Entre "locas" y "machorras"

Lun, 16/12/2013 - 09:56
Los colombianos somos homofóbicos, así de dientes para afuera nos tildemos de progresistas y de personas de mente abierta. Pero esta fachada de tolerancia y pluralismo se desmorona como un castillo
Los colombianos somos homofóbicos, así de dientes para afuera nos tildemos de progresistas y de personas de mente abierta. Pero esta fachada de tolerancia y pluralismo se desmorona como un castillo de naipes cuando, en la intimidad de los corrillos laborales, académicos y sociales, dejamos salir siempre un “pero” al hablar de lo que es distinto a lo que idealizamos como correcto. “Yo respeto a los gays, pero…” En la moral colectiva –que muchas veces suele ser la más hipócrita de todas– se ha creado esta creencia de que un pero es suficiente para suavizar cualquier cosa. Que está bien despotricar de lo que queramos, una vez hayamos dicho esa conjunción adversativa. Que hemos comprado la inocencia con solo cuatro letras. Así de sencillo, y en unos cuantos segundos, dejamos salir lo que realmente somos: un país de medio tolerantes, medio homofóbicos. Queremos que los gays sean a la medida de nuestros moldes, que se comporten a nuestros antojos y que actúen como nos venga en gana. Creemos que el “no se te nota” es un halago para los homosexuales masculinos o que las únicas lesbianas que valen la pena tener como amigas son aquellas que pasan “desapercibidas”. Rechazamos a las “locas” y a las “machorras”, y nos negamos a creer que son hombres y mujeres, respectivamente. Una vestimenta, un tono de voz, un ademán o una serie de gestos siguen determinando, por algún motivo, el sexo de cada quien. El pene y la vagina no son relevantes. La biología queda relegada a un segundo plano, para ser reemplazada por la teoría de “los hombres no lloran” y “las mujeres no juegan fútbol”. No soy homofóbico, pero que no se metan conmigo los gays. No soy homofóbica, pero no sería capaz de tener una amiga lesbiana. No soy homofóbico, pero esos gays plumosos me dan asco. No soy homofóbico, pero es más lindo ver a dos mujeres que a dos hombres. No soy homofóbica, pero no entiendo qué hacen dos mujeres juntas en la cama. No soy homofóbico, pero… y así siguen los matices, las excusas, los odios a medias. Existe algo peor que un homofóbico: uno que cae en la negación de que no lo es. Que trata de esconderse tras la máscara de la tolerancia, pero que en las comisuras de sus ojos brillan las luces de lo intolerante. Señores, señoras, señoritas y caballeros: la aceptación no puede ser parcial ni por hipocresía. No puede ser a raticos y a unos solos. La moral no puede ser conveniente. Tolerar a unos pocos y rechazar a otros, haciéndolos blancos de burlas y de miradas de reproche, es tan malo como reprimir a todos. ¿En dónde estaría ahora la reivindicación de los derechos afros si tuviésemos escalas de “negritud” para aceptar a quien es distinto de nosotros? ¿Acaso los derechos de las mujeres están en función de las apariencias, estaturas o contexturas de ellas? Lo femenino y lo masculino son solo parte de lo que somos como personas. No son el todo. No nos definen. No dan cuenta de quiénes somos. Son solo rasgos que están allí, como nuestro tipo de cabello o la forma de la nariz. “No mires la paja en el ojo ajeno, sino la viga en el propio”, dice un proverbio bíblico. Yo propongo una revisión a este dicho, para las circunstancia del actual escrito: “No mires la maricada en el cuerpo ajeno, sino la ignorancia en el propio”. Tal vez así, solo tal vez, podremos ser tan progresistas y open-minded como pregonamos cuando debemos guardar las apariencias. Aunque, en congruencia con este post que llama a la tolerancia, debo decir que acepto esos puntos de vista, pero…
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