Entre el amor y el despecho

Dom, 12/08/2012 - 15:41
             Se da uno cuenta que no está enamorado, “tragado” o “entusado” cuando la mayoría de la música le parece surrealista.

             Se da uno cuenta que no está enamorado, “tragado” o “entusado” cuando la mayoría de la música le parece surrealista.

         Anoche mientras pensaba sobre qué tema iba a escribir esta semana, veía que la gente colgaba en su muro de Facebook enlaces de canciones con letras muy emotivas, no voy a negarlo, pero absurdas, por decir lo menos: Yo sin ti me muero. Probablemente ya de mí te has olvidado y sin embargo yo te seguiré esperando. En un rincón del alma donde tengo la pena que me dejó tu adiós,  y como estas, existen miles de canciones de amor y despecho. Todos hemos llorado y ahogado la penas del corazón con este tipo de música, pero cuando se oyen sin un dolor en el alma suenan ridículas.

         A quién en pleno uso de sus capacidades intelectuales y, sobretodo, emocionales, se le ocurriría decir Toda la vida te esperaré 
y serás mi gran amor, 
cielo mío porque me dejas llorando 
no te olvides de mi amor. Si se fue que se vaya. Qué justificación existe para quedarse en la casa llorando, mientras el otro está moteliando. No, que va, uno no espera a nadie toda la vida, aunque en ese momento de verdad crea que así será. Claro que tampoco vayan a pensar que soy una desalmada o, en el mejor de los casos, cuerda y sensata, no. Hoy escribo con valentía y arrojo porque por alguna extraña razón, y un milagro divino, no sufro de una pena de amor. Yo he sido la eterna soberana del Imperio de las tusas, me he pasado el 75% de mi vida llorando por un hombre, no por uno, por varios, pero ahora que miro hacia atrás digo “Nadie sabe de lo que se salva hasta que lo pierde” (nada personal muchachos).

         Como seguramente debe pensar Shakira, que hace un tiempo era ciega, sordomuda, tonta y testaruda, y decía “si pudiera arrancarme el corazón”, siquiera que no se lo arrancó, se hubiera perdido del galanazo de Piqué, por el bobazo de Osvaldo Ríos. Es que los disparates que decimos enamorados y entusados son dignos de un Güines Record de estupideces.

         Qué sentido tienen, viéndolo en perspectiva y con cabeza fría, frases como El rencor hiere menos que el olvido. A nadie que no esté entusado se le ocurriría decir algo así, eso sólo lo pensamos cuando se sufre por el dolor del desamor y con el ego herido del abandono. Porqué eso es otra cosa, uno llora y sufre más de rabia que de amor. De la ira que produce saber que el sujeto está de parranda con la sujeta, mientras uno está en la casa viendo “Sábados felices”. Puro ego herido, y no es para menos, porque que uno acabe por su propia voluntad con la autoestima es una cosa, pero que venga otro y, como medallista olímpico de lucha libre, se la aplaste, es otra, y esa otra no nos gusta.

         Yo sin ti me muero…Qué voy acostumbrarme a no mirarte, qué voy a acostumbrarme Dios que va. Y es de verdad que uno se la cree. Yo no aprendo ni con la propia experiencia. Siempre pienso que no voy a acostumbrarme, o a morirme, pero si eso fuera así estaría en mi centésima reencarnación. Y hoy cuando oigo la canción, me miro, miro hacía atrás y canto Eres grande y majestuoso, Señor.

         No me abandones así …Regresa a mí, quiéreme otra vez …Borra el dolor que al irte me dio”. Esta sí es la campeona, el réptil arrastrándose y suplicando para que vuelva el desgraciado sinvergüenza. Claro que yo en esto tengo un Ph.D., a mí de cariño deberían decirme anaconda. Me he arrastrado, no digamos metros de escamosa piel, kilómetros, y en el camino he dejado no sólo mi alma y mi corazón, sino peor, y más grave aún, mi dignidad. En la categoría de suplicar que no me abandonen y no me dejen, como si el esperpento en cuestión fuera el último homínido erecto, tengo varios oros.

         Sin embargo, es imprescindible dentro de los conocimientos de primeros auxilios aprenderse estas canciones, nos salvan de una inminente muerte imaginaria y nos ayudan a recorrer la ruta de la infidelidad y el desamor, son una compañía incondicional para cuando ya tenemos aburridos hasta al perro con la retahíla del despecho. Para cuando no tenemos dinero ni para el psiquiatra ni para los antidepresivos y toca echar mano del tequila y de Chente. Hay algunos seres humanos privilegiados que sólo han pasado por la amarga experiencia del abandono o los cachos, una o dos veces en la vida. Pero existimos otros menos afortunados que como decía Chavela Vargas; siempre caigo en los mismos errores, otra vez a brindar con extraños y a llorar por los mismos dolores. Por eso cada vez más ampliamos el repertorio y con orgullo decimos: toque la que quiera maestro.

         Es un hecho que la gran mayoría de canciones cuando uno las oye en un estado de equilibro emocional le parecen absurdas, irreales, sin sentido y estúpidas, pero cuando las oye en el profundo abismo del dolor o en el Olimpo del amor las equipara con la Verdad Divina, y hasta llegamos a pensar que nos amaremos toda la vida, y que si tu te vas mi corazón se morirá.

         ¡Carajo! que nadie se muere de amor, ni Romeo.

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