A Marius Niculae lo encontraron dos indigentes en la calle 22, abajo de la avenida Caracas, en Bogotá. Presentaba síntomas de hipotermia y desnutrición. Su cuerpo estaba lleno de llagas y en avanzado estado de descomposición. Sin embargo, no estaba muerto. Su corazón aún latía, de manera muy pausada, pero latía. Había sido despojado de todas sus pertenencias, si es que alguna vez tuvo. Lo único con lo que contaba era con una larga gabardina negra, obra quizás de la misericordia de los ladrones que le habían robado todo.
Tenía también tatuado alrededor de su cuello el nombre Marius Niculae, razón por la cual en el registro de entrada del Hospital San Ignacio quedó de esa manera. No tenía nada más. Los primeros médicos que lo valoraron se sorprendieron de que no estuviera muerto. Para el estado en el que llegó, cualquier otra persona normal ya hubiese fallecido. Pero Marius no. Se aferraba a la vida con una fuerza tal que desconcertaba a la ciencia.
Su cuerpo parecía no resistir más. El avanzado estado de descomposición que presentaba lo dejaba ver como un muerto en vida. El olor nauseabundo que despedía era insoportable. Sus ojos no respondían a ningún estímulo y parecían estar cubiertos de una carnosidad blanca que les impidiera ver. Pero aún así se podía apreciar que eran de un azul profundo, tan profundo que aquel que los viera en su esplendor podría perderse en ellos. El color de su piel presentaba una variedad de tonos que iban del blanco al morado, pasando por el verde y el amarillo putrefacto. No pesaba más de 50 kilos, peso muy por debajo del ideal para una persona que medía un metro con noventa y siete centímetros.
Todo en Marius estaba muerto. Lo único que hacía pensar lo contrario era su perfecta dentadura. Poseía todos los dientes y éstos mismos estaban en un estado tal de pulcritud que se podría pensar que nunca habían sido usados. En medio de las llagas y los colores propios de un cuerpo en descomposición se apreciaban varios tatuajes. Todos ellos pertenecían a nombres de ciudades. El último registro de los viajes lo había dejado a la altura de la muñeca izquierda. Allí se podía leer de manera clara: Bogotá.
Por el nombre con el cual había sido registrado Marius un médico sugirió llamar a la embajada de Rumania, pues sabía, el médico, que ese nombre provenía de aquel país. Incluso se atrevió a hacer una apuesta con varios colegas para hacer más emocionante la averiguación. La enfermera jefe que se encontraba prestando servicio aquella noche empezó con las labores de búsqueda de la verdadera identidad del extraño paciente del ala de los desahuciados.
Como era de esperarse, nadie respondió en la embajada rumana a las tres y cuarto de la mañana. El médico más joven de urgencias dijo que una vez terminado su turno a las nueve de la mañana iría personalmente a la embajada, ubicada en la carrera 7ma # 92-58, pues ésta quedaba de camino a su casa. A Marius le colocaron suero por cantidades y se le empezaron a practicar infinidad de exámenes. Sin certeza acerca de cuál pudiera ser su padecimiento los médicos ordenaron realizar todos los exámenes posibles que Marius pudiera resistir. Miles de agujas invadieron su cuerpo en búsqueda de una pista. Su cuerpo pasó por infinidad de aparatos que lo fotografiaban, lo escaneaban, lo sacudían, lo subían, lo bajaban, lo colgaban, lo acostaban.
Mientras todo esto sucedía en aquel Hospital de la Compañía de Jesús inmerso en la Universidad Javeriana, nuestro joven doctor llegaba a la embajada. Allí fue recibido por el honorable embajador Dragos Chivu, quien atraído por el nombre del paciente agonizante quiso entrevistarse personalmente con el médico.
Buenos días doctor, mi nombre es Dragos, ¿en qué le puedo servir? – Buenos días señor embajador – Dragos está bien – Ok, Dragos, mi nombre es Alberto Carrasquilla, soy médico residente de la unidad de urgencias del Hospital San Ignacio. Vengo porque anoche llegó a nuestra unidad un paciente en estado avanzado de descomposición y… - ¿Está muerto? – No!!! Y eso es lo raro, pareciera estar muerto en vida, incluso su cuerpo ya empieza a descomponerse, el olor que se desprende de él es insoportable y yo creería que en estos momentos ya debe de haber pasado a mejor vida – Perfecto, así está mejor - ¿Perdón, Dragos? ¿Qué dice? – No, nada, es sólo que se me hace imposible pensar que una persona en el estado en que usted me lo describe pueda sobrevivir. Quizás lo mejor sea que el Señor por fin se acuerde de él. ¿Usted no cree lo mismo, doctor Alberto? – Yo no sólo lo creo, estoy seguro que así será. Pero bueno, lo que me trae por aquí es una sola cosa. El paciente tiene tatuado alrededor de su cuello el nombre de… - Marius Niculae – Exacto. ¿Por qué lo sabe? – Porque usted se lo dijo a mi secretaria y ella a su vez me lo dijo a mí – Ah cierto, es que han pasado tantas cosas raras últimamente que todo me sorprende – No se preocupe, lo entiendo perfectamente. El señor que ustedes tienen en su Hospital sí es rumano. Lo hemos estado buscando alrededor del mundo por muchos años. Muchísimos más años de los que usted se pueda imaginar – Si usted quiere Dragos yo le puedo decir con certeza dónde ha estado, cada uno de los lugares por los que este individuo se ha movido en el mundo - ¿Cómo va a ser eso posible? Eso no lo sabe nadie más que él. Nosotros hemos llegado siempre tarde a algunos de los lugares que él ha visitado, pero saberlos todos es imposible – No crea. Todos nosotros los que lo hemos estado valorando desde anoche sabemos por dónde se ha movido. Él lleva en su cuerpo tatuados, además de su nombre, un sinfín de ciudades, de las cuales Bogotá viene siendo la última. Este último nombre lo tiene tatuado en su muñeca izquierda. Pero sus piernas, sus brazos y su pecho parecen una exposición detallada de las principales ciudades del mundo. Usted mismo lo puede apreciar cuando le estén practicando la autopsia – Pero es que, ¿ya está muerto? – Pues no sé, pero yo creería que sí. Me da la impresión Dragos que usted lo desea más muerto que vivo, ¿cierto? – Doctor, ni usted ni su equipo médico saben a lo que se están enfrentando. Es una historia muy larga de contar. Por lo pronto le suplico que por más enfermo que lo note no le vaya a hacer una transfusión de sangre. Sería el fin - ¿Una transfusión de sangre? Señor embajador... - Dragos – ¡No! Señor embajador, me quiere usted explicar de una vez por todas de qué carajos me ha estado hablando todo este tiempo, porque a mí lo único que se me ocurre es que este tipo tan misterioso sea un vampiro, y a decir verdad, me queda muy difícil de creer ese cuentico… - No sólo es un vampiro, es EL vampiro. Marius Niculae pertenece a la última dinastía de vampiros que habitan la región de Transilvania. Todos sus familiares fueron paulatinamente eliminados a través del tiempo, pero él fue el único que pudo huir hacia París en el año de 1436 ayudado por una vieja empleada del castillo donde se escondía con su madre. La empleada fue encontrada asesinada posteriormente en una caballeriza y desde ese momento ese fue nuestro último registro. No hemos tenido mayores noticias de él. Sólo hechos aislados alrededor del mundo que nos han ofrecido indicios de su ubicación, pero nunca nada certero. Hasta ahora que usted menciona todo esto. ¿Ya entiende el por qué de tanto misterio, el por qué de tanto énfasis en que lo dejen morir y el por qué de mi sorpresa inicial cuando escuché ese nombre? Ahora, vámonos de prisa.
Antes de salir de la embajada vieron estupefactos en el televisor de la sala de espera cómo el rostro, moribundo y tenebroso de nuestro Marius, aparecía por los servicios sociales de un famoso programa de variedades matutino. Las presentadoras, hermosas como siempre y el presentador, tonto como siempre lo ha sido, al parecer tuvieron un momento de lucidez divina aquel día cuando exclamaron al unísono “uichhh, ese tipo parece un vampiro”.
La prisa y el temor se apoderaron de aquellos dos ansiosos sujetos que esquivaban autos a toda prisa por la carrera 7ma. No musitaron palabras hasta llegar al Hospital. En el ascensor la transpiración era incontrolable y la respiración agitada impedía pensar con claridad. Con el último esfuerzo que sus pies les brindaron llegaron a la habitación aislada donde encontraron a Marius aún moribundo. Un cierto aire de tranquilidad se apoderó de ambos. El embajador miró al doctor y le hizo una seña para que se dirigiera fuera de la habitación.
Doctor, creo que después de lo que le he confesado estará usted de acuerdo en que lo mejor para nuestro Marius sea el descanso eterno de una vez por todas. Si sigue así como está y alejado de todo contacto con sangre, ¿cuánto tiempo le pronostica usted? – Pues señor embajador… - Dragos, Alberto, dígame Dragos – Pues Dragos debo recordarle que mi especialidad son los humanos, en este caso no tengo ni idea de qué posible dictamen sea el más indicado ofrecer a un sujeto como este. O vampiro como este (corrigió inmediatamente) – En estos momento él no es más que un ser humano. Desde que no se alimente morirá. La forma como está expuesto (y en ese momento el embajador, como si hubiese recordado algo importante, fue a la habitación y corrió las cortinas por entre las cuales entró un potente rayo de sol que quemó la piel de Marius a la altura de la muñeca izquierda donde decía Bogotá), perdón doctor, como le venía diciendo, por la forma como está expuesto creería que su dictamen es el mismo que le ofrecería a un humano – Pues si es verdad lo que usted me dice, yo diría que a Marius no le quedan más que unas pocas horas de vida.
Al mismo tiempo que nuestros dos personajes ponían hora de muerte a Marius el vampiro, una muchacha, de 22 años, se acercaba a la estación de policía ubicada en el centro de la capital. Había visto la noticia de los desaparecidos en el programa aquel de variedades donde apareció el rostro de Marius. Lo reconoció de inmediato.
Señor agente, vengo a poner un denuncio por agresión – Eso es algo a lo que usted debe estar acostumbrada, ¿no? – Mire señor policía, lo que haga con mi vida no es asunto suyo. Sí, soy una prostituta, pero tengo los mismos derechos que su santa madre, ¿cierto? – Vea puta hijuemadre, diga de una vez qué es lo que quiere – Ahora sí nos entendemos. Vengo a denunciar a un sujeto que salió hoy en el programa de la mañana, el de variedades, donde salen las dos niñas esas modelitos y el calvo que habla estupideces todo el tiempo. Ese tipo que salió ahí, que según dijeron se está muriendo en el Hospital San Ignacio, me atacó hace más o menos seis meses en el parque Tercer Milenio. Salió de la nada y se abalanzó contra mi cuello. Me clavó sus dientes y chupó hasta que se sació. Yo caí desmayada y recuerdo que al levantarme ya era de mañana. Pero su rostro, su tenebroso rostro, nunca se me olvidó. Es ese y quiero que si no se muere, se vaya preso por lo que me hizo. Estuve toda una semana incapacitada y usted debe saber señor agente que para mí una semana en la cama sin trabajar es mucha plata – Pues usted de hecho trabaja en la cama, ¿o no? – Sí imbécil, pero esos días no pude llevar a nadie a ella.
En el hospital, al mediodía, siendo las 12 en punto, llegaban los primeros resultados de los exámenes practicados a Marius. Estaba muriendo de Sida.
(Nota del Autor: Esto es un cuento fruto de la imaginación del autor. Gracias)
El extraño paciente del ala de los desahuciados
Mar, 26/02/2013 - 12:40
A Marius Niculae lo encontraron dos indigentes en la calle 22, abajo de la avenida Caracas, en Bogotá. Presentaba síntomas de hipotermia y desnutrición. Su cuerpo estaba lleno de llagas y en avanza