Aquí hubo más muertos pero la televisión no estuvo

Vie, 13/09/2013 - 09:31
En julio de 1989 entrevisté en Rangún, a la líder de la oposición birmana, Aung San Suu Kyi, que en ese momento se encontraba bajo arresto domiciliario recluida por la junta militar que gobierna e
En julio de 1989 entrevisté en Rangún, a la líder de la oposición birmana, Aung San Suu Kyi, que en ese momento se encontraba bajo arresto domiciliario recluida por la junta militar que gobierna ese país hace muchísimos años. El mes anterior me había tocado presenciar la matanza ocurrida en los alrededores de la plaza de Tiananmen entre la noche y la madrugada del 3 al 4 de junio, en Pekín. Como fui testigo directo de aquella tragedia por haber permanecido como corresponsal de prensa extranjera en la plaza toda la noche, le conté a La Señora lo que había visto y vivido aquellas horas terribles. Para mi sorpresa unos acontecimientos todavía frescos y que hacían correr ríos de tinta en la prensa internacional, que eran motivo de comentarios y reportajes en todas las televisiones del mundo, no parecieron conmoverla demasiado. Estábamos en su casa, a orillas del lago Kandawagyi de la capital birmana y teníamos todo el tiempo del mundo. Entonces la futura premio Nobel de Paz en ese momento, me dijo con una profunda mirada de tristeza: “En las calles de Rangún murió más gente el año pasado y no hubo un solo periodista de un medio internacional para contarlo”. La Señora tenía razón. En Pekín los acontecimientos de Tiananmen se gestaron durante la visita de Gorbachov a Deng Xiao-ping que atrajo a más de dos mil periodistas, la imagen de un hombre solo frente a un tanque en la avenida Changan la mañana de la matanza es un ícono del siglo XX, mientras que en Birmania la prensa tenía veto absoluto de entrada y el régimen, tan criminal como el que más, había matado cientos de personas en las manifestaciones de protesta de agosto del año anterior. En el mundo en el que vivimos parece que las cosas no ocurren si no hay nadie para contarlo. Sé muy bien que la dictadura de Pinochet fue una tragedia de la cual el pueblo chileno no termina de reponerse; y que dejó más de tres mil muertos. Y también sé que el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York permanecerá en la memoria de la humanidad durante muchas generaciones; y que los nombres de aquellas más de tres mil víctimas mortales grabados en mármol serán repetidos siempre como una dolorosa letanía. Ambos acontecimientos se recuerdan cada 11 de septiembre por haber coincidido el ataque a las torres con la fecha del golpe contra Salvador Allende. Cada vez que veo celebrar esas dos efemérides como ha ocurrido esta semana, recuerdo la palabras de Aung San Suu Kyi:  “Aquí hubo más muertos y no tuvimos a nadie para contarlo”. El mundo entero vio por televisión en directo el ataque a las Torres Gemelas, como casi en directo vimos años antes, el ataque aéreo al Palacio de la Moneda y la figura de Pinochet encarnando tras unas gafas oscuras  la representación estrambótica de todos los dictadores latinoamericanos, pues no ha sido él el único. Y, sin embargo, de quien se sigue hablando es del siniestro personaje chileno que hizo icónico el golpe de Estado latinoamericano. Porque estaba allí la televisión. “Cuántos terremotos no ocurren en el mundo –se pregunta en uno de sus libros el gran periodista italiano Tiziano Terzani-, cuántas naves no se hunden, cuántos volcanes no explotan, cuánta gente no es perseguida, torturada y muerta. Sin embargo, si no hay quien recoja un testimonio, quién escriba sobre ello, quién deje huella en un libro, es como si esos hechos no hubiesen ocurrido jamás. Por eso la historia solo existe si alguien la cuenta. Es una triste constatación, pero es así y quizá por esa idea de que cualquier pequeña descripción de algo que uno ha visto puede ser una semilla lanzada al terreno de la memoria, es que amo esta profesión”. En unos pocos años, en Colombia ha habido tres mil quinientos muertos por ejecuciones extrajudiciales, llamadas con cinismo por organismos del Estado falsos positivos, más que en toda la dictadura de Pinochet y más que en el ataque a las Torres Gemelas; pero aquí, mientras unos militares secuestraban y asesinaban a muchachos inocentes y los uniformaban de camuflado para hacerlos pasar por guerrilleros muertos en combate, no había una cámara de televisión para registrarlo, ni un fotógrafo, ni prensa. Todo ocurría a oscuras, con la complicidad de la noche, en descampados solitarios. Por eso el máximo responsable de esos actos, la cabeza visible de esa infamia que nunca tendrá efemérides, quien incitó al Ejército colombiano a que le presentara cadáveres como resultado de la lucha contra la guerrilla para promover ascensos y otorgar recompensas en metálico, quedará impune. Y porque la televisión no estaba allí, esos muertos sin conmemoración serán olvido.  
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