El castigo impuesto a Uribe Noguera, no soluciona de fondo el problema, y el Estado sigue aplazando las medidas necesarias para contener este tipo de filias.
Y no soluciona el problema, porque como se sabe, son millones los pedófilos y pederastas; y sencillamente para muchos de ellos el castigo penal no es disuasivo, en la medida en que la pulsión resulta más fuerte, siendo como es un instinto. Es tanto como decirle a una persona sexualmente normalizada, que se abstenga de tener relaciones sexuales.
La sanción impuesta, aún siendo ejemplar, no resuelve la situación clínica de todas aquellas personas cuya naturaleza los sigue inclinando a la pedofilia y a la pederastia y cuya población se estima en un 2% mundial, aproximadamente.
Si se tratara de otra condición, como el gusto sexual por máquinas, por globos, por construcciones, por objetos, o por lo que sea que no suponga daño a otra persona, el asunto le resultaría totalmente ajeno al derecho penal y a la sociedad. No obstante, por recaer el deseo sexual sobre un menor de edad, cuya libertad sexual le resulta legalmente indisponible a éste, corresponde a la sociedad y al Estado ejercer la tutela o protección necesarias. Y la mejor forma de hacerlo, es atendiendo clínicamente al propio pedófilo y al pederasta.
Para ello debe reconocerse el problema y estudiarlo científicamente. El pedófilo es quien siente la pulsión, y el pederasta el que cede a ella. El pederasta es el que se rinde a su deseo y lo materializa. Es el que traspasa el umbral de lo permitido y lo prohibido. Es en definitiva, el que comete el delito. El pedófilo, en cambio, seguirá sufriendo en silencio su tendencia o inclinación sexual, y buscará sublimarlo de la mejor manera.
Lo anterior explica por qué la Iglesia Católica no considera esta última condición como pecado. A su juicio se trata de una inclinación, pero no de un actividad o ejecución, en la que sí incurre el pederasta.
Teniendo claro lo anterior, se necesita una política de salud pública, que le facilite el acceso al sistema de salud a esta población pedófila y pederasta, con el grado de confidencialidad necesaria para que acudan sin temor a las consultas, y puedan así ser orientados sicológicamente, obteniendo fármacos de castración química (cuyo suministro debe ser gratuito), y recibiendo el tratamiento adecuado y la terapia personalizada para refrenar sus impulsos.
Y en el caso de los condenados, las sentencias judiciales, deberían imponer la castración química, como otra de las penas accesorias.
En este caso tan particular, no existe opción distinta, a la vida célibe o casta. La Organización mundial de la salud, ubica actualmente esta filia, como un desorden mental y conductual.
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