Partamos del hecho de que nos conformamos con poco. Así, en adelante, será más fácil explicar la situación.
Y si, nos conformamos con poco, y que bien que así sea. Si nos levantamos muy temprano, nos hace falta tiempo para dormir y amanecemos cansados; pero, si nos levantamos tarde, se nos ha pasado la mañana entera en sueño y hemos perdido (también) valioso tiempo. Si abrimos la ducha y sale agua fría, pasamos un momento muy desagradable, brincamos y nos alejamos del chorro mientras graduamos la temperatura; pero, cuando le da a la cañería por botar el agua con menos presión, y sale un chorro de vapor hirviendo que hincha los poros y se mete como alfileres dentro del pellejo, ahí también, metemos el brinco, nos alejamos del chorro, pero ya no tratamos de graduarlo sino que lo cerramos en el acto.
Desanimados por una mañana infortunada, entramos en la ciudad con desgano y recibimos el día también quejándonos –en lo posible- de lo que sucede alrededor nuestro: que que vaina que tengamos un político de izquierda, que como va a ser que sigan gobernando los mismos tipos, o nuevos tipos, o viejos, o calvos, o bajitos, o lo que sea. Que que parques tan sucios, como no los limpian, o que canecas tan cochinas o tan llenas o tan vacías. Que míreme semejantes edificios tan feos, es que definitivamente esta ciudad si está fregada. Que como es posible este trancón todos los días. O que, véame esos buses tan llenos, no hay derecho con la gente que va ahí metida; o mire como van de vacíos, arman un solo trancón, deberían es quitarlos todos. Y así, inconformes, entramos en la vida con los demás y discutimos y nos quejamos y peleamos…pero nunca complacidos con lo que nos toca. Y así discurre nuestra vida, la de todos, la de muchos. Jartos, mamados, en desacuerdo.
Y que bueno que así sea. Que bueno que no amanezcamos todos los días conformes. Conformes con nuestra situación, con tener que madrugar. Conformes con que la tubería esté tapada y el agua salga sin presión (o con mucha). Conformes con nuestro trabajo, con los políticos de turno, con los parques tan cochinos (o con la falta de parques), con los trancones y los buses (sobre todo los buses). Conformes con las fachadas tan hediondas que adornan la ciudad. Conformes con que al taxista le dio por instalar un equipo de sonido de cinco bafles en el baúl del carro y conformes con tener que cargar las maletas hasta la terminal. Conformes con el hematoma que se formó por llevarlas encima de las rodillas. Conformes con lo que dicen día a día en la radio, con la música, con Candela o Tropicana, con el humor de William Vinasco Che, con el de su adorada hija. Conformes, en fin, y de acuerdo con todos y en todo.
La vida sería triste y gris. Monótona. No habría innovación. Nuevas vanguardias. Otras modas. Nuevos paradigmas. Nuevos formas estéticas que irrumpieran en la realidad cotidiana. No habría novedad, confrontación. No habría renovación de ideas, de formas de pensar. No habría renovación de políticos…bueno, al fin y al cabo esos serán siempre los mismos. Pero con todo lo demás, viviríamos en un estatismo infernal, sin cambios.
Siempre es bueno pensar que se puede estar en desacuerdo, disentir con la realidad y por supuesto con los otros. El mundo de hoy, globalizado y gerenciante, está arrastrándonos hacia el consenso y la unanimidad, donde está mejor visto decir sí que disentir.
Ojalá no estén de acuerdo.
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