Hong Kong fue de ahí en adelante referencia de muchos de mis viajes por la región, fue su origen o la escala necesaria para ir o volver de algún destino. Cierto día, al descender la escalerilla del avión que me traía de Pekín a la colonia inglesa, observé a una pareja de mujeres que me miraron fugazmente. Caminaban en dirección contraria a la mía para ingresar a la nave que yo acaba de abandonar.
Una era anciana, muy mayor, vestía un pantalón negro de bota ancha y una camisa blanca abotonada hasta el cuello, llevaba el pelo gris recogido en un moño y su espalda se encorvaba hacia adelante; caminaba con dificultad como agobiada por el peso de los años, ayudándose de un bastón.
Me miró de soslayo y algún comentario hizo a su acompañante, una chica muy joven que podría ser su nieta. Luego, la nieta miró discretamente el objeto que yo llevaba en la mano y centró su atención en el monólogo que de ahí en adelante inició la anciana.
Yo llevaba un shihe (食盒), una caja de bambú lacada de las que antiguamente se usaban en China para llevar comida, y que había comprado en un mercadillo a las afueras de Pekín. Era una pieza original curiosa de las que ya quedaban pocas en mercados y anticuarios, con dos elaborados diseños laterales en los extremos del asa y un detalle de refinamiento original: tenía un sistema de cerradura con llave para proteger su contenido de posibles depredadores.
Mi portacomidas de bambú lacado había llamado la atención de la abuela que al instante evocó viejas historias, y quién sabe lo que habrá contado entonces a su nieta ante la visión de aquel objeto de belleza anacrónica. Recuerdo la escena fugaz como una de esas que te quedan en la memoria para siempre. Habría dado cualquier cosa por conocer el relato de la anciana y los sentimientos que revivieron en ella al ver de nuevo algo que seguramente utilizó en un tiempo lejano.
Años más tarde, apareció en el mercado un libro que se convirtió en un best seller mundial, Cisnes salvajes, de Jung Chang. La historia familiar de tres generaciones de mujeres que inicia con la vida de la abuela nacida en 1909, una época en la que todavía China era una sociedad feudal. La saga familiar continúa con una hija que vivió los años del maoísmo, y concluye con la historia de una nieta exiliada finalmente en Londres.
Siempre he identificado la imagen de aquella anciana encorvada hablándole con pasión a su nieta en el aeropuerto de Hong Kong con Yu Fang Yu, la abuela de Cisnes salvajes. De niña, recién entrado el siglo XX, le vendaron los pies para atrofiar sus huesos y así hacerla más atractiva a los ojos de sus pretendientes. Uno de ellos, un señor de la guerra, quedó prendado por el encanto que aquella costumbre cruel daba a Yu Fang Yu, y la convirtió en su concubina.
Hace años, leí en alguna parte una estadística según la cual cada día aparecía en algún lugar del mundo un nuevo libro sobre China. No sé cuál será la estadística de hoy en día y no me extrañaría que ese número se hubiera doblado. El interés, temor o admiración que despierta en el mundo aquel gigante es posible que haya multiplicado el número de publicaciones que aparecen a diario sobre un país del que en Occidente, difícilmente llegaremos a entender del todo.
Pero no tengo ninguna duda de que Cisnes Salvajes es uno de los mejores compendios que un lector desprevenido puede encontrar hoy sobre los acontecimientos históricos del pasado siglo y sobre los cambios políticos que se han operado en China. Y también sobre el enorme sufrimiento de su pueblo para llegar hasta donde ha llegado.
La historia de esas tres mujeres, narrada en primera persona por Jung Chang, es la misma de todo un pueblo para sobrevivir entre guerras, invasiones y revoluciones, el paradigma de una sociedad que pasa en pocos años del medioevo a la modernidad más perturbadora.
De alguna manera, el encuentro fugaz con aquellas dos mujeres en la pista del aeropuerto de Hong Kong y el relato salido de la boca de la anciana que yo podía adivinar, eran el epílogo de una época, de un tiempo que acababa.
Aquel año de 1987 un acontecimiento político de magnitud supuso un definitivo paso adelante en el camino de transformación iniciado por China nueve años atrás. El 1 de noviembre, al cerrarse en Pekín el XIII Congreso del Partido Comunista de China, el Comité Central consagró la reforma de la estructura económica china. Hubo cambio de caras en la dirigencia y rejuvenecimiento. Pero a nadie se la ocurrió pensar que con los cambios vendrían también tiempos de turbulencia en el país.