El empeño de nuestra queja

Lun, 13/08/2012 - 03:51
Helène Elizabeth Louise Amelie Paula Dolores Poniatowska estaba destinada a vivir la vida de los aristócratas europeos, a saludar desde los palcos reales de los eventos deportivos, a asistir a las b
Helène Elizabeth Louise Amelie Paula Dolores Poniatowska estaba destinada a vivir la vida de los aristócratas europeos, a saludar desde los palcos reales de los eventos deportivos, a asistir a las bodas ostentosas de sus parientes lejanos, y a ser presidenta honoraria de alguna sociedad internacional defensora del Medio Ambiente con sede en Ginebra. Su bisabuelo, el viejo Stanislaw, último Monarca y Gran Duque de la Mancomunidad de Polonia y Lituania, hizo cuanto estuvo a su alcance para garantizarle ese privilegio congénito, pero ni siquiera el escudo de armas de Ciloek con todo su poder pudo evitar las tres particiones de Polonia, que aniquilaron su imperio y repartieron los escombros entre rusos, prusianos y austriacos. Elena, como la empezaron a llamar tiempo después en México, aun podía haber disfrutado de la alcurnia milenaria de sus apellidos en París on en el Distrito Federal, pero la guerra siempre la privó de tal derecho. Ya estaban allí los revoltosos de Zapata y Villa arrebatando a sangre y fuego las tierras que por derecho les correspondían a los Yturbe, sus parientes mexicanos, y allí estaban también las bombas de los Nazis que caían sobre París y las hacían huir una vez más a ella y a su madre en carrozas destartaladas y barcos mercantes que apestaban a petróleo, mientras el padre se quedaba atrás para enaltecer una vez más el apellido en las playas sanguinolentas de Normandía. Huir hacia el Tercer Mundo, hacia esas ciudades mugrientas y llenas de indigentes de las que la vieja María Dolores, su madre, hablaba tan mal. Ciudades malditas donde no se hablaba el francés y que además habían tenido la osadía de fusilar sumariamente a Maximiliano de Habsburgo. Así que Elena Poniatowska no tuvo otro remedio que hacerle frente a la realidad y declararse del lado del pueblo. En México apenas tuvo tiempo de lidiar con las vicisitudes de la adolescencia cuando ya estaba metida de cabeza en el único oficio que era posible para una mujer sensible como ella cargada con tantos siglos de historia: el de escritora. No una escritora cualquiera, sino una que le habría de dedicar sus mejores tintas a la defensa de los oprimidos. En una sociedad machista y elitista, fue una princesa europea quien por primera vez dio en escribir sobre feminismo y desigualdad, y también la primera en ser señalada por hacerlo. Dos veces encarcelada, ignorada en la escena literaria y social de la capital mexicana, nada fue impedimento para que Elena escribiera sobre la matanza de estudiantes en la plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, en Octubre del 68, mientras su París natal también ardía en furias estudiantiles, o sobre los Zapatistas de Chiapas (Elena entrevistaría, tiempo después, en las profundidades de la selva, al subcomandante Marcos), o sobre los trabajadores del ferrocarril que por exigir mejores condiciones de trabajo fueron a parar a la prisión de Lecumberrí, por donde ya había pasado el asesino de Trotsky y por donde aún habría de pasar el colombiano Mutis. Sobre todos ellos escribió Elena, y sobre ellos sigue escribiendo desde su casa en Coyoacán, donde compartió por muchos años un matrimonio feliz con el único de sus muchos entrevistados que fue capaz de hacerle perder el hilo de las ideas. El doctor Guillermo Haro la deslumbró desde el primer momento con sus conocimientos infinitos sobre estrellas, galaxias y otras maravillas que Elena apenas alcanzaba a imaginar, y que le fueron suficientes para esperarlo nueve años, antes de que él le propusiera matrimonio. Nacido en una familia humilde y educado por los maristas de Champagnat, Guillermo Haro fue para Elena (esto me atrevo a imaginarlo) como el tubito de ensayo donde se mezclaban los ingredientes explosivos de la sociedad mexicana. Ávido de conocimiento, estudió filosofía en la UNAM y escribió como Elena en la revista Excelsior, pero muy pronto cedió sin remedio a los impulsos que lo mantenían con la mirada fija en las estrellas. Abrazó la astronomía, disciplina en la que fue un meticuloso autodidacta hasta el punto que su entusiasmo y destreza detrás del telescopio le valieron la admiración de algunos profesores del Harvard College Observatory, quienes lo invitaron a los Estados Unidos y lo mantuvieron en sus filas por cinco largos años durante los cuales sus tribulaciones sobre las encrucijadas de México se perdieron por los corredores del adusto edificio en 60 Garden Street. Sus eminentes contribuciones a la astrofísica, entre las cuales se destaca el co-descubrimiento de los objetos Herbig-Haro (pequeñas nebulosidades en las inmediaciones de jóvenes estrellas en proceso de formación), no le impidieron enfocar sus esfuerzos en el desarrollo de la ciencia y la sociedad mexicanas. Tras sus fructíferos años en Cambridge, Haro regresó a dirigir el Observatorio de Tonantzintla, y bajo la mirada tutelar del Popo y el Izta, se empeñó en liberar a su país de los fantasmas de la corrupción y el atraso usando la ciencia como único instrumento. Elena habría de contar tiempo después cuánto lo indignaban el retraso económico, la burocracia y la injusticia social, y habría de reconocer también, como lo reconoció casi toda la sociedad mexicana, que la labor incansable de Guillermo Haro fue una importante contribución para derrotarlas. La princesa polaca no disfrutó de los altísimos honores de la realeza, ni pudo vivir la vida de adinerada aristócrata exiliada en la capital francesa, pero en cambio fue testigo de los cambios sociales de México en el último siglo y de la lucha de Guillermo Haro por ganar un lugar para su país en la ciencia mundial, así como el subsecuente desarrollo de la nación como potencia latinoamericana de arte, ciencia y cultura. Hoy México cuenta con uno de los observatorios astronómicos más grandes del mundo, el Gran Telescopio Milimétrico, no muy lejos de Tonantzintla, una antena gigante que es capaz de escuchar los débiles susurros de objetos astronómicos localizados a millones de años luz de distancia. Grandes personalidades de la ciencia mexicana siguen influyendo en el pensamiento y el desarrollo de una sociedad que aún tiene que escapar a los fantasmas de la burocracia y la violencia, que tarde o temprano terminarán cediendo (no puede ser de otra forma) al imperio de la razón que impulsa a las mentes libres de América Latina. El México donde se casaron Guillermo Haro y Elena Poniatowska no es muy diferente a la Colombia de hoy, atacada a la vez desde muchos flancos por los violentos de cada bando, corrupta, y sobre todo muda a los reclamos de quienes exigen un mayor compromiso con las políticas de desarrollo técnico y científico, como lo están también otras hermanas repúblicas. De otro lado, el México de hoy, con todos sus problemas, está mucho más cerca de producir su propio conocimiento que de importarlo a un altísimo costo social desde países más al norte. Y por lo tanto más cerca de la verdadera independencia. Tal vez otras princesas venidas a menos contarán, como Poniatowska, la historia de tantos países latinoamericanos donde la insaciable avaricia de los corruptos y la inclemente crueldad de los violentos siguen dirigiendo los destinos de sus curiosos ciudadanos, inermes filósofos en potencia que buscan su propia oportunidad para mirar hacia las estrellas. Y acaso un día no bastarán todos los príncipes de Europa para contar el empeño de nuestra queja y la historia de nuestro éxito. Twitter: @juramaga
Más KienyKe
Se trata del primer paso para poder instalar oficialmente los diálogos diálogos de paz con este grupo, que comanda 'Iván Márquez'.
El hecho se presentó en medio de unas prótesis que se presentaron en la calle al frente del recinto.
El comediante y escritor Diego Camargo, presentó a Kienyke.com 'Bienvenido al club', su nuevo libro en el que relata cómo es la vida después del divorcio.
Chats y material probatorio demostrarían el modus operandi del hombre de 42 años y su proxeneta. 
Kien Opina