalada a alguien que no anhelo. Las cinco cajas que hay en mi sala, esperando la mudanza número 17. Todos los libros que hablan sobre Jesús, y todas las personas que usan su nombre el 70% del tiempo. Ser despertado por el celular a medianoche. Amar ese celular. Madrugar en una casa desierta. Intentar escribir una historia, y terminar borrando sus siete cuartillas. Odiar fumar pipa. Haber dejado de fumar. Ese año que no bebí más de dos cervezas. Esos dos años que odié todo acto de flirteo. Creer que Facebook permite sostener una conversación. No recordar And Death Shall Have no Dominion completo. Tener mi mala memoria. Que alguien escriba: “compañerxs” o “amig@s” porque provoca tragarse una caja de clavos. Una simple caja de clavos sí es poesía. Un evento de poesía no es poesía. Hay poetas que no son poesía. Los profesores que hablan sobre ella tampoco lo son. Un escritor abstemio. Un escritor que no sea transparente. Un artista no maniaco, minucioso y estricto. Todas las veces que alguien dedica el capítulo siete de Rayuela. Lo mismo para Táctica y Estrategia. La impotencia al no haber podido concluir Rojo y Negro. Liniers. Las metáforas que solo el propio autor entiende porque, bien, no son metáforas. Leer a Shakespeare como si se leyera una versión didáctica de la biblia ––conozco a gente que lo hace. Tragarse todo lo de la crítica literaria. No poder escribir por estar plagado de ella. Semanas sin escribir. La gente que no ama leer. Los celos. Toda clase de celos, porque llevan a la envidia y el hombre nunca será más pobre que eso. No despertar el enojo en alguien a quien se quiere herir. No poder llorar cuando se ha ganado. Perder y no sentirse contento. Las mentiras porque sí. La verdad como deber. El deber de poner porta-vasos o individuales para comer tranquilamente. Toda clase de cajón en cualquier rincón del planeta. Bañarse dos veces al día. Trabajar por dinero. Las once de la mañana de cualquier día. Las muñecas repletas de manillas. Los dedos repletos de anillos. No haber visto nunca la leve curvatura al final de una espalda querida. Tenerle asco al contacto físico. Amar a todo ser vivo.   Desde luego, hacer un recuento sobre qué no es poesía. Usted leyéndome.    
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