Colombia va por buen camino. La propuesta de la congresista Gloria Stella Díaz, implementar buses fucsia solo para mujeres en Bogotá, es una muestra de que la capital y el país entraron, por fin, en un ciclo inatajable de progreso que forjará el camino hacia una sociedad más justa y moderna.
Algunos dicen que la idea es evitar que los hombres manoseen a las mujeres en los tumultos. Puede ser. Pero más allá de los fines perseguidos, la propuesta favorece una atmósfera de rectitud y moralidad, necesaria en el seno tradicionalmente católico de nuestro país. Sobre todo en estas épocas en as que soplan vientos libertinos que defienden, por ejemplo, la equidad de género y el derecho de las mujeres sobre su propio cuerpo. ¡Semejantes aberraciones en el país soñado por el gran Rafael Núñez!
Hombres y mujeres son diferentes. Bien dice la Biblia que la mujer debe ser un complemento, un agregado, una herramienta para el sexo fuerte, que es el hombre. Que éste debe disponer de sus servicios a su gusto y, cuando no le resulte útil, simplemente prescindir de ella. Mucho tiempo llevábamos ignorando que los países más poderosos del mundo, como Estados Unidos, deben su escalada como potencias a sus medidas preventivas hacia inmigrantes, homosexuales, negros, chinos y, por supuesto, mujeres.
Además, para nadie es un secreto que el hombre siempre tiene su libido en la superficie: es parte de su naturaleza. No se le puede enseñar que vaya en contra de sus impulsos, como tampoco se le puede castigar por ponerlos en práctica de vez en cuando. No es una cuestión de educación, sino de hacer lo que se debe hacer: en este caso, separar a hombres y mujeres en los buses de Transmilenio.
Debo decir, por otro lado, que me resulta incomprensible esa ola de indignación feminista por el asunto de los manoseos. Una mujer que es acariciada por un hombre ―conocido o desconocido― debería sentirse agradecida: se trata, por una parte, de un cumplido a sus atributos femeninos, y por otra, de una invitación a colaborar en la prolongación de la especie.
Por esto, continuando con su buena gestión, la congresista Díaz debería proponer la supresión absoluta de los métodos de planificación y la prohibición total del aborto. Y si hablamos de progreso, por qué no implantar los latigazos en plaza pública a las mujeres que desobedezcan a sus maridos y la pena de muerte para aquellas que accedan a tener una relación sexual antes del Santo Matrimonio. ¡No es tan difícil construir la Colombia que queremos!
Claro, debe comenzarse por cambios más sencillos (aunque no por ello menos importantes): cerrar los colegios mixtos y separar a hombres y mujeres, no solo en los buses, sino en las clases universitarias, los restaurantes, los cines, los hospitales, las notarías y los supermercados, además de solo permitir la entrada de hombres al estadio, pues, como todos sabemos, el fútbol es un deporte exclusivamente masculino. Se puede pensar también en dictar clases de bordado, cocina y jardinería en los colegios femeninos, así como en reinstaurar la asistencia obligatoria a la Iglesia los domingos, para que las mujeres se formen, como es debido, en la palabra de Dios.
Propuestas como ésta me hacen recobrar la fe en las instituciones y gobernantes de mi país. Bien por esta congresista, visionaria y de principios, que ve las cosas por lo que son, que quiere y trabaja por una mejor Colombia.
Imagen: Rossina Bossio